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En el terreno Quintín Banderas del reparto Chibás, en Guanabacoa, crece muy rápido la yerba. No importa la época del año, ni el sol abrasador, ni la sequía; la yerba crece y, a veces, hasta se desaparece la bola cuando corre por el diamante. Sin embargo, en el Quintín los niños nunca han dejado de jugar pelota. Al menos eso me dijo Pedro Medina Ayón hace más de 15 años, el día que nos presentaron durante un evento de categorías menores al este de La Habana.
Yo, un veinteañero estudiante de periodismo que colaboraba con Tribuna de La Habana, casi no podía articular palabra ante aquella figura inmensa de manos robustas que empuñaba el bate como si se tratara de un palillo de dientes, frente a un grupo de chiquillos que escuchaban admirados sus lecciones de ofensiva.
Medina desde hacía décadas ya era un inmortal del béisbol cubano, una figura mítica, legendaria, un superhéroe con todos los poderes del deporte de las bolas y los strikes.

Como tal lo trataban en el Quintín, donde todos le llamaban “El Médico”, sin que nadie supiera muy bien de dónde había salido el mote. Allí era más que un ídolo, porque justo en ese sitio había dado sus primeros pasos en el béisbol allá por los años 60. Hasta allí lo llevó su padre Miguel desde el barrio La Asunción, también en Guanabacoa, y allí demostró rápidamente que tenía dinamita en las muñecas para mandar a volar la pelota sin mucha dificultad.
Lo que vino después de sus aventuras en el Quintín fue una historia de cine. Siendo un chiquillo, lo mandaron a la zafra en Manga Larga, un lejano paraje camagüeyano, y desde allá lo llamaron para la preselección nacional juvenil por recomendación de Ramón Carneado, un visionario de la pelota cubana y otra leyenda: hasta hoy ostenta el récord de ser el único mánager con cuatro títulos consecutivos en la historia de las Series Nacionales.
“Mandan un telegrama para la unidad militar de Camagüey solicitándome para esa preselección, y salí por mis medios para La Habana. Cuando llegué a las 5 de la mañana a la casa, les expliqué todo a mis padres y entendieron. Fui el último que se incorporó a la preparación y no sólo integré el equipo, sino que jugué regular y terminé siendo el cuarto bate. Eso sí me abrió el camino al béisbol organizado”, le contó Medina al periodista Joel García hace años.

Su explosión no tardó. De hecho, solo dos años después ya estaba jugando en los clásicos nacionales con la franela azul de Industriales, la cual defendió durante 12 temporadas. Además, vistió los colores de Habana y Metropolitanos, donde se curtió para después brillar en la principal novena de la capital.
En total, jugó 17 Series Nacionales y ocho Selectivas, en las que dejó average ofensivo de .295, promedio de embasado de .416, slugging de .483 y OPS de .899. En total, pegó 1448 imparables, de ellos 221 jonrones y 216 dobles, con 886 carreras anotadas y 869 impulsadas. Fue el primer receptor que superó el umbral de los 200 vuelacercas y las 850 empujadas, suficiente para merecer la etiqueta de inmortal.
Su historia de Edmonton
Pedro Medina salió campeón de los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Medellín (1978) y Santo Domingo (1986); de los Panamericanos de San Juan (1979), Caracas (1983) e Indianápolis (1987); de los Mundiales de Italia (1978), Japón (1980), La Habana (1984) y Holanda (1986); y de las Copas Intercontinentales de La Habana (1979) y Bélgica (1983). Además, fue campeón de bateo de la cita continental del 83 y Todos Estrellas en la lid del orbe del 80.
Cuando se mira su palmarés, llama la atención que no aparece el título de la Copa Intercontinental de Edmonton, en 1981. Ese año, el 16 de agosto, despachó un misil al zurdo Ed Vosberg —que después lanzó diez temporadas y más de 250 partidos en Grandes Ligas— y empató el juego final a los americanos en la novena entrada.
De ese episodio hablamos muchas veces y Medina siempre me decía lo mismo: “Como Servio Borges no me puso a jugar, yo era como un león enjaulado entre el banco y el bullpen, pero sabía que me iba a tener que llamar en algún momento”. Y así fue, en el noveno, con la soga al cuello, a punto de claudicar, a Borges no le quedó más remedio que entregarle el bate al 31, que mandó la pelota directo a un transformador y luego se perdió en una arboleda más allá de los límites del Rencrew Park.
Por desgracia para Cuba, después del batazo de Medina se perdió ese encuentro en la décima entrada por un error mental de Pedro Jova, torpedero natural que asumió cubrir la antesala en aquel torneo y, en la última jugada del encuentro, capturó un roletazo pegado a la línea de tercera y no tiró a la goma para sacar al corredor norteño porque pensó que era foul.
De ese detalle Medina evitaba hablar. Con una impecable ética profesional, era incapaz de señalar a un compañero por una derrota cuando todos debían asumir responsabilidades. “En la pelota, la gente nada más se acuerda del momento exacto en que se pierde o se gana, pero todos olvidan que un partido tiene mínimo nueve entradas y un montón de jugadas. Si ganamos, ganamos todos; si perdemos, perdemos todos”, me decía; una lección que siempre trataba de dejar por donde pasara.
Más que el jonrón, ese es su verdadero legado de Edmonton.

Mi primer recuerdo
Llegué al béisbol por las historias de mi abuelo Enrique, un industrialista empedernido que perdió su reloj más preciado en el Latino el día del jonrón de Agustín Marquetti para decidir la Serie del 86 contra Rogelio García y los Vegueros; un fanático en toda la regla que tenía envuelta como un tesoro una pelota firmada por varias leyendas de los azules; entre ellas, Pedro Medina.
De “El Médico” mi abuelo me contó varias historias cuando empecé a interesarme por la pelota a mediados de los años 90. Cuando se hablaba de Medina, casi todo comenzaba y terminaba en el jonrón de Edmonton, pero en ese momento a mí me llamaba más la atención la sobriedad y el temple del mítico 31 de los Industriales como director.
En realidad, esa es mi primera imagen de aquel gigante: no bateando, no cubriendo detrás del plato, sino dirigiendo las huestes azules que desafiaban el poderío de la “Maquinaria Naranja” de Pedro Jova. Con un equipo inferior en el papel, movía las piezas como un mago para intentar acabar con el reinado villaclareño, imbatibles durante tres temporadas consecutivas de 1993 a 1995.
En el 96, cuando parecía que los azucareros podían convertirse en el segundo equipo con cuatro coronas al hilo tras los Industriales de los años 60, Medina obró el milagro y mantuvo a salvo el récord de aquellas primeras novenas azules comandadas por Ramón Carneado.
Contra reloj: Top 10 de peloteros que ganaron la Serie Nacional como jugadores y mánagers
El bateo desaforado de Lázaro Vargas y Carlos Tabares, el poder de Roberto Colina, la oportunidad de Ricardo “El Güiro” Miranda, los relevos inmaculados de Jorge Fumero, la perfección de Lázaro Valle y la efectividad de Orlando “El Duque” Hernández le dieron a los Industriales de Medina la corona en la 35 Serie.
De aquella novena, uno de los que aportó desde el rectángulo ofensivo fue Jesús “Chully” Ametller, quien ha reconocido públicamente la labor de Medina como director: “La verdad que fue un placer cuando me dirigió en el 95-96. Un gran conocedor y siempre con las palabras adecuadas y un hombre muy afable”, escribió en redes sociales.
Con aquella victoria, “El Médico” entró en el exclusivo club de los peloteros que han ganado la Serie Nacional como jugador y como mánager. El listado lo integran Tomás Soto, Pedro Chávez, Jorge Trigoura, Pedro Jova, Alfonso Urquiola, Rey Vicente Anglada, Antonio Pacheco, Germán Mesa y Ramón Moré.
La despedida
En uno de esos días sentados en la sala de su casa hablando de cualquier cosa, Pedro Medina me preguntó si me sabía la historia de su despedida como pelotero activo. Aquello me sorprendió, porque no venía mucho al caso, pero enseguida me percaté de que quería rebobinar el casete y volver a vivir aquellos momentos de mayo de 1988.
Le dije que lo poco que conocía de aquel día lo había leído en artículos de prensa en los que describían esa última llamada del locutor oficial del Latinoamericano, el también recordado Tony Veiga, y su roletazo al campo corto contra los envíos del derecho Roberto Almarales, hijo ilustre de Santa Isabel de las Lajas y pieza clave de Azucareros en las Selectivas.
“Sí, pero eso es lo que sabe todo el mundo”, me contestó enseguida, y encendió el televisor para mostrarme un video que yo nunca había visto.
Lo primero que me impresionó es que en su adiós, aunque fue en el Latino, no llevaba el uniforme azul de Industriales, sino el traje blanco con ribetes y números rojos que usaba Ciudad Habana en las Series Selectivas. Después, me dejó sin aliento ver a Medina arrodillado antes de su último turno, como si el mundo se le viniera encima.
Lázaro Valle fue el primero en salir del banco a animarlo y luego vinieron sus otros compañeros, además de Víctor Mesa, Lourdes Gourriel y demás estrellas de Azucareros, el rival de turno. “Llegaron y me sorprendieron, porque yo estaba buscando fuerzas para esa despedida. Me abrazaron y para levantarme me dijeron cosas que no se puede publicar”, me relató sonriendo.
Llegó entonces el adiós. Un roletazo al cuadro al primer lanzamiento, la carrera de home a primera y una de las ovaciones más grandes que ha regalado el Latino a un pelotero capitalino después de ser puesto out.
Luego de ver eso, lo miré y no tuve que preguntar nada: “A mí se me venía el mundo abajo porque eran casi 20 años jugando pelota, y de pronto todo llegaba a su fin. Eso es duro, muchacho. Menos mal que tú nunca vas a sentirte así, porque los periodistas se mueren escribiendo”.
“La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida”
Este 21 de julio, en una última ronda por las redes sociales antes de irme a dormir, el comentario de la muerte de Pedro Medina me heló la sangre. Sabía que desde hace días estaba recuperándose de una obstrucción intestinal que lo llevó al salón de operaciones, pero no estaba al tanto de la nueva visita al quirófano por complicaciones.
Mi primera reacción fue de negación, porque “El Médico” es de esos seres humanos que nos deben acompañar toda la vida. Contacté con dos personas cercanas y me confirmaron la partida, pública después en los espacios virtuales por reportes del periodista Pavel Otero y de René Arocha, otra gloria del béisbol cubano y amigo muy cercano de Medina.
“Casi al mismo tiempo me acaban de llamar Euclides Rojas y Lázaro Vargas para darme una noticia de esas que uno no espera recibir. Falleció nuestro gran amigo Pedro Medina. Todos sabemos que estamos de paso en esta tierra, pero es muy duro cuando estas cosas pasan. Ídolo de muchas generaciones, un tipo muy jovial y carismático. EPD amigo. Mis más sinceras condolencias a su esposa Mayra y su hijo Pedro Ernesto. Te recordaremos por siempre Pedrin”, escribió Arocha en Facebook.
Su publicación se desbordó con más de 2 mil comentarios de fanáticos, amigos, gente de béisbol, gente de deporte, gente del arte y la cultura; consternados todos por la pérdida de un pelotero excepcional y un cubano fuera de serie. Entre los mensajes más sentidos, me quedo con cinco que demuestran claramente la estatura profesional y humana de Medina y el legado que dejó:
Félix Julio Alfonso (historiador): “Adiós al inmenso receptor Pedro Medina Ayón, entre los más grandes peloteros cubanos en cualquier época, se va sin ver su nombre reconocido en el Salón de la Fama del Béisbol Cubano. Honor y gloria para él”.
René Navarro (periodista, narrador y comentarista deportivo): “Profesional y amigo. Callado, respetuoso, tranquilo y sin alardes. Un caballero, así recordaré siempre a Pedro Medina Ayón. EPD”.
Andy Vargas (narrador y comentarista deportivo): “Hermano, Amigo, mi profe de SIEMPRE… Cuánto aprendí a su lado…de la vida, la familia, la disciplina, del béisbol… Juro que no puedo seguir escribiendo pues mis lágrimas me bloquean mis ideas”.

Frank Camilo Morejón (pelotero y entrenador): “Con tremendo dolor en el corazón profe, le doy gracias por todo su apoyo, conocimiento y hasta regaños constructivo que siempre me dio. Descanse en paz usted el gran Pedro Medina”.
Otto Ortiz (actor): “Se nos ha ido un grande del deporte cubano. Pedro Medina, los fanáticos de Industriales estamos de luto, los conocedores de la pelota cubana también. Durante años compartió el Cuba con Juan Castro y Albertico Martínez, como receptor fue grande, como persona fue inmenso. Nos quedamos con su recuerdo, con sus grandes batazos, con su amor a la camiseta, con su maestría. Descanse en Paz profe, usted seguirá entre nosotros”.
Al leer estos mensajes recordé las horas interminables de charlas con “El Médico”, sus consejos, su palabra inteligente, sincera, valiente; lo mismo en la sala de su casa, en el túnel del Latino, en las gradas de concreto del Changa Mederos, sobre la yerba ardiente del Quintín Banderas en Guanabacoa, en una guagua atravesando Cuba para seguir esa pasión que nos movía: el béisbol.
E.P.D., Excelente receptor (completo) Estudioso, inteligente, respetuoso.
Jugué mucha pelota, casi siempre como receptor ” al duro”
De los grandes, de los que la afición reconocía por merito propio, recuerdo estar en el estadio ahora, durante su última vez al bate, recibió el reconocimiento de todo el estadio Latinoamericano.
Perdimos frente a Villa Clara un juego decisivo, habíamos ganado el juego anterior.
Fue anunciado por la amplificación local su vez al bate, todos sabíamos que era la última, había anunciado su retiro. Recuerdo aplausos por varios minutos de toda la afición, sus fanáticos y contrarios, tuvo que apartarse del Home y secar lágrimas, emocionado estaba, recuerdo le tiraron un caramelo para el plato y conecto un machucón, otra cosa no podía hacer.
Había recibido una despedida cómo jugador activo a lo grande, siguió recibiendo aplausos hasta llegar al banco.
“El eterno 31 de la capital ”
Tuve la oportunidad de saludarle una vez en persona.
Mis condolencias para familiares y amigos