Cuando descendió por la escalerilla del vapor de guerra español Blasco de Garay, en la segunda semana de octubre de 1862, y caminó por las fangosas calles de La Habana, Paul Charles Morphy (22 de junio de 1837-10 de julio de 1884) no fue capaz de imaginar que la pintoresca y abigarrada ciudad que lo acogía sería, con el tiempo, la cuna de otro fenómeno extraordinario en el juego de ajedrez.
El turista estadounidense, procedente de su natal New Orleans, se alojó en el Hotel América con el fin de descansar unos días, conocer la famosa urbe antillana y proseguir viaje hacia Europa, donde iba a enfrentarse con las mejores figuras del ajedrez del momento, ya que en América del Norte no tenía rivales de consideración. Sus planes se trastocaron cuando fue descubierto debido a alguna indiscreción y el 16 de octubre La Gaceta de La Habana y El Siglo daban la noticia de su presencia, acabando con el proyectado reposo del visitante.
En La Habana, para ese instante, ya existía cierto auge ajedrecístico, aunque no se había creado todavía su Club de Ajedrez, algo que, sin embargo, ya poseían ciudades más pequeñas de la Isla, como Manzanillo y Bayamo, gracias a los desvelos y el amor por el llamado “juego ciencia” de un abogado y terrateniente nombrado Carlos Manuel de Céspedes. En la capital, en cambio, existía desde hacía un año una revista mensual especializada y era frecuente encontrar en la prensa extranjera artículos y noticias sobre los torneos y competiciones europeas.
El suceso no podía menos que crear expectación en La Habana, ya que el joven ajedrecista —Morphy contaba entonces con 25 años de edad— se había convertido en la estrella más alta del firmamento ajedrecístico mundial tras arrasar con todos sus rivales. Jugadores de la talla de Louis Paulsen, Bernhard Harrwitz, J.J. Lowenthal, Mongradien, Alter y hasta el entonces considerado imbatible Adolf Andersen, fueron derrotados convincentemente por el fenómeno de New Orleans, para no dejar dudas en cuanto a su supremacía absoluta.
Las gacetillas de los periódicos habaneros comenzaron a publicar notas sobre la distinguida visita. En ellas se destacaban los elevados méritos en el juego del considerado internacionalmente como “El Rey del Ajedrez”, su costumbre de ceder caballos y torres de ventaja, y la sorprendente habilidad de jugar de memoria o de espaldas (luego se le llamaría “a la ciega”).
Una expresión utilizada por El Siglo demostró la poca frecuencia con que las publicaciones capitalinas abordaban el tema del ajedrez, pues, al referirse al hecho de que los aficionados estarían de plácemes por la distinguida visita, señaló: “Los ajedrecistas, ajedristas o ajedraicos están embulladísimos”. No fue esta la única nota curiosa, pues el periódico Prensa de La Habana calificó a los jugadores de “ajedre-maníacos”.
Así las cosas, el día 18 de octubre de 1862, a las 6:00 de la tarde, “El Rey del Ajedrez” comenzó a demoler a los mejores jugadores de la capital en la casa del banquero don Francisco Fesser, fanático del juego, sita en Compostela número 66. De aquel maratón de partidas, la primera fue la de mayor calidad desde el punto de vista técnico; a tal punto, que años más tarde, Morphy, ya convertido oficialmente en primer campeón mundial del “juego ciencia”, la reprodujo y le dedicó un artículo en el New York Times Tribune (edición de abril 9 de 1893). Su rival, don Félix Sicre, era aceptado entre los jugadores de La Habana como el campeón cubano, a pesar de que por aquel entonces no se había organizado una competencia oficial que lo legitimara como tal. Como es de suponer, fue una partida en la que Morphy derrotó inobjetablemente a Sicre.
El extraordinario jugador estadounidense realizó cuanto se podía apreciar del juego: jugó a la ciega, reprodujo partidas completas horas después de realizadas, cedió piezas de ventaja a sus rivales, jugó con varios contrarios a la vez —hoy le llamamos simultáneas— y cautivó a sus anfitriones con su erudición en el juego y con las anécdotas que narró sobre sus más cruentas batallas sobre el tablero. Por estos cauces se desarrolló la primera visita a La Habana de Paul Charles Morphy, quien sorprendió, impresionó y causó la admiración de los fascinados jugadores de la capital insular.
Con un banquete de despedida ofrecido por don Pancho Fesser, el verdadero y máximo patrocinador de aquellas veladas que duraron doce días, en el Gran Hotel L´Ermitage (sito en la calle de la Universidad, en el barrio de El Horcón), considerado como “el templo gastronómico de moda de la capital”, concluyeron las actividades públicas de Morphy en Cuba. El 1ro de noviembre partió hacia Europa y a su regreso del Viejo Continente, en enero de 1864, volvió a hacer escala en La Habana, donde se repitieron las mismas escenas de la visita anterior, pero en esta ocasión con una cobertura mucho mayor de la prensa. La nota verdaderamente descollante de su regreso fue la partida jugada con un negro esclavo, la que años más tarde concitó la atención de don Enmanuel Lasker, un verdadero acontecimiento para una colonia donde los esclavos apenas eran considerados personas.
El saldo de las estancias de Morphy en La Habana fue la de desatar un auge enorme por el ajedrez en la ciudad y en el país en general. Fruto de ellas fue la creación, en marzo de ese año, días después de su retorno a New Orleans, del Círculo de Ajedrez Habanero, en los altos del célebre Café de Marte y Belona, donde de 7:00 a 10:00 de la noche los ajedremaníacos tuvieron un lugar para mover las piezas con óptimas condiciones ambientales. La Habana comenzó así a dar los primeros pasos en firme en su trayectoria ajedrecística, la que la llevaría, años más tarde, a ser considerada “El Dorado” del Ajedrez y recibiría la visita de jugadores de la talla Wilhelm Steinitz, Joseph H. Blacburne, Frank J. Marshall, Mijail Tchigorin y Enmanuel Lasker. No obstante, aún tendría que transcurrir un cuarto de siglo para el nacimiento de José Raúl Capablanca, el otro “Rey del Ajedrez”.