Es imposible pretender que las cosas nos salgan bien cuando las hacemos mal. Eventualmente, la suerte puede ponerse de nuestra parte, pero en algún momento los desenlaces van a ser coherentes con nuestro desempeño. Y eso fue lo que sucedió con la selección cubana de fútbol en la primera ventana de la Liga de Naciones de Concacaf.
Desde las primeras presentaciones de Los Leones del Caribe bajo el mando del míster Yunielis Castillo, hemos advertido que el fútbol que “practicaba” la selección era extremadamente limitado y las convocatorias parecían responder más a otros intereses que a criterios de calidad. Sin embargo, al final de cada fecha FIFA los resultados terminaban llenando el vacío futbolístico, solapando las ausencias por capricho y las convocatorias inmerecidas de este equipo de autor. Un desenlace que estuvo a solo segundos de repetirse en la reciente ventana de la Liga de Naciones.
Fútbol cubano: La Liga de Naciones y el reto de la permanencia
Tras un ejercicio de resistencia en Kingston, los pupilos del estratega espirituano sacaron un impensable empate a cero ante el poderoso cuadro local. Con uno menos, incluso, para hacerlo más épico, tras la expulsión de Yunior Pérez al cierre de la primera mitad. Por enésima vez en este proceso, el marcador final enmascaraba las limitaciones de la convocatoria y propuesta futbolística de Castillo.
Luego, en casa, ante Nicaragua, estuvieron a segundos de llevarse la victoria haciendo un partido gris. A pesar de que los pinoleros dominaron abrumadoramente la posesión, los nuestros pudieron irse al descanso con ventaja mínima tras encontrarse con un penalti que transformó Karel Espino.
Muy cerca estuvimos de que la providencia volviera a echarnos la mano. Pero la poca profundidad de la convocatoria y la excesiva confianza del míster en jugadores en formación terminaron sepultando esta posibilidad. Tras los cambios, el equipo bajó notablemente el rendimiento y su fragilidad quedó a merced de un elenco pinolero que ya era superior. Con tantos jugadores de relleno sobre la cancha, era cuestión de tiempo que lograran materializar esta diferencia.
Pero no todo está tan bien cuando se gana, ni tan mal cuando se pierde. Hasta los momentos más amargos tienen atisbos de luz. Y en el caos inherente al fracaso hay, al menos, una oportunidad de aprendizaje.
De no caer ese gol de Widman Talavera en los instantes finales del descuento, hoy Cuba tendría cuatro puntos y sería fuerte candidata a clasificarse a los cuartos de final de la competición, haciéndole creer a los seguidores más pragmáticos, a los normalizadores de la mediocridad y a los gestores de esta medianía, que no tiene consecuencias concebir una convocatoria con lo justo para poner once titulares y hacer cinco cambios; que está bien utilizar las competiciones de la selección mayor para foguear juveniles, que no tiene importancia si no completamos 200 pases en ninguno de los dos partidos; que no necesitamos un entrenador con experiencia y resultados en el fútbol profesional.
Si les hubiéramos ganado a los nicas, como estuvo a punto de suceder, probablemente en la próxima convocatoria no veríamos a Luis Paradela, Cavafe, William Pozo o a Yosel Piedra. “No hacen falta”, dirían. Y se sumarían a Jorge Luis Corrales y Modesto Méndez, quienes descansan desde hace unos meses en la lista de defenestrados. Aunque el resultado nos habría hecho extremadamente felices, habría sido demasiado premio para una gestión tan negligente.
Esperemos que, tras este mazazo de realidad, hayamos aprendido la lección. El resultado de las últimas convocatorias no responde únicamente a una decisión de Castillo.
En apenas un mes, Cuba cerrará su calendario de fase de grupos en la Liga de Naciones con dos partidos ante Trinidad y Tobago. Aún hay mucho en juego. Esperemos que, para ese entonces, se haga una convocatoria que tenga un poco de respeto por la competición, por los jugadores que verdaderamente se ganan con su rendimiento estar en la selección, por los muchachos que hacen el sacrificio de venir desde muy lejos y quieren ser competitivos, y —sobre todo— por la afición.