“Ella baila porque bailando goza, y baila lo que quiere, cuando quiere y como quiere, y las orquestas callan ante la música que nace de su cuerpo”.
Fragmento de “Isadora” en Memoria del Fuego III. El siglo del viento de Eduardo Galeano
La libertad ofende
La historia del fútbol ha estado escrita y protagonizada por varones. Ellos históricamente han sido los términos de cualquier comparación. Pero después de esta 8ª Copa Femenina de Fútbol ya nada va a ser como antes.
Estefanía Banini –la capitana de la Selección Argentina que sobresalió en el partido contra Japón– dice que este Mundial lo están viviendo como un premio después de haber luchado y sufrido discriminaciones: “Quienes quisieron echar a las mujeres de las canchas, quienes les dijeron ‘machonas’, ‘varoneras’, ‘marimachos’ o ‘Carlitos’ deben estar arrepentidos”.
Así terminaba la conferencia de prensa después del debut en el Parc des Princes. Ella, que tuvo que irse del país a los 23 años para jugar en primera división, quiere que se reconozca a las jugadoras y se las llame por sus propios nombres. Ella no es “la Messi”.
Pero la de Banini no es una historia aislada. La relación de las mujeres con el deporte ha sido desatendida, reproduciendo un sentido común de que este espacio es (o fue) exclusivo de y para varones.
Este es el Mundial de las reivindicaciones, un torneo que tiene como protagonistas a mujeres que con obstinación y osadía lograron seguir adelante, superar la adversidad y llegar hasta lo más alto a nivel competitivo. Las consignas del mayo del 68, la mayor movilización de la historia de Francia, sobrevuelan este torneo.
La 8ª Copa del Mundo es un escenario donde convergen historias de mujeres que pelearon por llegar a ser futbolistas profesionales, que hoy dan batalla para obtener igualdad salariales y de género, y para ser reconocidas como trabajadoras.
Ellas siempre tuvieron ganas de jugar
Marta Vieira Da Silva nació en Brasil en 1986. Ha sido elegida seis veces por la FIFA como la mejor jugadora del mundo. Es la máxima goleadora de la selección brasileña y también tiene el récord de la mayor cantidad de goles convertidos en una Copa Mundial (un promedio de 15 en 17 partidos). Estar jugando su quinto Mundial es el único punto donde es superada por una de sus compañeras: Miraildes Maciel Mota (conocida como Formiga), quien está disputando su séptimo torneo con la camiseta de Brasil.
Pero la trayectoria de Marta no fue siempre éxito y aprobación. Su historia está marcada –al igual que muchas biografías de mujeres que juegan al fútbol– por persecuciones y maltratos. La llamaban “marimacho”, “Pelé con faldas”. Hoy no hace falta presentarla. Cuenta con la legitimidad y el respeto de las grandes instituciones y de la sociedad brasileña, caracterizada por desigualdades sociales y discriminación estimuladas por teorías racistas que han tenido gran influencia en el país.
Marta logró conquistas antes impensadas y reservadas sólo para los brasileños más destacados: ser llamada por su nombre propio, ser la única mujer que tiene la huella de sus pies impresa en el Maracaná, convertirse en ídola en el ambiente futbolístico. Marta pasó de la marginalización al reconocimiento.
Hoy viste ropa cara y elegante, luce maquillada delicadamente y ya no tiene el pelo crespo. Su cabello es lacio y con sutiles reflejos rubios, iluminado. En esta legitimidad de la delantera jugó un rol significativo el proceso de estetización por el que han pasado varias jugadoras brasileñas.
Entre 1941 y 1979, el fútbol fue un juego prohibido para las mujeres en Brasil bajo el argumento de proteger sus cuerpos para concebir y limitarlas a funciones maternales. Su rehabilitación en este y otros deportes les otorgó libertad, pero no en su totalidad. El Consejo Nacional de Deportes y la Federación de Fútbol de San Pablo (FPF) establecieron una serie de reglas de protección corporal, de tiempos de juego (más cortos) y focalizaron en que las mujeres que ingresaran al mundo del fútbol fueran capaces de atraer las miradas de los varones por sus atributos físicos: “femeninas”, evitando todo lo que pareciera masculino (dejando de lado el pelo corto, debiendo usar pelo recogido con cola de caballo, pantalones cortos ceñidos y maquillaje).
A las jugadoras se les remarcaba la importancia de la imagen, el estilo personal y el desenvolvimiento en los medios. Así, el ingreso de los productos de belleza en el mercado, particularmente los tratamientos de alisado para eliminar el cabello afro, fue una condición para habilitar el ingreso de las mujeres al fútbol. Estos productos les permitían extender el largo del cabello, alcanzando los hombros, y acercarse a los estereotipos aptos para poder jugar.
Este proceso de embellecimiento y estetización, bajo patrones blancos, es otra de las formas de dominación y disciplinamiento de los cuerpos de las mujeres. Aunque las intenciones de blanqueamiento están expuestas, no quiere decir que las propias futbolistas no tengan la capacidad de negociar, resistir y jugar con agencia frente a las imposiciones de las instituciones, para ocupar de este modo los espacios y –desde su lugar– luchar por modificar las actitudes machistas de la sociedad patriarcal. El fútbol también es estrategia.
Guerrera
Gabriela Garton nació en 1990 en Rochester, Minnesota. Es hija de padre estadounidense y madre argentina, comenzó a jugar fútbol a los ocho años gracias a una beca deportiva que le posibilitó el ingreso a Rice University, donde obtuvo la licenciatura en Estudios Hispanos. El fútbol no fue un espacio prohibido para ella. A diferencia de otros países, en Estados Unidos el fútbol es un juego extendido y popular en las escuelas; no se construye como un deporte masculino, sino como andrógino, siguiendo el esquema de codificación de género de los deportes.
Desde sus diez años, Garton empezó a ocupar un puesto un tanto ingrato en el fútbol y se fortaleció en el arco. Después de vivir 22 años en Norteamérica, su amor por este deporte la llevó a Argentina, con más oportunidades frente a la situación en Estados Unidos con gran cantidad de jugadoras y un alto nivel de competitividad. Allí atajó en uno de los clubes más importantes del país –el Club Atlético River Plate–, estuvo hasta 2017 en la UAI Urquiza y luego en el interior, donde entrenó con dos equipos masculinos: Estudiantes de San Luis (Federal A) y Sol de Mayo (Liga Provincial). Desde 2015 es una de las arqueras de la Selección Nacional.
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Pero Gabriela no viajó a Argentina sólo a continuar su carrera como futbolista, también realizó sus estudios de posgrado. Es Magíster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural por la Universidad Nacional de San Martín, está cursando el Doctorado en Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires y en 2016 obtuvo una beca por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) para desarrollar sus estudios sobre deporte y género. Es autora de diversos artículos académicos y ha expuesto en varios congresos internacionales. Sus aptitudes con diferentes idiomas, además de ser bilingüe por herencia familiar, la habilitan a realizar trabajos de traducción.
Garton combina la teoría y la práctica; y de este modo analiza y exhibe las desigualdades y los estereotipos de género en el campo futbolístico. Su tesis de maestría fue publicada hace un mes y es uno de los pocos textos que logra superar la burbuja del ámbito académico para circular en el vestuario y en las canchas. Guerreras. Fútbol, mujeres y poder es una herramienta para las jugadoras, es un libro que habla de negociaciones, libertad y solidaridad entre las mujeres. La experiencia de Garton la ubica como protagonista, como arquera y como académica, para batallar el sexismo en el deporte y para ser parte del cambio desde dentro, acompañando e impulsando la reorganización del deporte practicado por mujeres.
Desde su identidad de mujer blanca, de clase media, profesional y académica (una posición en la que no todas las jugadoras se encuentran), Garton contribuye, en territorio, a pensar las dificultades del amateurismo en el fútbol femenino argentino y la necesidad de conformar una estructura de profesionalización, que comprenda a las futbolistas como trabajadoras.
Alex Morgan es la estrella estadounidense más comercial del deporte desde la futbolista Mia Hamm, y es figura fundamental en el destacado desempeño de su selección durante el Mundial (son las últimas campeonas y están entre las candidatas más fuertes a ganar la Copa). Su selección femenina ha sido más exitosa que su contraparte masculina, que no ha conseguido nunca ser campeón. Han ganado tres copas mundiales de las siete que se han jugado desde 1991, más que cualquier otra selección de mujeres en el mundo. En la última década esta selección ha recibido cada vez más atención mediática, al punto de que algunas jugadoras ya consiguieron niveles importantes de reconocimiento entre el público estadounidense, no sólo por sus logros deportivos –la final de la Copa Mundial de Mujeres en Canadá de 2015 tuvo la audiencia televisiva más importante de los Estados Unidos en transmisiones en partidos de fútbol (de varones o de mujeres)– sino también por su estatus de las más “lindas” y más “femeninas”. Morgan es la cara del equipo de fútbol, pero también de marcas como Coca-Cola, Nike y Secret deodorant. Es una sex symbol. Ese es el status que le han adjudicado las marcas.
Su cuerpo es del tipo que se exhibe en las publicidades. Los comerciales que la tienen como protagonista des-enfatizan sus habilidades deportivas, con mensajes ambivalentes, incluso en los de la marca deportiva, donde se la ve pasiva, con movimientos lentos, en poses estéticas y más bien estáticas, una característica tradicionalmente asociada con lo femenino. Más allá de estas representaciones que han resaltado su belleza y sensualidad, y que responden a una femineidad hegemónica, Morgan utiliza el deporte como constructor social y una herramienta de reivindicación. A la vez que varias jugadoras son reconocidas por su aspecto, el equipo también se conoce por su participación política sobre todo en cuanto a su apoyo al movimiento LGBTIQ y su compromiso directo en la lucha por la igualdad de género.
Morgan, con más de 6 millones de seguidores en Instagram, donde mantiene un perfil “cuidado” y profesional, no se desliga de la realidad política: habla en los medios sobre sus diferencias personales con el gobierno de Trump y toma protagonismo en la demanda presentada ante la justicia contra la federación de fútbol de Estados Unidos por discriminación salarial. Aunque el mercado quiera correr a Morgan de ciertos escenarios y mantenerla en una posición conciliadora, ella invita a pararse y luchar unas por las otras.
Banini, Marta, Garton y Morgan. Mujeres de países distintos, con trayectorias, formaciones y condiciones disímiles pero con un objetivo en común que es el motor de este Mundial más allá de salir campeonas. Ellas, unidas por la rebeldía, salen a ganar el partido más importante: nivelar la cancha y lograr la equidad de género.