Igualando el peor resultado de su historia, la selección cubana de fútbol sucumbió de manera estrepitosa (8-0) ante su similar de Rusia este lunes en la ciudad de Volgogrado. La presentación antillana terminó reabriendo viejas heridas entre la afición. Los seguidores del fútbol cubano no encuentran una explicación razonable a que no se hayan convocado figuras de peso para un cotejo contra un rival tan superior.
Hacer un análisis de lo que fue el partido está de más. Bastaría con releer el que se haya hecho sobre cualquiera de las últimas presentaciones de la absoluta cubana, porque es como ver el mismo encuentro, con diferente marcador: dificultades para salir jugando desde la defensa, nula circulación de balón, incapacidad para eslabonar varios pases consecutivos e ineficiencia palpable en la generación de jugadas de peligro caracterizaron el juego de los pupilos de Yunielis Castillo.
Y la culpa no es de los jugadores, por supuesto. Nadie quiere verse superado, a nadie le gusta perder. Y si de algo podemos estar seguros es que quien viste la camiseta del equipo intenta dar lo mejor de sí. Solo que, cuando las diferencias de nivel son tan abrumadoras, dar lo mejor de sí sigue siendo insuficiente.
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Los cuestionamientos deben estar dirigidos a aquellos que decidieron ponerle el uniforme de la absoluta a varios futbolistas que —a todas luces— no tienen el nivel ni la experiencia mínima requeridos para ser parte de una selección nacional; a los que decidieron que era momento de darle salida a jugadores que siguen siendo, con diferencia, de lo mejor que tenemos en sus demarcaciones; a los que incluyeron en una convocatoria de selección a futbolistas que ni siquiera son titulares en equipos de la liga amateur de Cuba; a los que, incluso después de conocer las lesiones de Yosel Piedra y Cavafe, permitieron que su orgullo fuera más grande que su competitividad y no rectificaron la convocatoria. Todo esto, para jugar contra una selección que nos saca 130 puestos de diferencia en la clasificación del ranking FIFA.
Aunque pueden intuirse, los motivos de este sinsentido siguen siendo difusos, como todo lo que concierne a la Asociación de Fútbol de Cuba.
Lo único que ha quedado claro tras la desastrosa presentación de los dirigidos por Castillo es que, fueran cuales fueran las causas que derivaron en la salida forzada de jugadores establecidos, no hay otro camino que el de la rectificación.
No puede, nunca más, tomarse como criterio de inclusión en una convocatoria de la selección nacional otro que no sea el deportivo: ni renovación, ni foguear jugadores noveles, ni explorar mercados.
Nada justifica que el fútbol cubano experimente tan estrepitoso retroceso después del pequeño —pero notable— salto que se venía dando tras la llegada de los legionarios en marzo de 2021 y que tanto había ilusionado a la fanaticada. Mucho menos si tenemos en cuenta que la próxima competición oficial que enfrentará la absoluta cubana es la eliminatoria con mayor cantidad de plazas mundialistas en la historia de la CONCACAF.
A esa competición hay que llegar con los mejores jugadores del momento, y no con los que serán los mejores dentro de varios años.
¿Cuántos desmanes en torneos anteriores se han intentado minimizar bajo el argumento de que el verdadero objetivo es la Eliminatoria Mundialista? Parece que ya cambió el objetivo; o que simplemente eran solo eso: justificaciones.
Seguramente habrá —porque siempre los hay— quienes intenten justificar este sinsentido bajo el argumento de que los futbolistas que faltaron no habrían cambiado mucho. Más allá de que es una tesis improbable, me permito diferir.
Quizá no habrían cambiado el hecho de perder por goleada, pero probablemente sí el marcador, o por lo menos las formas. Un 8-0 es demasiado. Y, de cara a la opinión pública mundial, que no conoce que fuimos a Rusia con un equipo alternativo, la imagen de nuestro fútbol y nuestro deporte en sentido general se lacera de forma innecesaria.
Tampoco han sido pocos los que han querido encontrar explicación a la presencia de tantas “figuras noveles” bajo el supuesto de que se buscaba mostrarlos a clubes profesionales. Este argumento se desmorona ante los hechos. Solo dos de ellos, Alejandro Delgado y Orlando Calvo, jugaron los minutos suficientes para mostrarse; entre los seis jugadores que entraron de cambio, solo sumaron 108 minutos en cancha y tres de estas supuestas “promesas” que querían mostrar ni siquiera saltaron al campo. En cualquier caso, ante la palmaria superioridad del rival, poco o nada iban a poder mostrar, y no había que esperar al partido para saberlo.
Tras todo lo sucedido dentro y fuera de las canchas en estos días, la afición vivirá semanas de pura incertidumbre, pues no será hasta la próxima fecha FIFA (ya en 2024) que sabremos si el mar de despropósito que fue esta convocatoria es algo meramente circunstancial, o una más de esas aberraciones tan habituales en el deporte cubano, como aquel retiro forzado —que hoy se reconoce como error— de una de nuestras mejores generaciones en el béisbol.
Esperemos que se rectifique ahora, que todavía se está a tiempo, y que no conviertan la crítica en el enemigo que justifica la intransigencia y la inflexibilidad. Que no sea esta una de esas decisiones que, por soberbia, no se pretende cambiar, incluso si para ello deben sacrificarse los resultados.