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Cuando pensábamos que el fútbol cubano había tocado fondo, que no había más nada que perder, la realidad volvió a golpearnos en el rostro: Bermuda, un país de 64 mil habitantes, nos ha dejado fuera del Mundial. ¿Quién habría imaginado semejante escenario en enero de 2024, cuando vimos por primera vez el grupo tan asequible que nos había deparado el sorteo? ¿Quién habría imaginado, en enero de 2021, cuando Cuba trajo a sus primeros legionarios, que cuatro años después estaríamos en el mismo atolladero?
Tras haber derrotado a Antigua y Barbuda (0-1) en la penúltima fecha, a Los Leones del Caribe les bastaba un empate en casa ante Bermuda para instalarse en la fase final de las Eliminatorias Mundialistas de CONCACAF, instancia a la que no accedíamos desde el proceso clasificatorio de España 1982. Y, si bien un análisis comparativo de ambas plantillas nos situaba como claros favoritos, el nivel de juego que venía mostrando el equipo bajo el mando de Yunielis Castillo dejaba una puerta abierta a la posibilidad de ser sorprendidos.
Pero la oportunidad la aprovechó un rival que, sin tener los nombres que teníamos, se veía muy bien trabajado, consciente de sus limitaciones, con un entendimiento meridiano entre sus líneas y que incluso parecía por momentos tener una velocidad más que los nuestros en el traslado del balón.
Abrieron la cuenta al minuto 6 del partido, en una desatención defensiva que Djair Parfitt-Williams remató con displicencia entre las piernas del arquero Yurdy Hodelín. Tras el gol, Cuba comenzó a controlar el partido a través de la posesión, aunque sin muchos más recursos que lanzar balonazos estériles a Yasnier Matos sobre la banda.
En la segunda mitad —vaya a saberse si por méritos propios o porque a Bermuda le bastaba el 1-0— el cuadro cubano comenzó a verse más asociativo en la tenencia del balón. Tanto así que parecía cuestión de tiempo que los muchachos nos regalaran el necesario empate. Y así fue, al minuto 57, tras una buena combinación entre Orlando Calvo, Marcos Campo y la nueva sensación Jorge Aguirre, este último anidó la esférica en el arco defendido por Dale Eve, para el delirio de los parciales cubanos reunidos en las gradas del Antonio Maceo.
¿Cuba al Mundial de fútbol? Entre la oportunidad histórica y las decisiones polémicas
Aun después del gol, los nuestros continuaron controlando la esférica más allá de su mitad de cancha. Aunque esto no lograba traducirse en jugadas claras de peligro, el hecho de que el balón estuviera lejos de nuestro arco proporcionaba una tranquilidad casi definitiva. El partido parecía controlado.
Sin embargo, el estratega espirituano Yunielis Castillo, aún con 20 minutos por jugar y con el partido completamente abierto, entregó el balón al rival y replegó las líneas hacia campo propio, cambiando la formación hacia una defensa de cinco en el fondo. Para colmo, sustituyó a Dairon Reyes y Jorge Aguirre; los dos jugadores a través de los cuales suplíamos mínimamente las dificultades para generar peligro. Sin estos elementos sobre la cancha y los cambios casi agotados, si caía el gol de Bermuda, sería casi imposible remontar.
Y así fue. Corría el minuto 74, cuando un pase filtrado de los visitantes saltó líneas y encontró a Reggie Lambe. Con la línea de cinco completamente descompuesta, el adversario tuvo todo el espacio del mundo para controlar, frenar y hasta darse el lujo de recortar hacia adentro antes de estremecer las redes custodiadas por Hodelin.
Los minutos restantes fueron la crónica de una muerte anunciada. Y, aunque hubo un claro penal no pitado sobre Willian Pozo, fue Bermuda quien estuvo más cerca del tercero en un mano a mano que el delantero rival estrelló en el travesaño.
Una debacle se concretó en el Antonio Maceo el martes, pero empezó a cimentarse mucho tiempo antes. Desde aquella nefasta convocatoria para el amistoso ante Rusia, cuando se percibieron por primera vez las intenciones de limpiar el vestuario de jugadores “incómodos” y utilizar la selección de todos para los objetivos de unos pocos; convirtiendo la absoluta en el laboratorio de la próxima generación de jugadores. Como si con la actual no hubiese posibilidades, como si el talento pudiera lograrse por la fuerza. Todo esto, a las puertas de las Eliminatorias Mundialistas más asequibles de la historia.
Pero culpar al técnico Castillo sería atacar el síntoma y no la enfermedad. Mucha responsabilidad hay en las oficinas del Pedro Marrero y en las instancias superiores de dirección del deporte cubano. Las condiciones para un cambio de entrenador estaban dadas desde hace tiempo y no se movió un dedo al respecto.
En casi dos años de mandato, al míster le sobraban dedos de una mano para contar sus victorias, no propuso fútbol ni en el corto período en el que sí tuvo resultados, bajó los estándares de inclusión a la selección con su política de priorizar la Sub-20, descendió en la última Liga de Naciones y ni siquiera consiguió nuestra habitual clasificación a la Copa Oro. Al parecer, faltaba sacarnos del camino al Mundial.
Que nadie se sorprenda si lo ve en la próxima fecha FIFA a un costado de la cancha. Y ya que no nos jugamos nada, entonces sí, con toda la Sub-20 disfrazada de selección mayor, empezando la renovación a gran escala que siempre han querido hacer.