Era un secreto a voces: España ya no es Furia ni es Roja. No por gusto jugaron de azul opaco su primera final del Mundial de Qatar, de la cual salieron con billete directo al aeropuerto tras un partido pálido, como su uniforme. Al Rayyan fue Moscú, y el estadio de la Ciudad de la Educación fue una tumba muy parecida al Luzhnikí, salvo por el hecho de que la ceremonia luctuosa estuvo a cargo de un portero canadiense de origen marroquí y no de un ruso.
Yassine Bounou, nacido en Montreal, criado en la cantera del Atlético de Madrid y con más partidos en España que el propio Unai Simón, detuvo los penales de Soler y Busquets, y vio como Sanabria se estrellaba con el poste tras debutar unos minutos antes de la tanda. Para el león más fiero del Atlas, daba la impresión de que aquello era un duelo más de La Liga y no la definición de octavos de un Mundial.
Sobrado de confianza y hasta sonriente, Bono —así le dicen los españoles de Zaragoza a Sevilla, pasando por Girona— dejó en cero al equipo de los mil penales lanzados antes de la Copa, lo cual podría ser culpa del streamer Luis Enrique, que puso a tirar al quinto cobrador del Barcelona y a dos “tíos” que en estos menesteres no tienen ni voz ni voto en las peleas de Mbappé, Messi y Neymar en el PSG. Y no, que no nos engañen, ya sabemos que los penales en los entrenamientos son entretenimiento.
Marruecos, por el contrario, mostró una visión fría y calculadora. Dicen que nunca habían ganado una tanda de penaltis, pero en Qatar fueron amos y señores. Sabiri, Ziyech y Achraf burlaron a Unai Simón y desataron una fiesta de grandes magnitudes tanto en Rabat como en la Puerta del Sol; en España los marroquíes se cuentan por cientos de miles.
La locura es lógica. Solo tres países africanos (Camerún en 1990, Senegal en 2002 y Ghana en 2010) habían conseguido el pase a cuartos de final en la historia de la Copa, hasta que Marruecos le usurpó a España los goles, el uniforme rojo y la furia.
No obstante, el tiro de gracia fue una sutil obra de arte de Achraf, quien selló los penales con un suave toque al centro de la portería, un esbozo de Panenka que no lo fue porque el chico, madrileño de nacimiento, prefirió no hacer leña del árbol caído.
Ya suficiente era el bochorno de 120 minutos tocando el balón sin más objetivo que ese: tocar, tocar, tocar, morir, morir, morir. El show, al margen del esfuerzo y el desgaste de los españoles, fue insufrible, una prueba más de que dominar la posesión y mover la pelota en campo rival no es suficiente para ganar. Sin profundidad no hay paraíso; lo deberían saber tras una década sin ganar nada, perpetuando un modelo sin los ejecutores de antaño.
En Qatar, la selección de Luis Enrique (nunca mejor dicho) no tuvo chispa, lucidez, ni rapidez. Avanzaron, paso a paso, con un ficticio cartel de favoritos, escudándose en una goleada que fue puro espejismo. Ni España era tan buena como en el partido frente a Costa Rica, ni Costa Rica era tan mala como en el duelo contra España. El Mundial lo demostró.
Pero la prensa desde la península insiste en la fantasía de que el equipo se derrumbó en los penales, obviando los pasajes oscuros frente a Japón, Alemania o el propio Marruecos, que solo necesitó orden y energía para tirar por los suelos de Al Rayyan la pizarra de Luis Enrique. Con este estilo, incuestionable hasta el momento, han fracasado en los últimos años, sobre todo desde que se fueron Aragonés, Del Bosque y los chicos que subieron al olimpo entre 2008 y 2012.
Después de tantas crueles despedidas, es hora de asimilar que resulta muy complicado ganar con una sola idea, sin adaptarse a las circunstancias, sin cambiar con los tiempos. Nada es eterno…
El diluvio calma la sed de Cristiano
Cuando Gonçalo Ramos aprendía a caminar, Cristiano Ronaldo daba asistencias en la Eurocopa de 2004 en Portugal. Cuando jugaba en el Benfica B de la segunda división, CR7 anotaba hat trick a España en Rusia 2018. Cuando hoy fue el sustituto del Comandante, subió de rango en 70 minutos. De soldado a lo que quiera todo el país ibérico.
Lo de Portugal fue un homenaje en activo a su astro, como a un artista que le dedicaran un concierto, una exposición, un ciclo en vida. Donde uno de los más jóvenes del equipo le cantaba “Mis 22 años”. Esos que pasan y pasan y cambian lo que siente Cristiano. Si antes era rabia de no poder marcar, hoy se va volviendo otro sentimiento ante la fiesta de sus compañeros.
Ser el líder absoluto del país formaba parte de su verdad como jugador de fútbol. Así pasó del extremo al centro hasta alternar con el banco de la impaciencia. Era paradójico verlo con el chandal amarillo calentando en la banda mientras Ramos calentaba a los suizos con goles. La muerte y la vida al mismo tiempo, casi como el hecho traumático que sufrió con su familia a mitad de año.
Un tren portugués que lo impulsaba también el veterano Pepe desde la cola. Con su cabezazo se convirtió en el jugador más viejo en anotar un gol en un partido de fase final de Copas del Mundo con 39 años y 283 días. Si la abultada victoria parece sorprendente, quizá tiene su origen en la irracionalidad de Santos, que bendijo a Ramos en detrimento del Patrono de los delanteros del mundo.
Aunque, en realidad, puso al que mejor forma está. ¿Será racionalidad extrema? No lo sabemos, que alguien le pregunte en conferencia de prensa a Fernando. Si sus expresiones son indescriptibles qué sabremos nosotros de sus pensamientos.
En Qatar los carnavales tienen acento portugués. Los lusos no quisieron ser menos que Brasil. Velocidad y potencia contra una Suiza rígida, que no pudo montarse nunca en la parada. La última jornada de octavos de final fue la copia de la anterior: tanda de penales y un baile. Primero, tensión, y luego el goce. Siempre el martirio de unos. Siempre reafirmación de otro equipo para luchar por el trofeo.
Portugal parece favorita ante Marruecos, pero no todos los días llueve. CR7 podrá decir que cuando, con 37 años fue suplente de Portugal vs Suiza, un chico de 21 se convirtió en el más joven con un triplete en fases finales de un Mundial de fútbol desde O Rei Pelé. A Cristiano Ronaldo el diluvio le calmó la sed.
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