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Durante los últimos días, el fútbol cubano ha acaparado titulares en la crónica deportiva, dentro y fuera de la isla. Y no es para menos. La selección Sub-20 de la Mayor de las Antillas protagonizó, en la fase de grupos del Mundial de la categoría que se celebra en Chile, una de las actuaciones más sorpresivas que se recuerden de un combinado nacional en torneos internacionales.
A priori, el grupo que le había tocado en suerte invitaba al pesimismo. Con Argentina, Italia y Australia como rivales, solo quedaba cruzar los dedos y encomendarse a los dioses del fútbol para no regresar de la aventura mundialista con la cabeza gacha y el saco lleno de goles.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Contra todo pronóstico, los nuestros regresan de los Andes con un punto arrancado a la mismísima Italia, cuatro goles anotados en tres partidos y sin haber sufrido ninguna goleada.
El Mundial, eso sí, no comenzó de la mejor manera para los cubanos. Al cuarto minuto de juego, Argentina ya había marcado el primero y la sombra de la goleada empezaba a cernirse sobre el Estadio Elías Figueroa, en Valparaíso.

Sin embargo, la temprana expulsión de un defensor gaucho permitió a los cubanos recortar distancias futbolísticas durante algunos minutos. Aun así, fueron los argentinos quienes ampliaron la ventaja, marcando el segundo gol pese a estar en inferioridad numérica.
Justo antes del descanso, los nuestros descontaron por medio de Karel Pérez. El capitán empujó a placer un balón que había revoloteado por toda el área pequeña tras la salida de un córner, firmando el 1-2.

Ya en la segunda mitad, los dirigidos por Pedro Pablo Pereira se dedicaron más a cuidar el gol average que a buscar el partido. Aun así, Argentina consiguió ampliar su ventaja poco antes del pitido final, con un remate sin ángulo en el que, quizás, el arquero Yurdy Hodelín pudo haber hecho algo más.
Con un resultado más ajustado de lo que cualquiera habría pronosticado para el debut, llegó el segundo encuentro. Como Argentina en el estreno, Italia se antojaba inmensa, inalcanzable. Y probablemente lo habría sido de no ser porque, tras marcarnos dos goles en la primera mitad, una vez más, un jugador rival terminó expulsado. Dos jugadas individuales del prometedor Jade Quiñones sobre Idorissou obligaron al europeo a cometer falta. Dos amarillas y a la calle.

Así, Cuba afrontó la segunda mitad con un hombre más sobre el césped. Y, con la lección aprendida del primer partido, los muchachos se lanzaron con todo al ataque. La estrategia dio frutos: con dos penales justamente señalados por el árbitro —y ejecutados a la perfección por Michael Camejo—, el fútbol cubano firmó una de las mayores sorpresas de su historia reciente al igualar 2-2 frente a Italia.
De esta forma, Cuba llegó al tercer partido con posibilidades reales de avanzar a cuartos de final. Algo que ni siquiera los más optimistas habrían imaginado al inicio del torneo. Una victoria ante Australia, dependiendo de otros resultados, podía permitirnos clasificar como segundos de grupo o como uno de los cuatro mejores terceros.

Pero esta vez el destino tenía otros planes. En un partido de ida y vuelta, con oportunidades para ambos bandos, fueron los del continente austral quienes abrieron el marcador con una inapelable jugada individual, hicieron el segundo tras un error estrepitoso del internacional absoluto Diego Catasus y el tercero a raíz de una desatinada salida del arquero Yurdy Hodelín. Cuba marcó el gol del honor en un centro de Samuel Rodríguez que Alessio Raballo remató de forma poco ortodoxa.
Sin tarjeta roja no hay paraíso, dirían algunos. Y razón no les faltaría. Aunque también habría que recordarles que las expulsiones que nos favorecieron fueron, en todos los casos, reglamentariamente justas y ganadas gracias a la habilidad de los nuestros.

Los cubanitos, en términos de resultados, superaron todas las expectativas. En una isla con la sonrisa extirpada por la penumbra, la gente —por unos días— volvió a sonreír gracias al deporte. Y lo hizo al compás del ritmo menos esperado: el de las pataditas a un balón. Esta vez interpretado por veintiún adolescentes, de aquí y de allá, que tuvieron el atrevimiento de mirar a la historia de frente y decirle: “voy a por ti”.
En los lugares donde muchos de ellos crecieron, los botines de fútbol son un lujo, el balón es cualquier cosa que ruede y la portería son dos piedras en medio de la calle. Enfrente tenían a jugadores formados en las academias del mejor fútbol del mundo; algunos, incluso, con minutos en la primera división de sus respectivos países.
Pareció un sueño, pero no lo soñamos: Cuba no solo fue a un Mundial de fútbol, sino que compitió.