Estando en el staff de evaluadores de libros entregados a la Editorial Capiro para su publicación, un buen día llegó a mis manos una rareza: un libro que historiaba desde la pasión, entre éxitos y avatares, el devenir del fútbol en Cuba, haciendo énfasis en reservorios de fanatismo que se mantiene en la provincia de Villa Clara.
Sabía que era un reto, pero como creo firmemente en que estas historias menudas también completan y hacen grandes la historia toda, y son decisivas en el momento en que cuaja ese entramado psicosocial que llamamos identidad, pues le di el sí y lo propuse para su publicación.
Tiempo después supe (los proyectos de libros llegan de forma anónima a manos de los evaluadores) que uno de los autores de aquel texto titulado Pasiones y nostalgias del fútbol en Cuba era Ariel Lunar, escritor y furibundo fanático del futbol y presidente de la peña Noventa minutos del poblado de Mataguá en la zona de Manicaragua, escrito en colaboración de la no menos vehemente periodista Mayli Estévez. El volumen no fue inicialmente aprobado por Capiro porque a los otros evaluadores nos les pareció publicable, pero finalmente la editorial Mecenas de Cienfuegos dio su consentimiento, lo asumió y pudo llegar al público en la Feria del Libro de Santa Clara este año 2018.
Resulta sorprendente que alguien decida escribir un libro en Cuba con el fútbol como asunto central, sobre fútbol cubano. Pero no un texto que abarque un recuento histórico-estadístico –aunque no falta–, sino escrito desde la pasión, en un país donde “la pasión de las multitudes” es el béisbol, y el fútbol nacional no está ni en los primeros planos de la preferencias de los aficionados deportivos.
Por aquí está entonces una de las primeras virtudes de este libro. Los autores lograron plasmar afectivamente sus conocimientos del deporte en cuestión, en un acopio de cuanto sentimiento han encontrado por aislados puntos geográficos de la zona central de Cuba y su vinculación con clubes legendarios de otras partes del mundo; donde lo pequeño trasciende hasta alcanzar nivel de fenómeno, precisamente por esa pasión que lo autentifica más allá de la rareza o de lo circunscrito.
Nos descubre primero, que tras las preferencias y efusividades beisboleras, siempre han existido cubanos que adoran el llamado deporte de las multitudes con un fervor similar, con la desventaja que sus adoraciones actuales tienen que volcarlas en buena medida, en historias de otros, teniendo en cuenta que no contamos con equipos nacionales relevantes donde incentivar nuestras esperanzas. Pero, y he aquí lo significativo de este libro, nos devela datos que arman, tal vez por primera vez, el acontecer futbolístico en Cuba, descubriendo una historia de triunfos y calidades que comenzó en 1911, fecha reconocida como la del primer partido oficial, dato prácticamente desconocido por las generaciones posteriores.
Para muchos jóvenes que ahora eligen al fútbol como único deporte a seguir hasta el delirio, con la mirada puesta en el Barza, el Real Madrid, el Manchester, el F.C. Bayern, resultará extraño saber que ocho cubanos integraron el Club merengue, considerado el mejor del siglo XX, y que uno de ellos, un villaclareño, Mario Inchausti Goitia fue guardameta también en tres clubes de la Liga Española.
Puede resultar insólito para muchos encontrarse con la información de que en julio de 1952 el Real Madrid desembarcó en La Habana para enfrentarse a dos de los varios equipos cubanos de entonces, el Deportivo Marianao y el Juventud Asturiana.
Entre la lista de asombros podrán encontrar que en 1926 el club Sport la Libertad de Costa Rica contrató al primer extranjero, y ese fue el cubano Frank Mejías. Cuatro años después, en los II Juegos Centroamericanos y del Caribe celebrados en La Habana, el equipo tica perdería por el oro frente a la selección Cubana.
Pero ya en 1927 nos había visitado el más popular equipo chileno, el Colo-Colo. Ese mismo año llegó a Cuba el Nacional de Montevideo, que entre sus integrantes traía a Andrés Mazzali, Campeón olímpico de 1924. En 1938 un equipo Cuba logró reunir ocho mil espectadores en la misma Bogotá para presenciar su enfrentamiento a los temibles Millonarios, el más histórico del fútbol colombiano.
Otros cubanos pasaron a engrosar las líneas de importantes equipos foráneos: Jesús Alonso en el Real Madrid desde el 1935 hasta 1948, Eduardo Sebrango en el Vancouver Whitecaps y el poderoso Montreal Impact de la MSL, y Osvaldo Alonso, la estrella del Seattle Sounders.
No menos sorprendente es saber—gracias a la minuciosidad de estos autores—los pormenores organizativos y competitivos de dos clubes femeninos en nuestro país: Las Baleares de La Habana y Juventud Asturiana, y que un equipo Cuba de mujeres se enfrentó a su similar costarricense en 1952, primero en La Tropical –hoy Pedro Marrero– y luego en el propio país centroamericano.
El libro prueba no solo que estas pasiones siempre ha existido sino que han quedado en mentes y corazones, y en algún que otro papel viejo de los empecinados aficionados, guardado de generación en generación, teniendo Villa Clara un lugar preponderante en esta historia.
En el pueblito de Zulueta en el norte villaclareño, considerada la capital del fútbol en Cuba (único lugar cubano donde existen tres monumentos a este deporte), Nelson Curiel, “hombre quijotesco y de mirada triste a ratos”, según Lunar, no tiene en su modesta salita fotos de familia sino fotos de Boca Juniors y grandes astros del fútbol de ese país como Carlos Tévez, Juan Román Riquelme y Diego Armando Maradona. Guarda como uno de sus más preciados trofeos uno de los balones que Diego tiró para la tribuna de la Bombonera el día en que se despidió del fútbol activo, regalado por un amigo cubano del Pibe de Oro. No se cansa de recordarle a muchos olvidadizos que el Boca Juniors visitó Cuba en el año 1983.
En este mismo pueblo, otro fanático, Karel Guerra, que jugó en el equipo Azucareros de Villa Clara, guarda en su closet pullovers de Argentina, Valencia, Barça, y un ejemplar gastado de la revista Don Balón en cuya portada se resalta el momento en que el capitán del Valencia levanta la copa de la Liga 2003-2004. Otro Zulueteño, Isbel Rodríguez, militó en el Villa Clara, Isla de la Juventud y Azucareros, este último integrado por jugadores villaclareños que no eran convocados por el primer equipo de la provincia y donde obtuvo relentes resultados. Pero él también conserva en una gaveta y con mucho cuidado una camiseta del Valencia que solo enseña a los más amigos.
Conmovedor resulta el testimonio de Israel Iglesia, que ha mantenido el fútbol en Matagúa contra viento y marea, ha cumplido misiones en otros países y siempre vuelve a sus trajines. En su pueblito natal lo admiran verlo ir cada tarde con el saco de balones y seguido por un montón de chiquillos hasta el terreno, entrenarlos hasta que la luz del sol permita y después llevar a cada uno hasta su casa.
O Máximo Alfredo Silverio, el popular Cachito, quien se lamenta de que el fútbol en Cuba, el jugado aquí, ya no tiene la atención y difusión de antes: «Ahora estamos más preocupados por si fulano se queda o si mengano no tiene tamaño, o si hay pocos jugadores de la raza negra». Máximo también atesora un montón de recuerdos, como la camiseta de los pativerdes, puesta con cuidado en un perchero. Y ese periódico de 1953 donde el maestro del periodismo deportivo Elio Constantín dice que en el pueblito de Zulueta estaba el origen de todo y sin Zulueta el fútbol en Cuba hubiera sido otro., o no hubiera sido.
Hombres y nombres de equipos de Cuba, olvidados por algunos, desconocidos por muchos, desfilan en estas líneas: Clidford, Jesús Alonso, Amador García, José Migrañá, Juan Ayra, Amadeo Colaángelo, Paul Rock, Federación de Fútbol Asociado, El Fortuna, Juventud Asturiana, el Deportivo Marianao, Club Atlético de Villa Clara, Santa Clara FC, Deportivo Zulueta, Marineros de Cienfuegos, Azucareros.
Gana el libro la atención del lector, además, por el género escogido, una escritura muy cerca de la crónica, en un estilo que va siguiendo un hilo sentimental, capaz de cautivar hasta los más reacios a estos temas. Lenguaje preciso: costumbrista según el momento, florido cuando lo requiere, mordaz y parco para lograr la contundencia.
Texto ameno, gracioso, conmovedor, un aporte a la recopilación de esas historias que siempre quedan al margen de la historia oficial, podas que no llegan a las escuelas ni a las tesis curriculares, pero no pocas veces dicen más del espíritu de una región que cualquier análisis académico y son otra humanísima forma de encontrar también a la nación.