Vaticinios y esperanza versus realidad objetiva. La fe diluida en el tanque de triple salto. No quisieron las piernas de Leyanis Pérez hacer frente a las cuatro atmósferas de presión que desde su segundo salto impuso Thea Lafond con esos 15.02 metros que devinieron récord nacional y que valieron el primer oro en la historia olímpica de Dominica.
Lafond desató el delirio de su nación, de poco más de 70 000 habitantes, y heredó el trono que por lesión cediera la fenomenal recordista del mundo, la venezolana Yulimar Rojas. Volvió a saltar sobre los 15 metros en un evento clave, como mismo hizo en el Mundial bajo techo de Glasgow el pasado 3 de marzo, cuando se esturó hasta 15.01.
Leyanis no tenía en sus ojos esa mirada felina de la atleta que va a por todas sin importar la lluvia ni la marca de sus rivales, al menos yo no se la vi. De hecho, estaba fría antes de que apretara el diluvio. Tampoco dibujaba esa sed en su secuencia de salto, desde que daba sus primeros pasos en la carrera de impulso atacaba la tabla para hilvanar luego ese brinco-paso-salto que solo la llevó a clavar sus pinchos en la arena a la distancia de 14.62 metros.
Liadagmis Povea, la otra representante cubana, demostró que tiene temple de competencia. Solo que en esta oportunidad no pudo imbricar con precisión la velocidad de su carrera con el despegue en la plastilina, donde cedió hasta 25 centímetros en uno de sus saltos, que le hubieran valido la presea de bronce.
El mejor salto de Lia en definitiva fue de 14.64, acreedor de la cuarta posición en una prueba en la cual se colgaron la plata y el bronce la curtida jamaicana Shanieka Ricketts (14.87) y la estadounidense Jasmine Moore (14.67), respectivamente, ambas con sus mejores registros de la temporada. De eso se trata una final olímpica.
La lluvia ahoga a Leyanis: el medallero de Cuba sigue en blanco
A pesar de que por primera vez Cuba ubicó a dos triplistas en una final bajo los cinco aros, con el resultado se diluyó una de las mayores esperanzas de presea y hasta título de la comitiva antillana en París, que sigue a la espera de un oro que no acaba de vislumbrarse cercano en el horizonte.
La mañana en el Stade de France había deparado dos gratas noticias para la mayor de las Antillas: la clasificación a semifinales de la ochocentista Rose Mary Almanza, dominando su heat de repesca (2:01.54 minutos); y del velocista Reinaldo Espinosa, quien cruzó tercero la línea de meta en su heat eliminatorio con alentadores 10.11 segundos.
Esas fueron notas positivas en otra jornada discreta para la delegación cubana en París, donde el nadador Rodolfo Falcón Jr. no pudo mejorar su marca en los 1500 metros libres y finalizó tercero en su heat eliminatorio, en el que solo se tiraron a la piscina tres hombres. En otro orden, múltiples fuentes informaron sobre la decisión de la remera Yariulvis Cobas de abandonar la comitiva antillana en la capital francesa, aunque todavía las autoridades no habían confirmado nada al respecto.
Volviendo al atletismo, el Caribe tuvo una jornada de lujo. La corona de Lafond en el triple no fue la única noticia relevante de una pequeña isla de la región en Saint-Denis. Ya había lanzado la alerta la hija pródiga de Santa Lucía, Julien Alfred, en la cita del orbe sobre pista cubierta de Glasgow, al coronarse rebajando los siete segundos con 6.98.
Ahora, en la capital francesa, no creyó ni en lluvia ni en el pedigrí de la legión estadounidense, comandada por la reina universal de 2023 en Budapest, Sha’Carri Richardson. Alfred desde el mismo disparo del starter impuso su ley, y con registro personal de 10.72 segundos, el octavo mejor de todos los tiempos, hizo vibrar a sus casi 200 000 coterráneos para sonar la campana reservada a los reyes del campo y pista.
Confieso que lo mío, como lo de millones con la holandesa Femke Bol fue amor a primera “pista”. Desde que la vi correr por primera vez la vuelta al óvalo, no importa si es con o sin vallas, se me antojó la misma reencarnación de Fanny Blankers Koen. Este sábado ese amor alcanzó su clímax, porque la redención existe, y si va de la mano de un batón mejor.
En una lección de cómo tener cuatro pulmones, piernas de acero y burlarse de un récord del mundo estampado apenas 24 horas antes por la cuarteta de las barras y las estrellas (3:07.41 minutos), la “Ból-ida” de la tierra de los tulipanes se las ingenió para cubrir una última vuelta al óvalo en 47.93 segundos para darle el oro a su país en el relevo mixto del 4×400 metros. Otro oro que le escamotearon en la jornada a los estadounidenses, Lieke Klaver (49.40) y Bol, con todo y redundancia, fueron las piezas claves de una posta que redondearon con decoro Eugene Omalla (45.30) e Isaya Klein (44.90).
Los norteños (3:07.74) se quedaron con las ganas, en tanto los británicos, con primacía nacional incluida (3:08.01) completaron el podio de premiaciones.
Primeras veces
La fecha olímpica sabatina estuvo marcada por primeras veces. A los habituales dominios raqueta en mano de China en el tenis de mesa y el bádminton, adicionaron en esta oportunidad la primera corona en un certamen individual de tenis.
La agraciada fue la matagigantes Qinwen Zheng victimaria por 6-2, 6-3 de la croata Donna Vekic, y quien antes había hincado la rodilla de la favorita polaca Iga Swiatek. La diversificación del poderío deportivo del gigante asiático va tan en serio como que tras la primera semana de acciones comandan el medallero general con 16 títulos, 12 platas y nueve bronces.
Tan inédito como el triunfo de Zheng ha sido el doblete en ciclismo del rutero belga Remco Evenepoel. Con sus bielas on fire luego de culminar tercero en el Tour de Francia, Evenepoel se las agenció para reinar tanto en la contrarreloj como en la ruta, relegando al tándem francés de Valentín Madouas y Christophe Laporte.
Su imagen tras cruzar la línea de meta, en señal de triunfo con su bicicleta y la torre Eiffel en calidad de cómplices, quedará grabada para la historia. Una en la cual por derecho propio ha escrito y que presagia en el futuro adornará con más páginas de gloria.
Y si de estrenos dorados se trata, hay que guardarle un espacio en estas líneas al pequeño gigante filipino Carlos Edriel Yulo, capaz de abrirse camino al cetro a mortales y giros cuasi perfectos sobre el tapiz en la definición de ejercicios a manos libres de la gimnasia artística. Su puntuación de 15.000 exactos hizo juego a las mil maravillas con sus 1.50 metros de estatura y le valieron para superar a los curtidos y peligrosos Artem Dolgopyat (14.966), de Israel, y al británico Jake Jarman (14.933).
Yulo se convirtió así en el segundo as olímpico de su nación, luego de que la pesista Hidilyn Díaz dominara los 55 kilogramos en Tokio hace tres años.
Leyendas
París está destinada a hacer historia. Desde la propia inauguración, pasando por los escenarios de competencias, y el legado que han venido dejando muchos deportistas, los de la capital francesa serán unos Juegos Olímpicos recordados con creces. Y una verdadera contribución han venido haciendo varias estrellas del músculo, en su condición de leyendas y con performances prácticamente inverosímiles.
Las brazadas de la estadounidense Katie Ledecky no tienen comparación, es como si hubiese estado nadando durante horas en la placenta de su madre y las piscinas fueran su hábitat natural. La librista, poseedora de las plusmarcas universales y olímpicas tanto en 800 como en 1500 metros, no solo se convirtió en la primera mujer en ganar los 800 en cuatro ediciones consecutivas de Juegos Olímpicos, sino que también con su oro sabatino, el noveno en sus vitrinas, igualó a la mítica gimnasta rusa Larissa Latynina.
Ahora en París dominó primero los 1500 con cota olímpica incluida y en los 800 dejó sin opciones a la rocosa australiana Ariane Titmus y a su coterránea Paige Madden.
Igualmente, tras las huellas de Latynina, solo que esta vez dibujando filigranas en el aire anda otra galáctica. Es como si el capitán planeta estuviese conspirando con la diosa Nike para atribuirle poderes sobrenaturales a la gimnasta Simone Biles, que por enésima ocasión rozó la perfección en el caballo de salto, aparato en el cual sus 15.300 devinieron inalcanzables para la brasileña Rebeca Andrade y la también norteña Jade Carey.
Debe estar maldiciendo Andrade una y otra vez el haber coincidido en su carrera con un animal de galaxia como Biles, quien sumó su séptimo vellocino bajo los cinco aros, y que tendrá otras oportunidades doradas en las definiciones de la viga de equilibrio y los ejercicios sobre el tapiz.
Hasta este minuto, con diez metales en sus alforjas, Biles se erige como la tercera deportista mujer más laureada en citas estivales.
Ryan Crouser es una mole de 2.01 metros de estatura y 145 kg de peso. El nacido en Portland, Oregon, parece sacado de una granja en la cual se crio solo a leche y carne, y con el favor adicional de haberse caído en la poción de Panoramix siendo pequeño.
Desde ese mismo instante comenzó a jugar a lanzar las piedras más lejos que nadie, y luego cambiaría esas rocas por balas de 7.20 kilogramos de peso. Entonces no es de dudar que posea el récord mundial absoluto con 23.56 metros, y que para él agenciarse su tercer oro en línea de la especialidad, esta vez con 22.90 metros, más allá de un imposible haya parecido una cuestión de rutina olímpica.
Cuando el cowboy se para en el pequeño círculo de lanzamiento todo lo que hay en la trayectoria de su peso se estremece, no importa si son metros, cintas, o hasta las mismísimas columnas del Partenón ateniense.
Y si hablamos de dioses del Olimpo, dónde dejamos a Teddy Riner, el fenomenal judoca francés que catapultó a su equipo a la corona por colectivos en un duelo de rompecorazones contra Japón. Los galos perdían 3-1, con una solitaria victoria a manos precisamente de su super pesado, pero remontaron y en la pelea de desempate Riner volvió a la escena y sentenció con Ippon al prometedor Tatsuru Saito. Legendario.
De seguro ha habido y habrá otras leyendas dignas de que se refleje su legado parisino. Entre ellas estamos todos expectantes a un gigante de ébano de nombre Mijaín López. El conteo regresivo para su temido ascenso a los colchones continúa. Cuba toda cifra grandes esperanzas en sus tackles y desbalances. Ante tantas otras esperanzas ya diluidas, la lucha emerge como posible bálsamo de gurúes, vaticinios deshechos y rendimientos posibles.
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