Como a la vieja usanza, de la mano de par de brazos pinareños, uno zurdo y otro derecho, Cuba pintó de blanco a la selección universitaria de los Estados Unidos. Cinco por cero. Y ahora la balanza se inclina para los de casa en el tope bilateral. En dos salidas: dos victorias.
Esta última de manera convincente, sin reprimenda, nueve innings que transcurrieron piloteados por un solo comando. A bordo, Urquiola y sus discípulos, en tanto, los del dugout de enfrente no pudieron hacer otra cosa que aplaudir, bajar el rostro y buscar consuelo en la grama del remozado “Capitán San Luis”.
El zurdo Julio Alfredo Martínez fue demasiado para los norteños, una pesadilla, van a soñar con la conspicua parábola de su curva hasta que rocen el delirio. Cuando estén de vuelta, que aterricen y pongan sus pies en el norte, comentarán de seguro que en Cuba hay un muchacho de solo 22 años que no tiene mucha velocidad, que llega a las noventa millas en contadas ocasiones y que en sus primeros lanzamientos luce regado, algo iracundo, pero que pasado ese impasse, ese instante de desasosiego y zozobra, puede metamorfosearse. Puede combinar los envíos que salen enroscados de sus dedos con destino a las torres de luz pero que caen de manera sorpresiva en el centro de la zona de strike, con rectas lisas que no llegan a ser veloces pero que cruzan a los bateadores como la línea de tren que sorprende a la avenida más céntrica de la ciudad.
Eso, en esencia, fue lo que sufrieron los estadounidenses durante los nueve capítulos de este segundo encuentro del tope. Una tortura para su lineup, para el manager VanHorn que abandonó el banquillo después de la primera derrota para irse a fungir como coach de tercera. Una estrategia que a la postre no fructificó en lo absoluto, pues el pitcheo cubano (se podría decir pinareño) no dio margen a la duda, no permitió ni la más mínima insinuación de vulnerabilidad.
A la ofensiva, oportunos pero sin descollar como enuncian nuestros narradores de la televisión nacional, el lineup de Alfonso Urquiola hizo lo necesario para sostener el equilibrio del choque. En total pegaron cinco dobletes, todos de jugadores diferentes y que valieron en su momento para ir remolcando, una a una, cada anotación. Ni el abridor James Kaprielian, ni el relevista Andrew Moore, aguantaron lo necesario sobre el montículo. Ninguno de los dos pudo dominar en los turnos cruciales a la tanda cubana y tuvieron que soportar el brusco chasquido de la bola cuando impactó con la hierba de piconazo y se incrustó contra las cercas para traer las carreras hacia el plato.
Fueron nueve innings soberbios lanzados por el emporio Martínez&Gutiérrez. Nueve ceros colgados en la pizarra del San Luis. Uno tras otro, sin intervalo. Una lechada volátil que alude pavorosamente, casi con ansia, a una supuesta revancha a la barrida que sufrieran los cubanos hace un año atrás.