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En el número 108 de la calle Mujica, en Santa Clara, Luis Rodríguez Crespo levantó un santuario del deporte cubano. “El Coleccionista”, como lo conocen, dio vida a más de medio centenar de álbumes dedicados a atletas nacionales y extranjeros luego de recopilar durante años un sinnúmero de recortes de periódicos y revistas. Yo descubrí aquellos tesoros en algún momento de 2014 o 2015, y uno de los libros que más me llamó la atención fue el de Leonor Borrell, considerada por muchos como la mejor basquetbolista antillana de la historia.
Las imágenes de aquella “torre” de más de seis pies levantándose por encima de todas bajo las tablas eran imponentes, tanto como las historias que se contaban sobre ella, desde su debut en la selección nacional con apenas 16 años hasta sus premios de Jugadora Más Valiosa en cuatro lides panamericanas y su corona de máxima anotadora en el Mundial de 1986.
Igualmente, los cintillos de las publicaciones me trasladaban en un viaje en el tiempo rumbo a una época de esplendor absoluto para el baloncesto cubano que era parte del más profundo pasado. “Cuba, bronce mundial en Malasia”, decía uno de los titulares, en referencia a la única medalla del orbe ganada por un quinteto femenino en 1990. Esa línea parecía sacada de una película de ficción, porque el deporte de las canastas en la isla ya no gozaba de la misma salud.
Sin embargo, el nombre de “El Azote de las canastas” —como se le conocía— me sonaba solo de refilón, quizás porque escribió su historia en una época que yo no había vivido. Recordaba más a su hermano, Lázaro Borrell, un auténtico fenómeno que brillaba en la Liga Superior con Centrales y que, después, emigró a Estados Unidos para convertirse en uno de los dos cubanos con ficha en la mismísima NBA.
De Leonor, en cambio, no tenía demasiadas referencias. Para su trayectoria y palmarés, de ella se hablaba muy poco en comparación con las grandes estrellas del boxeo, el béisbol y el atletismo que brillaron por Cuba en las fecundas décadas del 80 y 90 del siglo pasado.
Por eso, el álbum de Luisito “El Coleccionista” me atrapó enseguida, lo mismo que el libro Medallas al Corazón del colega Joel García, donde aparece una entrevista con la Borrell. En esas páginas encontré más detalles de su carrera y me sorprendió que sus inicios en el deporte ráfaga fueron “por embullo”.
“Cuando iba para la escuela todos los días pasaba por un área de baloncesto que estaba al lado de la casa. Como era muy alta para esa edad —medía 1,62 con 9 años— el entrenador Rafael García Cañizares, más conocido por Abdala, se metía conmigo con una frase de invitación: ‘adiós, baloncestista’. Si digo que me gustaba el deporte mentiría. Era una niña que prefería patinar, jugar yakis, montar bicicleta, trepar en los árboles y nadar en los ríos”, relató en el citado libro.

Ahí también repasó los momentos amargos que vivió después de que su hermano Lázaro decidiera emigrar, un hecho que cambió su vida, al punto de que ni siquiera fue incluida entre las 100 mejores deportistas del siglo en la isla a pesar de tener todos los méritos.
“Es una historia que nunca he podido contar. Él nunca dejó de ser mi hermano y fue baloncestista por mí, porque deseaba ser pelotero. No encubrí ni compartí su actuación de quedarse en otro país, pero la dimensión que se le dio implicó restarle toda validez a mi carrera, como si nada hubiera ocurrido en mis 20 años de baloncesto y como si fuera la culpable de tal proceder.
“Haber quedado fuera de esa lista no es lo más importante, sino que el baloncesto cubano del siglo XX al parecer no existió, porque ni siquiera Pedro Chappé, Ruperto Herrera, Margarita Skeet estaban en la selección, con medallas olímpicas y mundiales incluidas. Fue una injusticia, pero no conmigo, sino con ese deporte”, expresó.
El premio de la inmortalidad
Casi 30 años después de su retiro, Leonor Borrell es miembro del Salón de la Fama de la Federación Internacional de Baloncesto (FIBA). En enero pasado le llegó la notificación de la exaltación y este domingo 18 de mayo, en Bahréin, recibió el premio que la acredita como una de las inmortales de las canchas a nivel mundial.
“Aun no me lo creo, pero es una realidad y lo estoy disfrutando mucho”, dijo Borrell visiblemente emocionada luego de convertirse, oficialmente, en la segunda cubana en este templo. Antes de ella, Ruperto Herrera, medallista de bronce olímpico en 1972, fue exaltado en 2015.
Casi sin poder articular palabras durante la ceremonia, Leonor agradeció a sus padres, guías y admiradores eternos, y a su hija Denise, con quien ha vivido la “hermosa y desafiante” experiencia de ser madre. Por otra parte, tuvo una mención especial para sus hermanos, incluyendo a Lázaro, que justamente la acompañó en Bahréin.
“Este es un honor inesperado. Cuando recibí la noticia no lo creía, mi hermano se lo tomó con más entusiasmo”, aseguró.
Uno de los momentos más emocionantes de su discurso llegó con la mención a quienes la acompañaron en los tabloncillos, demostrando su fidelidad al espíritu colectivo que debe siempre imperar en el baloncesto: “Gracias infinitas a todas mis compañeras de equipo, desde Santa Clara hasta la selección nacional de Cuba. Este reconocimiento lleva mi nombre, pero pertenece a todas. Juntas vivimos triunfos y derrotas y este Hall of Fame es para ellas también”.
La clase de 2025 del Salón de la Fama incluye, además de Leonor Borrell, a auténticos cracks de la duela. Encabeza este grupo élite dentro del baloncesto mundial el español Pau Gasol, leyenda de la NBA y de la selección ibérica que ganó tres medallas olímpicas y el oro mundial en 2006. También han sido premiados Alphonse Bilé (Costa de Marfil), Andrew Bogut (Australia), Ticha Penicheiro (Portugal), Ratko Radovanovic (Serbia) y los estadounidenses Dawn Staley y Mike Krzyzewski, este último como coach.

Para ellos, el secretario general de la FIBA, Andreas Zagklis, tuvo palabras de elogio: “La FIBA ha establecido el Salón de la Fama para honrar a quienes hicieron posible el deporte. Eran 192 y ahora son 200 con esta clase tan especial de 2025. Hemos tenido la suerte de presenciar a estas ocho increíbles personalidades. En nombre de la FIBA, gracias. No solo son miembros del Salón de la Fama, sino que son miembros distinguidos de la Familia FIBA para siempre y una inspiración para las generaciones venideras”.
Leonor Borrell en el visor de los expertos
Tras la exaltación de Leonor Borrell al Salón de la Fama, consultamos con cuatro especialistas de mucho recorrido en el periodismo deportivo sobre la trayectoria de la villaclareña, su legado e impacto en la historia del baloncesto cubano.
Charly Morales
“Para poner en relieve el mérito de Leonor Borrell basta mirar a sus compañeros de promoción: Dawn Staley, Pau Gasol, Andrew Bogut, todos brillantes a nivel de selección, pero en cuya elección pesó también su desempeño en escenas donde la cubana no pudo lucirse, o sea, las ligas profesionales. Yo no tengo dudas del impacto que habría tenido la Borrell como power-forward en Italia, Rusia o España…¿quizás la WNBA?
“A mí me recordó siempre a Cheryl Miller, por su versatilidad para anotar, ser una pívot tradicional, pero capaz también de jugar mirando al aro y con gran tiro de media distancia. A eso súmale su liderazgo y que marcó un precedente en su posición para otras buenas jugadoras altas que la siguieron, como Yamilé Martínez.
“Una anécdota aparte: poco después de empezar a trabajar en Prensa Latina, cuando estaba en el quinto piso del Minsap, un día vi horrorizado que Leonor estaba vendiendo fritas junto al DiTú de la feria de La Rampa, y eso que ya le habían dado un apartamento en Fama y Aplausos (Infanta y Manglar). Se lo comenté a un periodista del Inder y su respuesta fue ‘¿Y? Ella tiene que pagar la gasolina’. Cosas de Cuba. Yo entonces no concebía que la mejor baloncestista de la historia de Cuba tuviera que hacer eso”.
Héctor Miranda
“Yo seguí siempre a Leonor Borrell, porque en una primera parte de mi vida que estudié en Santa Clara ella era una sensación, lo más dominante que había en el baloncesto cubano entre las mujeres. No tenía comparación. Cerca de las tablas ella cogía todos los rebotes ofensivos y defensivos y halaba al equipo. Aquella selección de Villa Clara con ella era muy dominante, ganaban casi siempre, a pesar de que Ciudad Habana tenía a Bárbara Becker, Margarita Skeet y otras jugadoras buenas.
“En competencias internacionales recuerdo el Mundial de 1986 en la Unión Soviética, donde fue la líder anotadora por delante de la china Zheng Haixia, una jugadora bestial de más de dos metros y 100 kilos de peso. Leonor habría sido tranquilamente jugadora de la WNBA en Estados Unidos, porque además de ser buena bajo las tablas, se movía bien en el juego de campo”.

Ricardo López Hevia
“Hablar de Leonor Borrell es hablar de la mejor basquetbolista cubana de todos los tiempos. Lideró una generación que, sin dudas, todavía hoy puede presumir de ser la de mayores resultados para ese deporte en la rama femenina. Fue una atleta altamente competitiva, con un excelente tiro de la media, sumado a unos buenos movimientos bajo el aro y una defensa férrea. Por todo eso se ganó el crédito como la más integral.
“También sumaba liderazgo. En los momentos épicos era quien pedía el balón siempre y buscaba las soluciones para el equipo. La recuerdo con arrolladoras penetraciones hasta el aro con grandes pasos; dejaba a las contrarias en el camino con una facilidad tremenda. Mujer callada, serena, siempre centrada en su juego. Dominó por mucho tiempo el baloncesto en el área a nivel centroamericano y panamericano en una época de grandes jugadoras en Estados Unidos y Brasil. Ella fue la diferencia en esos equipos cubanos que también tenía otras estrellas muy hábiles y seguras”.
Raúl Rodríguez
“En Leonor se unían habilidad, inteligencia y elegancia sobre el tabloncillo. Era un tren bajo las tablas. Fue la líder de una generación excepcional del básquet femenino cubano, que logró hazañas como una medalla mundial y un triunfo ante el poderoso equipo de Estados Unidos en Juegos Panamericanos.
“Aunque era una jugadora que pensaba primero en el equipo, en el orden individual siempre estuvo entre las primeras encestadoras en cuanto torneo participó, incluido el Mundial de 1986.
“Ella dijo sentirse sorprendida, pero con su exaltación se hizo justicia con una jugadora que, además de sus virtudes en la cancha, resaltó por su disciplina, dedicación y entrega, y es además un reconocimiento al básquet femenino cubano, que en las décadas de los 70, 80 y 90 plantaba cara ante los mejores del mundo.
“La connotación de su premio ha sido tal, que, aunque desde hace varios años Leonor y su familia emigraron a Estados Unidos y residen en Miami, la cuna del exilio, los medios de prensa cubanos se hicieron eco de la noticia y hasta el propio presidente del país la felicitó, un hecho inusual para los deportistas y personalidades que emigran”.