Hay barreras difíciles de romper, ya sea por estereotipos sociales, prejuicios o tozudez. Para ratificar la afirmación basta volver la mirada al deporte cubano y la demorada aprobación de la práctica oficial y “masiva” entre mujeres de la halterofilia, la lucha o el boxeo.
Hecho a medida parece aquel refrán popular de “tanto va el cántaro a la fuente hasta que se rompe”. Esa ha sido la realidad de dichas disciplinas, un constante embestir de Quijotes contra molinos, hasta que en 2006 las máximas autoridades de la nación, incluida la hasta entonces reticente Federación de Mujeres Cubanas (FMC), dieron luz verde para oficializar la práctica extensiva de las dos primeras especialidades.
Fue un banderín bajado como en pleno circuito de Fórmula 1, pues a la vuelta de pocos meses asomaban los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Cartagena de Indias, Colombia, a los que lógicamente se asistió con equipos prácticamente improvisados.
En el caso de la lucha, recuerdo que se “enrocaron”, provenientes del judo, un grupo de chicas con tanta osadía como ganas de imponerse, pues en el momento del cambio de modalidad eran segundas o terceras figuras en los tatamis, donde la rivalidad era mayúscula y las opciones de asumir la titularidad en sus divisiones muy reducidas. Hablamos de las pioneras Catherine Videaux, Lisset Hechevarría, Yaqueline Stornell, Yamilka del Valle, Sheila Espinosa, Yaritza Abel y Cándida de Armas, por solo nombrar a las de mayor calibre.
En el estreno en suelo cafetero Abel (63 kg) y Hechevarría (67) se agenciaron sendos títulos, en tanto Espinosa (55) fue plata y del Valle (51) y Yagnelis Mestre (59) conquistaron bronce y redondearon el sonado botín de aquel estreno internacional.
Así transitaron por un ciclo que vio emerger a la propia Lisset Hechevarría (72 kg) como la primera mujer capaz de colgarse una presea a nivel continental, con su bronce en los Juegos Panamericanos de Río de Janeiro 2007.
La irrupción en el contexto olímpico tardaría un poco más. No sería hasta Londres 2012 que Catherine Videaux (63 kg) podría embarcarse en representación de las chicas, con una octava plaza que pudiera considerarse exitosa dado el listón de calidad de una cita bajo los cinco aros.
Ya inmersos en la “salsa olímpica” y con el reloj acelerado toca desembarcar en los colchones del Champs de Mars Arena, donde el 7 de agosto de 2024 Yusneylis Guzmán, “La Chiqui” de los 50 kg, finalmente dio la clarinada.
Con toneladas de sacrificio insospechado, la guía certera del avezado entrenador Filiberto Delgado y 100 gramos fortuitos decretaron la descalificación de la india Vinesh Phogat y el avance de la capitalina a la discusión del título. Guzmán emergió como la primera gladiadora de la Mayor de las Antillas capaz de colgarse una presea en tan excelso panorama. A su épica plata se sumaría cuatro días más tarde el bronce de su coequipera Milaymis de la Caridad Marín (76 kg).
Un viaje de 18 años desde aquel 2006 hasta la Ciudad Luz, disímiles batallas y muros tardíamente derrumbados hasta atestiguar el esplendor de las preseas.
Dos ases por dentro
Aunque la influencia de diversas variables ha disminuido cada vez más el poder de fuego del movimiento deportivo cubano, todavía quedan atletas que prueban el tradicional empuje y potencialidades de nuestros efectivos. Yusneylis y Milaymis son la viva expresión de ello.
Gracias a sus hazañas olímpicas parisinas, sumadas a la gesta del pentacampeón grecorromano Mijaín López (130 kg) y sus coequiperos clásicos Luis Alberto Orta (67) y Gabriel Rosillo (97), la lucha, de manera inobjetable, se convirtió en el mejor deporte cubano en 2024.
Para dimensionar el rendimiento de Yusneylis y Milaymis, cabe acotar que al concurso en la capital francesa solo pudieron inscribirse las 16 mejores luchadoras de cada una de las seis categorías de peso. Milaymis sacó su boleto a tackle limpio, avalada por su quinto escaño en la edición mundialista de Belgrado (septiembre de 2023), en tanto “La Chiqui” se agenciaba el pasaporte a sangre y fuego en el clasificatorio continental de las Américas ocurrido en Acapulco, México.
Hay elementos distintivos que las llevaron a a alcanzar semejantes rendimientos y que, como detalle fundamental, pueden definir su proyección de cara a un cuatrienio que tendrá su clímax en Los Ángeles 2028.
“La Chiqui”, como todos conocen a Guzmán, transitó por la otrora sólida pirámide del alto rendimiento cubano. Su punto de partida se ubica en el área especial de Santa María del Rosario, en el capitalino municipio del Cotorro, donde comenzó a los 12 años su aventura en la disciplina de los tackles y desbalances
Su determinación ante cualquier rival, su explosividad en las entradas y el control de sus oponentes en la postura de pie se cuentan entre sus principales recursos; además de que tácticamente, a sus 28 años y con la conducción certera de Filiberto Delgado, ha crecido mucho. Por otra parte, físicamente es una atleta que ha padecido pocas lesiones severas en más de tres lustros de exigencia en el alto rendimiento.
Aún su arsenal tiene margen de mejora, pues la defensa a las piernas (sobre todo la adelantada, cuando está en el combate de pie), la capacidad de desbalancear en cuatro puntos, y la resistencia a la fuerza en el epílogo de los combates son elementos a fortalecer.
Su mejor torneo hasta ahora, más allá de París, fue el de los Juegos Panamericanos de Santiago de Chile: dos superioridades técnicas, una pegada y solo dos puntos recibidos en la final como parte de cinco actos de batalla.
“La Chiqui”, de a poco, ha ido colándose en la élite de una división cruenta, como suelen ser en general las categorías bajas de peso. Así da fe su actual sexto escaño (35 mil puntos) del ranking universal de su categoría, comandado por la china de 25 abriles Ziqi Feng, bronce en París, plata asiática y as en la parada de la Serie Mundial celebrada en Polonia durante el Polyák Imre & Varga János Memorial.
A los colchones angelinos, de seguir el curso natural del actual ciclo olímpico, Guzmán llegaría con 32 años, una edad que si bien es avanzada no es obstáculo para mantener en niveles elevados sus capacidades físicas y técnico-tácticas. Baste acotar que la estadounidense y actual reina bajo los cinco aros, Sara Ann Hidebrandt, se coronó poco más de un mes antes de cumplir los 31 abriles.
En tanto, Milaymis para mí es el “ciclón de Tallapiedra”, área especial donde precisamente la capitalina de apenas 23 primaveras explotó un colchón por primera vez. Y digo explotó porque Marín ha sido una especie de kriptonita desde sus inicios.
Estando en la Eide, paseaba la distancia en todas sus peleas, y al llegar a la preselección nacional con apenas 15 años comenzó un “quítate tú para ponerme yo” con la establecida Mabelquis Capote, que en definitiva la vio emerger como primera figura de los 72 y luego 76 kg.
Es una tromba sobre el colchón. Tacklea, voltea, proyecta con presa a dos brazos y es temible con su oguchi. Quizá esa misma explosividad furibunda le ha pasado factura en ocasiones, aunque siendo sinceros casi ninguna otra gladiadora a su edad, a excepción de la nipona y titular parisina Yuka Kagami, ostenta el palmarés de Milaymis.
En 2018, de forma rutilante (32 puntos a favor y solo uno en contra en cuatro actos) se impuso en los Juegos Olímpicos de la Juventud de Buenos Aires, Argentina. Apenas contaba con 16 años. Por si eso no bastara, en la temporada de 2019 barrió por partida doble y sin margen alguno a dudas tanto en el Mundial juvenil de Estonia como en el sub-23 de Hungría. De nueve combates saldó cuatro por pegada.
¿Qué hay por mejorar? Ganar un tanto en la fidelidad táctica, control de los tiempos y, por consiguiente, en el manejo de los pleitos; elevar su defensa sobre el tapiz y seguir incorporando recursos y experiencia competitiva de rigor supremo.
Indiscutiblemente, la actual sexta (32.100 rayas) del escalafón universal en feudo de la kirguiza Aiperi Medet (46 mil) será la portaestandarte indiscutible de la lucha femenina cubana en Los Ángeles, aunque siendo exhaustivos, ninguna de sus principales adversarias actualmente —exceptuando a la turca de 33 abriles Yasemin Adar—, supera los 27 años de edad.
Revisitar la génesis
Para estar claros sobre el real poder de fuego de la lucha femenina cubana y la desventaja con la que han ido al ruedo de la inserción en la élite del orbe, baste señalar que en el lejano 1987, en la ciudad noruega de Lorenskog, tuvo lugar la primera edición mundialista de esta disciplina. Sin embargo, no sería hasta Atenas 2004 que irrumpirían las féminas en el excelso panorama del olimpismo.
Desde entonces, Japón ha sido una de las principales potencias de esta especialidad, con nombres como los de las legendarias Kaori Icho y Saori Yoshida, cuádruple y triple monarcas en estas instancias, respectivamente. De hecho, en París se agenciaron cuatro de los seis cetros en disputa en dicha modalidad, dejando los dos restantes en poder de Estados Unidos.
Cuba en París 2024, más allá del rendimiento y las urgencias
De vuelta al panorama cubano, después de la mencionada ruptura del hielo en 2006, no sería hasta 2010 que se extendió la práctica de la lucha femenina a todas las Eide. Entonces, con el empuje de Rodolfo “Popi” Alfonso, Elio Garraway y varios otros preparadores fue germinando el poderío que tardaría entre tres y cuatro ciclos en dar frutos de consideración.
En ese sentido, merece la pena soslayar el bronce de Lienna de la Caridad Montero (55 kg) en la cita universal de 2018 en Budapest, Hungría. Fue la primera en acceder al podio en un Mundial absoluto de la especialidad.
A sangre y fuego, la lucha femenina cubana se ha abierto camino en la élite, pese a los años de desventaja, la poca participación en certámenes de nivel superior y otros agravantes de índole económica y de infraestructura. Con todo eso a cuestas siguen cargando la mochila de sueños y éxitos nuestras gladiadoras, y hoy, sin tapujo alguno, podemos decir que tienen bien ganado el cartel de mejor deporte individual femenino en un país con un movimiento deportivo tan raído.