Parada de espaldas, su esbelta figura se torna imponente. Al voltearse, una sonrisa sin ataduras acompaña la presentación. Esa señal en su rostro es, por antonomasia, la exteriorización de su personalidad.
Quizás ese carácter sea consecuencia de una infancia plena en el poblado de Cueto —perteneciente a la oriental provincia de Holguín—, a pesar de los cuidados extras que podía recibir esa niña un poco enfermiza y hogareña que gastaba las horas durmiendo y esbozaba sus planes de domingo en el escenario de la bahía de Nipe.
A ese sitio iba a pasar el rato en familia, con sus padres, la hermana menor y, en ocasiones, algún vecino, mientras fregaban el carro de su papá, amparados por la tranquilidad de ese paisaje nítido asentado entre zonas pantanosas y la frescura de la vegetación que seguramente deslumbró la vista de Cristóbal Colón en 1492.
De vez en cuando también le tocaba cuidar de su hermana, más fiestera que ella, a quien le empañó la noche en algún que otro carnaval simplemente porque el sueño le ganaba la batalla. Paradójico, teniendo en cuenta que, para encarar el futuro, debería estar más que despierta.
Martha Sánchez Zalfrán, como otras tantas de sus compañeras, llegó al voleibol por casualidad. Jugaba baloncesto y recuerda cómo una tarde aparecieron en su casa dos profesores de la EIDE, eclipsados por las condiciones físicas de la joven, para intentar llevarla a la escuela de deportes, pero no precisamente en la disciplina que practicaba.
Algo muy especial debían haber visto esos cazatalentos para arriesgar plaza con una muchacha que nunca había pasado la pelota por encima de la net. Su madre se negó en primera instancia a esa propuesta, no obstante, ella lo tenía decidido y así se lo comunicó a su papá.
En 1985 entró a la EIDE Pedro Díaz Coello. Allí extrañó y lloró, y por primera vez esa sonrisa desaparecía con frecuencia. Era un sacrificio, un ejercicio de crecimiento personal que la llevaría a madurar antes de lo normal si quería sobrevivir en ese entorno de competencia donde la selección natural de Darwin se ponía de manifiesto tarde o temprano.
“Las muchachas que llevaban más tiempo ayudaban, teníamos ‘seños’ en los albergues y al final aprendí muchas cosas que hoy agradezco, pues cuando entré casi no sabía hacer nada. Me gustaba entrenar y asimilaba rápido. A los tres meses ya estaba jugando. Todo es el interés. Para llegar a ser alguien, un referente como Mireya Luis o Regla Bell, sabías que desde el inicio debías enfocarte.”
Al poco tiempo, a Martha ya le seguían desde la ESPA Nacional y no pasaría mucho para que diera el cambio más radical de su vida hasta ese momento: de Holguín a La Habana a formar parte de esa amplia base de jugadoras con condiciones para representar a Cuba en la arena internacional en los años venideros.
Doce horas de viaje para crecer
A varios cientos de kilómetros de su familia, en el municipio capitalino de Playa, la holguinera enfrentaba otro reto y un cambio aún mayor en poco tiempo. Ningún experto le había anunciado el huracán de acontecimientos que alteraría la calma de la existencia hasta ese momento conocida, no obstante, las preocupaciones se le irían pasando a medida que la motivación aumentaba.
“De los juveniles te incluían ya en la preselección y empecé con Ana Luisa Hourrutinier, Josefina O’Farrill y Norka Latamblet, un segundo conjunto en ese momento, pero era como si fuera un equipo nacional y te enseñaban mucho. Norka era impresionante, tremenda central, muy rápida. Después, cuando comencé con la selección a los 17 años fue extraordinario. Estar con Mireya Luis, Magaly Carvajal, Regla Bell, Lily Izquierdo, Tania Ortiz… Dices: ‘Estoy aquí. Tengo que mantenerme’, porque no es llegar, sino mantenerse. Y ellas mismas lo decían, eran súper exigentes con nosotras y aprendimos muchísimo.
Todas tenían tremenda calidad: Regla Bell entrenaba fuerte, había que ver aquello. Siempre explosiva. Yo era bastante explosiva porque no tenía tanta saltabilidad, entonces debía aprovechar otras habilidades. Eso me lo enseñó Antonio Perdomo. También me fijaba en las pasadoras, Lily Izquierdo era muy virtuosa y Mireya Luis lo que tenía eran muelles en las piernas. De cada una siempre trataba de adquirir algo.”
De “Ñico” Perdomo habla con cierta dulzura. El hombre a quien la mayoría de sus compañeras consideraban “un nazi” por sus severos y exigentes métodos de entrenamiento, fue uno de los personajes que más marcó su trayectoria deportiva. Una confianza especial existía entre ellos y narra como si fuera hoy la forma en que él le daba “botellas obligatorias” cuando se le montaba en la moto sin previo aviso, aunque en el terreno el respeto estaba por encima de todo. Lo que dijera el mentor era ley.
“Para mí, Eugenio era un gran entrenador, le debemos mucho, tanto a él como a Ñico, [Luis Felipe] Calderón, [Jorge] Garbey, porque teníamos un colectivo muy compacto. Cada uno cumplía su rol. Con quien más me identificaba era con Perdomo. Fue un padre, me enseñó muchísimas cosas y en momentos de mucho bajón siempre me animaba. Él me decía ‘La China’ y lo quería cantidad. Era recto y algunas le decían cada cosa que para qué.”
La repentina muerte del técnico, el lunes 9 de noviembre de 2009, por un paro respiratorio a la edad de 66 años, la sorprendió en España y reconoce, con voz entrecortada, que lloró mucho. No pudo estar aquí para despedirlo y eso provocaba aún más impotencia.
No puedes fallar
En 1992, Martha Sánchez comenzó a ser fija en la preselección. El entorno mismo se iba transformando y ella, tal vez sin darse cuenta, se metía aquella presión extra por lo que significaba esa lucha para no perder todo lo que había conseguido. Aquí se aplicaba eso de que el tren pasa solo una vez y en sus planes no estaba dejarlo ir.
“Incorporarme a trabajar con Eugenio no fue sencillo. Él era muy exigente y cuando estabas ahí no podías fallar, eso ya no era la EIDE. Para llegar a ser campeona olímpica y mundial, y tener todos los títulos, se necesita perfección total. Si fallabas en un juego, te decía: ‘Venga, para afuera’. Y después, si te daban otra oportunidad, debías aprovecharla, pero al máximo, porque si no, volver a jugar te costaba Dios y ayuda.”
Una incursión internacional importante llegó con el Mundial juvenil de 1993, en Brasil, donde compartió terreno con algunas compañeras que ya habían sido campeonas olímpicas un año antes en la Ciudad Condal. Con el grupo que llevaban, prácticamente era obligado triunfar, pues, pese a la juventud, ese conjunto parecía un seleccionado nacional de primer nivel. “Cuando llegamos de vuelta, casi ni nos felicitaron, pues decían que sabían que ganaríamos. Fue un Campeonato Mundial fuerte y teníamos la convicción de que íbamos a ser las campeonas.”
En lo individual, tuvo pequeños percances con la defensa en la net, uno de los puntos más débiles de su juego: “Era un desastre bloqueando. Cuando teníamos las reuniones técnicas no sabía dónde meter la cara: ‘¡Aquí hay una que no ha puesto un bloqueo en cinco sets!’. Todo el mundo miraba para mí y yo decía: ‘¡Caballero! Que mañana la voy a bloquear, tú verás, no van a pasar por ahí’.
“La que me tocaba defender hacía una acción muy difícil, la jugada en un pie, y nosotras en ese momento no teníamos quien la realizara. Era rapidísima y no daba tiempo. Había que saltar antes y para qué, cuando yo llegaba, ya la pelota había picado. No dormía pensando en eso y me dije: ‘Bueno, espero bloquearla, aunque sea dos veces’. Al final ganamos y no le hice ni un bloqueo a esa rival, sin embargo, logré realizar contactos que sirvieron para que levantara la defensa.”
Por esa época era harto difícil hacerse con un hueco en el equipo Cuba. Estuvo alternando, asistiendo a algunas competencias y, finalmente, quedó fuera de la escuadra que vistió la franela cubana en los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. Expresa que le dolió mucho no participar en esa lid, pues si bien se creía con posibilidades, los entrenadores, que eran los que sabían, tomaron decisiones que acabaron con esa esperanza. Pero no estaba permitido rendirse. No se podía dudar. De todo se aprende y, cuatro años más tarde, Martha tendría su recompensa en Sídney.
En aquel año 96 había participado en el Grand Prix y jugó de líbero, de hecho, fue la primera voleibolista cubana que asumió esta posición. El colectivo técnico, por momentos, empleó el sistema 5-1 y en un partido “Ñico” le dio una camiseta distinta a la de las demás y le dijo:
— Póntela.
— ¿Y esto pa qué?— contestó ella.
— Vas a ingresar por la central ahora, como eres de las que mejor recibe— explicó el coach.
“Entraba por Regla Torres a jugar atrás y lo hice bastante bien. Sin embargo, teníamos un problemita, jugaba de líbero y en el entrenamiento igual debía atacar muchísimo, porque Ñico siempre decía que nunca sabía lo que podía suceder. Y ahí mismo, en la final del Grand Prix en Shanghai, hubo un altercado con las brasileñas, sancionaron a unas cuantas y tuve que jugar de atacadora auxiliar. Como no desentoné empezaron a contar más conmigo en el ataque y rápidamente comenzaron a adaptar a otras jugadoras para que fueran líberos”, explica Martha y añade que se sintió cómoda en aquella faceta fugaz, aunque extraña, porque quería atacar.
En 1998, todavía sin un papel protagónico, sumó a su palmarés el título mundial y, acto seguido, la plata en los Juegos Panamericanos de Winnipeg 1999, cuando cayeron frente a Brasil en el tie break: “Cualquiera de los dos pudo haber vencido, pues jugamos muy bien. Perdimos en un choque intenso. Se nos escapó por errores mínimos y había que jugar a la perfección. Por eso tratamos de enmendar los problemas para la Copa del Mundo y la ganamos”.
Ese oro de la Copa de 1999 lo alcanzaron invictas. Para ella el secreto de resultados tan llamativos está estrechamente relacionado con el exigente trabajo al que se enfrentaban a diario: “Siempre tuvimos excelente preparación física, que ha sido criticada, pero para conquistar una Copa del Mundo o un Mundial hace falta un nivel de concentración elevado. Un punto era un punto y a Cuba todo el mundo le jugaba duro. Para llegar a un nivel tan alto tienes que estar apta técnica y físicamente. Cuando el rival se agotaba, nosotras estábamos frescas en un tie break, porque entrenábamos fortísimo, por eso es que casi dominábamos todo. El colectivo técnico era muy completo”.
Aún sin conseguir un puesto de titular en la selección cubana, entre los años 1998 y 2000 fue a la Liga italiana, quizás un premio a toda esa constancia blindada por la irreversible convicción de seguir adelante. Martha no jugó con sus compañeras Yumilka Ruiz y Zoila Barros en el representativo de Calabria, sino que vistió los colores del conjunto Pallavolo Palermo en su primera experiencia profesional.
A la temporada siguiente se desplazó un poco más al norte, hasta la tierra de la dinastía de los Medici, a la mítica Florencia, en la región de Toscana, para simular con sus remates aquellas innovadoras armas de fuego que el genio de Da Vinci había dejado en sus bocetos. El club florentino Romanelli Finanziaria la acogió en su segunda incursión.
“Jugué una temporada en cada uno y fue satisfactorio. Era muy diferente el tipo de voleibol, porque jugaban 5-1 y el sistema de recibo era distinto al nuestro y debía existir buena coordinación con la líbero. Tenías que llegar y adaptarte.”
Las jugadoras de la isla se insertaban en estas ligas con muchas orientaciones de sus superiores cubanos. Rememora que se llevaban un plan de preparación de Cuba que, años más tarde, en su experiencia en la liga de Rusia con el Dynamo-Yantar Kaliningrado, le traería discordia con los directivos de dicho conjunto. “No querían que hiciéramos pesas antes de los partidos, pero estábamos adaptadas y así me sentía mejor, más fuerte. Lo necesitaba y lo pedía. El rendimiento había bajado y no tuvieron más remedio y lo permitieron”.
Después de la aventura en Italia, se encontraba su oportunidad de participar en una cita olímpica. Esta vez sí consiguió hacer el grupo y, a la postre, ganar el oro bajo los cinco aros. Aunque todavía estaba lejos de ser titular, la lucha por un cupo se antojaba complicada en un conjunto en el que, pese a la unidad reflejada en la cancha, existían algunas diferencias entre las integrantes.
“Había mucha rivalidad y más en un equipo femenino. En mi posición viajaban cuatro y éramos casi ocho. Discutíamos, había cosas feas. Si te digo que todo era bonito sería una hipocresía, pues no fue así. No obstante, si tienes claro lo que quieres y te mantienes entrenando duro, al final pienso que se hace justicia. Siempre hay un Dios en el cielo.
“En el terreno éramos muy unidas. Para llevar a un equipo a obtener todos los títulos habidos y por haber tienes que olvidar los problemas, porque estás ahí por el deporte. Las diferencias se arreglan fuera. Resulta similar a la familia, cuando tienes contradicciones con un hermano, sales por ahí y la gente piensa que todo está bien y no lo está. Cuando hay un conjunto numeroso todo el mundo no se lleva bien, pero en el juego necesitas olvidar y a la pasadora decirle: ‘Hazme el pase’, y ella te exige el recibo. Debes hablar con respeto, respetando para que te respeten. Las diferencias se quedaban en Cuba.”
Previo a la competencia de Sidney 2000, las cubanas ganaron el Grand Prix en Manila, sin embargo, ya en el suelo de la ciudad australiana más antigua, se demostró, como se dice en el argot deportivo, que ningún evento se parece a otro. Las rusas, quienes habían quedado por detrás de ellas en Filipinas, las derrotaron en la primera fase del torneo olímpico y los senderos de la suerte haría que volvieran a verse las caras en un desafío en el cual las Morenas del Caribe no se jugaban solo un título, sino un tricampeonato que nadie había sido capaz de lograr en la historia de las lides estivales.
Martha cumplió el rol que le tocaba como jugadora de banco. Solo se le pedía eso y su compromiso, como el de las otras voleibolistas que no eran habituales, resultaba fundamental para el trabajo precedente a los choques.
“El juego de nosotras era en las prácticas. Dejábamos el brazo en el terreno y aprendimos a sacar saltando, porque si te tocaba jugar con Rusia, que lo hacía así, debíamos hacerlo para que las regulares se ejercitaran. Eugenio reconoció eso en una entrevista, aunque no jugamos, pues en la Olimpiada los técnicos no andaban haciendo cambios y sabía que en el partido para nada íbamos a tocar la bola. Después nos felicitaron por el trabajo realizado en la preparación.”
La visión que tuvo en la banca de ese desafío final no fue para nada derrotista. Es la misma de casi toda esa generación mentalizada con el triunfo y la necesidad de, por todos los medios, jamás encontrarse con el descalabro. “Nunca se tiró la toalla. Se conocía que sería duro. Al estar allí, en el último partido, el partido de cuatro años, había que echarlo todo. El entrenamiento en esa mañana era alegría y estábamos preparadas. Le decíamos a Eugenio: ‘No hay nada para nadie’. Pero como mismo estábamos nosotras estaban las rusas, un rival de gran envergadura al cual respetábamos mucho. Ya ese choque era a muerte. Tras perder los dos primeros sets tan peleados, decíamos: ‘¡No puede ser…!’. Pero estábamos convencidas de que, si nos llevábamos el tercero, las rusas se quedaban. Tercero, cuarto y quinto set. Aquello fue impresionante. Un juego que movió al mundo entero. Era de madrugada y cuando llegamos a la villa todos felicitándonos”.
Un bronce para decir adiós
El próximo ciclo olímpico sorprendería a la atacadora auxiliar con la entrega de un repentino papel protagónico luego de la renovación del equipo. Permanecieron pocas jugadoras con experiencia y debía asumir ahora otras actitudes.
“El camino hacia Atenas estuvo lleno de piedras, pues nos vimos obligadas a empezar con niñas prácticamente en cero. El aprendizaje era más rápido. Tuvimos que hacer un trabajo fuerte Yumilka, Zoila y yo. Éramos como atletas entrenadoras. Se necesitaba un cambio radical y empleamos con ellas muchas cosas que nosotras aprendimos.
“No fue difícil, porque en todo momento fui muy luchadora. Siempre supe cómo llegarle a mis compañeras y eso hice. Eran muchachas adolescentes y tratar con esas edades es complicadísimo. Fuimos rectas, tirando y encogiendo. No me arrepiento, pues poquito a poquito crecieron y después representaron a Cuba.”
Luego de resultados no tan halagüeños en esos primeros años, la prueba de los Panamericanos de Santo Domingo 2003, en tierras quisqueyanas, iba a ser medidor importante de cara al evento bajo los cinco aros presto a celebrarse al año siguiente en Atenas, Grecia. Sin embargo, el oro se escapó ante las anfitrionas, quienes habían subido mucho su nivel y habían sido de cierto modo beneficiadas por un espectáculo que terminó por dislocar a las Morenas.
“Eso fue un show. Estábamos listas para el oro, pero, después de ganar todo, tener que esperar cinco días hasta jugar la final para que fuera el último partido, ocurrió el show de los Panamericanos… Yo nunca había visto eso. Allí no cabía un alma y nos gustaba jugar con público. Durante el enfrentamiento sacaron unos gases y esto provocó un parón como de 40 minutos. Eso, aunque no lo creas, desconcentra. Se reanudó el juego, el grupo se recuperó y al final perdimos. Estábamos arriba, no se hizo el punto que se tenía que hacer y las dominicanas tenían un técnico cubano que nos conocía de pies a cabeza. Sabían lo que íbamos a hacer.
“Pero eso nos sirvió para lo que venía. Después las dominicanas se creyeron que iban a clasificar para la Olimpiada y que nos quedaríamos fuera, pues no. Seguimos preparándonos, cogimos sexto lugar en la Copa del Mundo, estaba bien para el equipo en ese momento, y vino la clasificación olímpica en el mes de diciembre en República Dominicana. Ahí mismo las vencimos 3-1 a estadio lleno y nos clasificamos para los Juegos de Atenas.”
El adiestramiento rumbo a la cita griega se tornó intenso desde el mes de enero de ese mismo año. Hicieron estancia en Guatemala y participaron en varios torneos con algún que otro resultado motivador, aún insuficiente para ser considerado como aval importante en la lid multideportiva. Por primera vez en años no se contaba con Cuba ni siquiera para alcanzar medalla.
“Antes de ir a Atenas, llegamos a una base de entrenamiento en Italia. Afortunadamente nos tocó el cruce en la Olimpiada con ellas, a quienes casi siempre les ganábamos. Fue súper emocionante, porque si triunfábamos, entrábamos entre los cuatro.”
Luego de vencer a Italia en cuartos de final el 26 de agosto de 2004, con parciales de 23-25, 25-14, 25-22, 14-25 y 12-15, en la que recuerda como la mejor demostración de su carrera, cayeron en semifinales contra China, campeón a la postre. La discusión del bronce les pondría de frente un rival conocido: otra vez Brasil. Con el peso de la historia inclinado hacia un lado, las nuevas Morenas, mezcla de experiencia y juventud, sumaron una presea inusitada al medallero de Cuba, tras vencer a la auriverdes tres sets a uno.
“El bronce para nosotras sabía a oro, una medalla de gran esfuerzo y sacrificio. Pasamos mucho trabajo después del año 2000. Estar en la alta competición resultaba muy complicado, pues eran niñas de 14 y 15 años. Cuba lo disfrutó mucho.”
Estar en Sidney sin jugar no fue nada fácil, pues los deportistas, por más que sepan cuál es su papel en determinado momento, siempre quieren estar en la duela, por esta razón ese metal de bronce en suelo helénico tiene un significado especial para Martha. “Esta medalla la disfruté porque jugué. Sabía que era mi última competencia con el equipo nacional, me sentí muy bien y les agradezco a los entrenadores el haberme dado la oportunidad de estar ahí y confiar en nosotras.”
Cuando se le cuestiona el retiro de la selección, explica que es necesario saber hacerlo a tiempo. Luego fue a Rusia y su club terminó en segundo lugar. Pese al frío, pudo crecer mentalmente. Una vez más adaptándose al ambiente y lejos de su país y la familia, con ese tiempo gris deprimente, sin un rayito de aquel sol que la abrasaba en Nipe.
En 2007 Martha terminó la licenciatura en Cultura Física y continuó su andar de auténtica trotamundos, dejando su huella en la ligas de España, Azerbaiyán y Rumanía, donde definitivamente terminó en el año 2013. Después pasó el curso Nivel II Internacional de entrenadora FIVB.
“Cada cual tiene su manera de pensar, pero la parte académica es importante. Después de terminar tu carrera deportiva tienes que ser alguien en la vida. Aunque hay a quien no le interesa, siempre la superación se hace fundamental. Sirve para tu desarrollo.”
Rally point
— ¿Qué ha sucedido con el voleibol en Cuba?
“Muchos problemas desde la base. Te encuentras a veces con algunos profesores que no saben nada de voleibol; aparte de eso la formación no es la misma y existen jugadoras que llegan prácticamente en cero. Entonces, hay que empezar de nuevo la preparación. Y cuando vienes a estar conformando un equipo, se van. Se necesitan años para crear un grupo, si no, resulta muy complicado.”
— Su palabra preferida…
“Soy positiva, me gusta tener personas así a mi lado. Lo positivo es la clave”.
Ante la pregunta de cuál mala palabra repite más, inteligentemente responde entre risas con la palabra que menos le gusta: “La negatividad. No, no, lo negativo pa’llá.”
— Si no hubiese sido jugadora de voleibol, ¿qué le hubiera gustado ser?
“Hubiese trabajado en un círculo infantil, porque me gustan mucho los niños. Y, si no, actriz.”
— El sonido que más la llena…
“El de las olas, el ruido no lo soporto. Disfruto la paz.”
— ¿Cómo desearía que la recordaran?
“Con mucha alegría. El día que me muera no quiero que nadie llore.”
— ¿Cree que se ha valorado lo suficiente a las Morenas del Caribe?
“No, porque aquí casi no ponen nada ni retransmiten un partido, después de tener un equipo tres veces campeón olímpico, de obtener todos los títulos habidos y por haber. A veces la gente lo pide y sería bonito que lo rescaten. Eso emociona, pero no, es mucho fútbol y hay bastantes deportes a los que les deberían dar un poquito más de valía.”
— ¿Qué no le podía faltar a una voleibolista para estar en las Morenas del Caribe?
“Había que tener mucho talento, carácter, porque para llegar a donde llegamos se necesita tenacidad y orgullo deportivo de estar representando a tu país. Para mí fue un honor representar a las Morenas del Caribe, a Cuba y a la mujer latina.”
Siempre positiva, a Martha Sánchez te la puedes encontrar en cualquier lugar con esa sonrisa y elegancia que la caracterizan. No sería raro hallarla caminando por sitios añejos de la Habana Vieja hasta llegar a sentarse en el interminable muro de cara al paisaje policromático que ofrecen los atardeceres en el Malecón capitalino. Allí, en la fusión de tranquilidad y pensamiento, se siente satisfecha con su carrera y con su vida, esa en la que demostró que rendirse o fallar no fueron nunca una opción.
*Esta entrevista forma parte del libro Tie Break con las Morenas del Caribe, que será publicado por UnosOtrosEdiciones. Vea la serie completa: