Nueve en punto de la mañana. Barrio de Santos Suárez en el habanero municipio 10 de Octubre. El número 212 corresponde a una casa grande, algo despintada. De la puerta te separa una reja, el jardín, escalones pequeños y uno de esos portales que le gustan a ella; por el costado debe estar el 212 B, un pasillo de tres o cuatro casas que parece adjuntarse a la residencia. Es imposible llegar a la puerta para llamar. La cerca tiene candado.
El teléfono da timbre. Alguien contesta. Es Mercedes Pomares Primelles, conocida como “La zurda de Majagua”, una de las jugadoras más importantes de la historia del voleibol cubano, capitana de la selección nacional y uno de los pilares fundamentales en la conquista del Campeonato Mundial de 1978.
—Oigo, buenos días.
—Buenos días, Mercedes. Estoy afuera.
—Entra, papa —dice con tono de obviedad— por el pasillo, la última casa.
Ahora sí. Para llegar a su puerta igual hace falta atravesar un enrejado blanco, bien decorado. No hay portal, ni escaleras ni nada. Mercedes está parada en la entrada y con una leve sonrisa abre el camino a su hogar, humilde como ella.
No hace falta cruzar más de dos palabras para darse cuenta y preguntarse en qué lugar de ese cuerpo de 65 años, aún esbelto, se esconden la “guapería” y otros estereotipos que suelen achacar a estas atletas.
Es una casa chiquita, como dice, la que ella tiene, sin lujos. Está vestida para su comodidad, con un pañuelo en la cabeza y al cuello los collares de la religión que profesa, además del deporte.
Nació el 10 de abril de 1954 en Majagua, Ciego de Ávila. Parece no recordar mucho del lugar, solo que de niña le encantaba retozar. Esto bastó para comenzar a dar los primeros pasos en el deporte de la malla alta con el profesor de educación física Sergio Alonso.
“Supe del voleibol en la escuela primaria cuando vi que lo estaban jugando los muchachos. Me gustó cantidad y empecé a practicar. Profundicé y conseguí llegar al Ateneo de Garrido, en Camagüey, donde estaba la Escuela de Iniciación Deportiva (EIDE), con el entrenador Roberto Ponce. Allí aprendí mucho sobre el juego. Nos ejercitaban física y técnicamente”.
Sin embargo, no resultó fácil. Los prejuicios de su padre respecto a la práctica deportiva de las mujeres fueron un obstáculo en los inicios. “Tuve situaciones con él, porque pensaba que eso era de hombres, de marimachos; esa era la palabra empleada en aquel tiempo. Bastantes golpecitos recibí, porque, aunque me lo prohibía, de todas formas me escapaba para ir a entrenar”.
Era cuestión de tiempo que llegara a la preselección nacional. Según recuerda, Camagüey siempre se caracterizó por que las jóvenes más talentosas prácticamente salieran de los Juegos Escolares directo al equipo grande: “Transité por esa etapa y a finales de 1969 pasé para el Cerro Pelado, donde estaban las selecciones nacionales. Acabadita de cumplir 15 años”.
—Decisión Habana. ¿Qué pasó con su padre?
—Vino conmigo y habló con Eugenio George. Vio que había deportistas a quienes admiró mucho en la vida y me dijo: “Bueno, yo confío en ti, así que palante”. Después fue el mayor fan de mi carrera.
—¿Cuánta diferencia había entre la EIDE de Camagüey y la Escuela Superior de Perfeccionamiento Atlético (ESPA)?
—Mucha. Ya en la ESPA era alto rendimiento. Conocí a Miguelina Cobián, a Enrique Figuerola y otros atletas que tenían renombre. Decía: “¡Ohhh!, yo entre tantas estrellas, no puedo quedar mal”. Los entrenamientos con Eugenio eran fortísimos. Había una gran diferencia en ese aspecto. Además, nunca había venido a La Habana y fue grandioso, porque todas queríamos llegar a las manos de Eugenio, y eso solo podía pasar en la capital.
“La zurda de Majagua” comenzó a practicar con Eugenio George, pero todavía no estaba Ñico Perdomo. Aún se encontraba con el conjunto nacional uno de los instructores que llegaron con la asistencia de los países socialistas, el coreano Kim Young Gol, quien fungía como director principal de la selección nacional.
—El sistema que tenía no convencía mucho en el sentido de que solamente se dedicaba a 7 u 8 voleibolistas, cuando más. Las otras estábamos para ayudarlas. Después de los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Panamá, en 1970, cuando quedaron por debajo de los pronósticos al perder el primer puesto con México, se incorporó Dieter Grund, el alemán, quien tenía un poco más de conocimiento. Eugenio siempre al lado de ellos.
—¿En qué figuras se fijaba cuando llegó a la selección?
—En el juego de Mamita [Mercedes Pérez], muy fuerte y disciplinada. Nelly Barnet practicaba un voleibol fuerte también. Son atletas que siempre me llamaron la atención por cómo jugaban.
Para 1971, Mercedes Pomares se había convertido en campeona panamericana en Cali. Además, conquistaría el título en las siguientes tres ediciones continentales: México 75, San Juan 79 y Caracas 83. Califica estas cuatro coronas entre lo mejor de su carrera.
En la cita del orbe de México 1974 las cubanas quedaron por debajo de las expectativas, haciéndose con el séptimo escaño tras perder contra Hungría en un choque bautizado por Eugenio George como “el juego de la miseria”, debido a que el equipo se había confiado tanto que la actitud de las muchachas en el campo no estuvo acorde con la exigencia y la preparación.
“Creímos que era fácil y ahí estuvo el fallo. A las húngaras nos habíamos pasado el año ganándoles y ese día nos adivinaron, nada salió bien. El deporte es así. Lloramos cantidad, porque nos dolió en el alma. Junto con la olimpiada del 80 fue lo más desastroso en mi carrera deportiva”, sentencia con cierto desánimo.
Lo mejor estaba por pasar, faltaban años para llegar a la cúspide y la avileña lo haría con un compromiso extra: ser la capitana. Sin duda, un reto en un conjunto integrado por otras jugadoras de nivel altísimo, como la propia Mercedes Pérez, considerada por los expertos una jugadora universal, sobresaliente en ataque y defensa.
“Por mi carácter me relaciono bien con todo el mundo. Y en el equipo cada una tenía su forma. Por la personalidad y la manera colectiva de mi juego es que llego a esa responsabilidad. Las compañeras me ayudaron mucho. Entrenaba fuerte. Cada vez que íbamos a jugar lo daba todo. Había un respeto hacia mí como jugadora de calidad. Siempre trataba de llamar la atención de una forma constructiva. Hacía las cosas como todas ellas y cuando me sentía mal, también estaba ahí. Eso generó un prestigio”.
El torneo Norceca de 1975, en Estados Unidos, traía el plus de que las selecciones de voleibol de Cuba se convertirían en los primeros conjuntos que viajarían a la nación norteña después de 1959. Junto al matiz político estaba la oportunidad de ratificar el dominio en el área, y así lo hicieron: el metal dorado quedó en el pecho de los equipos de la isla en ambos sexos.
El pueblo cubano ya seguía los partidos de una escuadra capaz de dejar en cero a sus rivales, quienes, a decir de Pomares, se iban contentos si conseguían un punto frente a las caribeñas. No obstante, la cita olímpica de Montreal 1976 mostró que aún faltaba algo, y siempre sucedería así para este grupo. Los Juegos Olímpicos estarían “malditos” para ellas.
“Perdimos en el 76 con Corea del Sur, que era un buen conjunto y había una jugadora a la que le pusimos la tachuela, “Tachuelita”, porque se iba por dondequiera, costaba trabajo parar a esa mujer. Prácticamente nos ganó, la verdad… con la ayuda de sus compañeras. Nunca tuvimos suerte en una olimpiada; pero me siento muy orgullosa del conjunto que posteriormente fue tres veces campeón olímpico”.
Al año siguiente, la escuadra comandada por ella se alzó con la medalla de plata en la Copa del Mundo de 1977, en Japón. El campeonato fue reñido y el nivel estuvo muy parejo. Las soviéticas, campeonas de la edición anterior en Uruguay 1973, terminaron octavas, mientras que, en la primera fase, China logró superar al equipo japonés, campeón olímpico en Montreal.
Cuba quedó segunda de su grupo, por detrás de Corea del Sur, con balance de dos victorias (3-0 contra la URSS y 3-1 frente a Perú) y un descalabro (3-2 a manos de Corea), resultado que les permitió la clasificación a la ronda final en la cual se verían las caras con Japón, China y las propias coreanas.
Las niponas vencieron a todas para adjudicarse el título, mientras que Cuba, Corea y China finalizaron con idéntico registro de 1 victoria y 2 reveses, provocando el desempate por el balance de sets a favor y en contra, que acabó por favorecer a las caribeñas.
“Fuerte el evento. Las chinas estaban durísimas, ¡jugaban que vaya…! Fue una competencia muy completa. Esa medalla de plata nos dio mucho ánimo. Claro, una siempre quiere el primer lugar, aunque tampoco fue un mal resultado. Ya sabíamos que en el 78 venía el Campeonato Mundial de la Unión Soviética y dijimos que ahí el oro nadie nos lo iba a quitar; además, los estudios realizados por los japoneses pronosticaban que el campeón sería Cuba”, explica la número 4, quien fue incluida en el Todos Estrellas de la lid y designada como la mejor atacadora.
El frío perenne de la entonces Unión Soviética acogió, en varias ciudades de su vasto territorio, el Mundial de 1978. Era el momento de Cuba y, pese a trabas que aparentemente pusieron los organizadores, nada impediría que al fin llegaran a la cima. No se equivocaban los pronósticos de los japoneses en 1977. El sueño de todas y la obsesión de Eugenio George se volverían realidad en suelo euroasiático.
“Habíamos arrasado con todos los equipos. Aquí estuvieron las japonesas con su técnico, Shigeo Yamada, en un recorrido por las provincias, topando contra nosotras, y él le comentó a Eugenio: ‘No sé cómo voy a llegar a Japón, porque no me han dejado ganar ni un choque’. Se dio cuenta de que íbamos palante completo”.
—¿Sentían que Cuba estaba lista para encabezar el pelotón del primer nivel mundial?
—Hablaba mucho con Eugenio y analizaba a los contrarios. Le comenté que íbamos a ganar el oro y me contestó: “¡Ay, Pomares!”, y le respondí: “Vamos a ser el primer lugar, ya lo verás…”. Cuando empezamos a ganar en la competencia, él se dio cuenta y dijo: “Esto no hay quien nos lo quite”.
Luego de la victoria 3-0 en la primera presentación ante Holanda, el 25 de agosto de 1978, el equipo tuvo que hacer frente a un inconveniente importante: Nelly Barnet tenía molestias en el cuello. Se trataba de una miostitis del músculo del trapecio y neuritis del plexo braquial, lesión que la haría perderse casi todo lo que quedaba de competencia.
—¿Cómo afrontaron la baja de Nelly?
—Causó una tensión fuerte. No sabíamos si Erenia Díaz respondería. Cuando le daba por hacerlo, perfecto, era tremenda jugadora; pero a veces tenía sus bajas. Por eso no pertenecía al cuadro regular. Sin embargo, sacó la cara muy bien. En el último juego, Nelly se había recuperado y entró.
En el Mundial las cubanas perdieron solo 2 sets, uno contra Yugoslavia en la etapa eliminatoria y otro en el enfrentamiento frente a las locales en la fase final del evento. “Las yugoslavas se creyeron cosas. Eugenio metió a las regulares para no arriesgar e indicó: ‘¡Denle duro, que se están riendo!’, porque él sabía cómo provocarnos a nosotras”.
“Contra la URSS entramos frías y pensaban que nos habían derrotado, entonces lo tomamos como un set de calentamiento. En el segundo, fíjate cómo estaban esas negras, que el entrenador soviético dijo: ‘Pero… ¿cómo les vamos a ganar? ¡Si las cubanas están atacando de un segundo piso!”. To’l mundo era por allá arriba y el estadio repleto de estudiantes cubanos. Cuando vencimos aquel día, los estudiantes se quedaron en el hotel durmiendo en el piso, porque muchos puentes en Leningrado cerraban a las 12 de la noche y ya no se podía pasar hasta que los abrían a las 6 de la mañana. Fue una victoria linda”.
—¿De qué forma preparaban los partidos?
—Siempre Pérez Vento o Nelson Poyato, quien también estuvo un tiempo haciendo estadísticas, iban a los encuentros y miraban los errores de los contrarios. Sus apuntes los conocíamos en la reunión técnica antes del juego: las zonas más débiles por donde hacía más daño el servicio, etcétera. El día que obtuvimos la victoria todo salió exactamente como habíamos hablado antes del choque.
—Los periódicos de la época reflejan que salían a remate limpio. ¿Qué las hacía encarar así los encuentros?
—Nos pusimos bravas. Aquí en América, Perú y las otras escuadras nos conocían, sabían que no nos podían provocar porque era a pelotazo limpio, y se empezaron a llevar bien con nosotras. En el Mundial, cuando perdimos ese primer set contra las soviéticas, Eugenio dijo: “¡Ya calentaron, ahora quiero que salgan con todo!”. Y entramos bravas, porque prepararon muchas trampas para que no ganáramos; aunque a ese equipo ya nadie le podía quitar la victoria. En el calentamiento nos pusieron en una pista de hielo y nosotras calentando en las gradas, mientras las chinas, que estaban fuertes (se decía que debían discutir el oro con nosotras) amanecieron todas con problemas estomacales, no sabemos por qué fue. Eliseo Acosta, el comisionado de nosotras en aquellos momentos, se dirigió al grupo: “Mañana nadie me va al restaurante”. Compró sándwiches y eso fue lo que comimos. No había pruebas de nada, pero por si acaso. No queríamos casualidades —dice con risa astuta.
A partir del segundo set, “cuando nos elevábamos pa’llá arriba, ahí no había bloqueo. Acabamos con ellas. Tres seguidos les dimos. Cualquier cosa que tiraras no tenía arreglo, estaban llorando ya”.
—Eugenio mencionó que aquel conjunto del 78 alcanzó la calidad técnica más alta conseguida por un equipo cubano, porque tácticamente sabía responder a las exigencias. ¿En qué cualidades pudiera basarse la afirmación, teniendo en cuenta que después vinieron los grupos de los 3 oros olímpicos?
—Éramos muy disciplinadas dentro del terreno y hacíamos exactamente lo que nos pedían. Teníamos mucha profesionalidad. Por ejemplo, llegábamos al cabo de 20 horas de vuelo de aquí a Japón y él decía: “No, no, no se puede dormir, vamos para el entrenamiento”. Con nosotras no existía nada de eso del cambio de horario, y cuando metíamos las prácticas eran los ataques como si lleváramos descansando cuatro o cinco días. Pienso que esas palabras se basan en esto.
El 6 de septiembre, el mismo día en que estas primeras Morenas del Caribe ganaron el título mundial, también lo hizo el béisbol y ambos conjuntos se reunieron en España para viajar a la isla. En el arribo al aeropuerto, Pomares y el pícher santiaguero Braudilio Vinent descendieron, encabezando la delegación como capitanes de ambas escuadras.
“Fue excelente, bajé con Vinent… Son momentos que mientras una viva no se van a olvidar”.
—¿Qué elementos coincidieron para que en 10 años Cuba alcanzara el primer nivel mundial?
—Principalmente la parte humana. Ya íbamos al terreno a buscar la victoria por Cuba y para ver a Eugenio contento, disfrutar eso, porque él se lo merecía. ¡Nos dio tanto a nosotras!, en lo profesional y en lo personal, que jugábamos para ganar y que él se sintiera bien. El equipo tenía una característica única. Contaba con 2 pasadoras que eran atacadoras como nosotras y por las tres zonas adelante no había debilidad, porque Imilsis (Téllez) y Ana María García atacaban como cualquier elemento ofensivo, ese era el quid del 6-2. Además, cada una tenía su pasadora. La mía era Ana María García, Imilsis mucho más espectacular, pero para mí pase y mi mano, era Ana María.
—¿Qué hacía que el tridente “Mamita”-Pomares-Nelly fuera denominado el trío del terror?
—Porque éramos un terror —ríe a carcajadas. Las rivales decían: “¡Mamita, Mamita, Mamita!” y el bloqueo se iba pa’llá y le aparecía Nelly por aquí, ¡pá! y cuando gritaban: “¡Nelly, Nelly!”, aparecía Mercedes Pomares. Si dejaban un pedacito de línea vacía, se quedaban atrás y no entraban. Llegar por ahí era un peligro, pues cuando queríamos desquitarnos por algo, lo hacíamos. Y eso era lo que pasaba.
—¿Cuáles eran sus principales virtudes y defectos como jugadora?
—El recibo no era mi fuerte, después sí pude perfeccionarlo. Tampoco era la gran bloqueadora, como Regla Torres o Magaly Carvajal. Lo hacía, aunque no como ellas. Atacando ya era otra cosa.
—¿Cuánta ventaja representaba ser zurda a la hora de atacar?
—En los equipos siempre debe haber un zurdo y de calidad, porque bloquearlos cuesta trabajo. Si tiene visión periférica y buena técnica es muy difícil agarrarlo en el bloqueo. Eso es lo que pasaba conmigo. Además, la zona de los izquierdos es la 2 y yo era especialista en la zona 4. Hacíamos cambios adelante y Lucila Urgellés agarraba el centro y yo me iba a la 4.
Como campeonas mundiales, la cita olímpica de Moscú 80 era la gran oportunidad para el grupo de conquistar el podio bajo los cinco aros; sin embargo, una vez más, no pudo ser.
“En esa Olimpiada nos desconcentramos mucho, como no fueron los países capitalistas y a los otros les habíamos ganado con facilidad en topes previos, nos relajamos. Esa confianza terminó siendo un factor determinante para que no consiguiéramos al menos una medalla.
“Además, cambiaron al comisionado nuestro, Eliseo Acosta, y eso nos afectó, porque él siempre nos daba apoyo y significaba mucho desde el punto de vista emocional. Entonces, interna y anímicamente se descontroló la situación.
“Otro punto en contra fueron las incongruencias organizativas. Por ejemplo, cuando empezamos los entrenamientos en el torneo casi no podíamos dormir siesta, porque nos dieron un terreno súper lejos y la guagua nos dejaba como a un kilómetro, que teníamos que caminar para llegar.
“El grupo no estuvo como en otras ocasiones —dice con resentimiento— y se fue la Olimpiada a bolina. Es lo máximo y uno se prepara para eso. Después de una gira por Europa, ganándoles a todas aquellas selecciones, perder con Alemania un partido decisivo en los Juegos Olímpicos estuvo duro”.
La mirada la pondrían entonces en la edición de Los Ángeles 1984, una ilusión que se desvanecería como un sueño imposible de alcanzar: “Después de Moscú empezamos a prepararnos y dijimos que en la próxima Olimpiada íbamos a coger oro, como hicimos en el 78; pero vino la situación del boicot y no pudimos asistir. Estábamos súper preparadas para alcanzar el primer lugar. En los Juegos de la Amistad, la Olimpiada de los países socialistas, nos batimos y vencimos a todo el mundo”.
—¿Cómo se siente un atleta al que se le escapan unos Juegos Olímpicos por una situación extradeportiva?
—A muchos se le caen los ánimos. Varias nos retiramos, si ya no había Olimpiada, ¿para qué seguir? No había nada más. Asimilé el retiro perfectamente. Una no lo lleva bien si debe retirarse joven por una lesión, o si acaba inconforme porque no cumplió sus metas. Yo lo hice contenta y satisfecha, porque sabía que venía un relevo bueno atrás: Magaly Carvajal, Mireyita… Recuerdo un partido con las americanas. Estaba Flora Hyman y por su movimiento de ataque siempre lo hacía entre la 5 y la 6. Eugenio apuntó: “Magaly, tú métete pa’ la 6 y defiende”. Y pensé: “Bien, voy a coger la 5”. Por ahí cada vez que atacaban no había arreglo. ¡Esa Magaly Carvajal es una jugadora completa! Me dijo: “Pomares, olvídate, yo voy a defender”. Nos pusimos pa’ eso y no había bola que picara ahí. Sabía que iba a ser fenomenal, como lo fue, igual que Mireya. Me retiré complacida, la verdad.
—¿Qué representa Eugenio George en su vida?
—Un padre. Nos enseñó a vestir. Veníamos del campo y, junto a su esposa, Graciela “Chela” González, nos educaba. No permitía que ningún hombre se nos acercara, era muy celoso con sus pupilas. Él nos ganó a nosotras por completo, era una maravilla. Fuera del terreno era muy dulce; sin embargo, en el momento de reclamar el entrenamiento, como es normal y correcto, exigía para que saliera bien. En eso sí era bastante fuerte.
La optimización de la condición física y psicológica era fundamental en aras de lograr las metas propuestas y para Pomares la evolución ha traído cierto acomodo.
“Teníamos unos psicólogos muy competentes, Omar Lorenzo y Francisco García Ucha, y los respetábamos. En cuanto a la preparación física, ¡hacíamos pista en el Cerro Pelado! Los gimnasios estos sofisticados que hay…, para nosotras no existía eso. Es verdad que se han contraindicado cantidad de ejercicios, pero se pueden sustituir por otros igual de efectivos. Estas niñas de ahora son a su manera y no puede ser, primero está el terreno y el entrenamiento. Yo soy de otra época, pero que cojan ejemplo de aquel tiempo que dio resultados”.
A propósito de los problemas del voleibol hoy, Pomares piensa que se ha perdido compromiso, y aspectos que tanta gloria dieron a esta isla quedaron en el olvido.
“Ha faltado disciplina y amor de verdad por el deporte. Cuando se va al terreno es a dar el corazón. Hace años nos caracterizábamos por tener una saltabilidad espectacular, y no sé qué ha pasado. No veo la saltabilidad ni la fortaleza que teníamos nosotras y hay atletas que poseen la condición física completa y el somatotipo de voleibolista, porque cuando llego a la escuela tengo que mirar p’arriba pa’ saludar a esas niñas de lo altas que son.
“Lo que te da resultado no lo puedes desechar así de rataplán, vamos a agarrar elementos de ahí, no es eliminar. Soy muy cuidadosa en hablar de cosas que no me competen en el sentido profesional, pero sí en lo personal, porque me encantaría que el voleibol volviera a resurgir.
—No sabes la satisfacción tan grande que sentí esa madrugada —se refiere a la final de Sídney 2000—, la gente acostándose: “No, ya perdieron…”. Yo tenía fe y mirando el partido, cuando empezaron esas Morenas a levantar y a ganar, la gritería mía despertó a to’l mundo y entonces todos a gritar y yo: “¡Ustedes son unos traidores!”. Quisiera vivir eso, lo que nosotras permitimos que la gente disfrutara, sentarme aquí en la casa y sentir lo mismo que el pueblo con cada victoria, ver el voleibol subir, aunque eso está duro.
—¿Considera que las generaciones anteriores a las de los 3 Juegos Olímpicos han sido olvidadas?
—Sí. Hay cosas que no se entienden, porque no todo en la vida es lo material, pero cuando das lo que corresponde, uno se siente mejor, con calidad de vida, para que me entiendas. Y en ese aspecto hubo mucha diferencia entre el equipo 3 veces campeón olímpico y el que fue titular mundial. Mercedes Pomares, desde 1978 que le dieron el carro, no aparece ni en los centros espirituales. He ido al Instituto de Deportes, Educación Física y Recreación (Inder), porque debo estar arreglando este apartamento por la humedad y para la edad que tengo, como quiera que sea, los huesos van cediendo. ¡Y nada! A veces me da pena con gente en la calle porque dicen: ‘Mira donde la tienen, una mujer que esto, lo otro…’, eso duele. Eso duele. Fíjate que a veces les digo que no se metan más en mi vida. Pero tienen razón, porque piensan: ‘Cómo tanta gente que no hizo lo que hizo esta mujer… cómo tienen a esa señora ahí’.
“Tengo muchas amistades extranjeras, amigas embajadoras y lo que poseo es esto y es lo que ofrezco. Hace poco vino la embajadora de Belice aquí, como quiera que sea, es mi casa. No puedo llevarla a la de una amiga para que crea que vivo ahí. Eso no lo voy a hacer nunca. Vino aquí, es lo que tengo pa’ brindar: corazón y mucho amor.
“Son cosas dolorosas y una se aparta. Para lo que les conviene sí invitan. ¿Solamente me vas a invitar a ir al Pedregal a un almuerzo? El calor humano es lo que hace falta. No es ir allí un Día de la Mujer o de cualquier celebración del Inder. Lo que quiero es el respeto por mis resultados como deportista, por lo que hice por y para Cuba. Te valoran más las personas de la calle que tus propios dirigentes en el Inder, y duele estar en una parada, verlos pasar en su carro con aire acondicionado y ni te preguntan para dónde vas. Son las cositas que pasan con muchos atletas.
—¿Le hubiera gustado jugar en otro país?
—En nuestro tiempo no se podía, no estaba autorizado. Mira que hablaron para “Mamita”, Lucila Urgellés y para mí, en Italia y en España, y siempre la respuesta fue no. Me alegro de que ahora se pueda. A mí el progreso me encanta, no lo pude coger porque eran otros tiempos, otra política.
—¿Cómo se sintieron con esa situación de los contratos?
—Nosotras no estábamos en eso.
—¿Pero les hubiera gustado hacerlo?
—Sí, porque te fogueas y estás en lo tuyo, en lo que te gusta. Sin embargo, no pudo ser y ya. En aquel tiempo en la mente de nosotras no estaba planificado eso.
—Si tuviera la posibilidad de trabajar para llevar nuevamente el voleibol a planos estelares, ¿qué haría?
—Mucho trabajo psicológico y concebiría la firma de un contrato cuando lleguen al equipo nacional, para que se comprometan por una determinada cantidad de años a permanecer ahí. Quien no esté de acuerdo, pues… De alguna forma hay que eliminar la fuga de atletas.
Pomares dedicó su vida al voleibol, tuvo un hijo y, como muchas de sus compañeras del cuadro regular, dio a luz algo mayor por haber dedicado tantos años al tabloncillo. Brindó sus conocimientos en lugares tan remotos como Qatar y trabajó también en Venezuela, Panamá y México.
Confiesa que le encanta la música de Bob Marley, banda sonora que la acompaña cuando se toma sus traguitos de ron frappé, con bastante hielo, como le gusta. Esa música la hace olvidar todo, cualquier situación negativa la aplaca con esas melodías.
“Estuve en Jamaica; sin embargo, no pude pasar por el museo de él. Había que fumar y lo siento, lo quiero mucho; pero esa basura no me la pongo en la boca ni jugando”, dice sobre la marihuana.
Saca su libro de recortes y aparece mirando de frente en las fotos, como le gusta que la vean a ella, a los ojos, porque no aguanta la mentira ni la falsedad. Hay un aroma a periódico añejo en el álbum, mezclado con la tonalidad amarillenta de la secuencia cronológica de una carrera con una imagen recurrente: siempre muy por arriba de la net, el mítico número 4 en la espalda y el balón a punto de sufrir un impacto terrorífico. La sonrisa y la elegancia con cada trofeo hacen recordar el título de una canción de Marley: Positive vibration.
Live if you want to live (Rastaman vibration, yeah, positive)/ That’s
what we got to give (I’n’I vibration yeah, positive)/ Got to have a good
vibe (Iyaman Iration, yeah, Irie ites)/ Wo-wo-ooh (Positive vibration,
yeah, positive)/… Say you just can’t live that negative way/ If you know
what I mean/ Make way for the positive day…
Y sí, ahora su rostro se superpone al de las imágenes, tiene más años, aunque transmite lo mismo, palabra por palabra, gesto por gesto. Seguridad, positivismo y humildad. Mercedes Pomares, en un reggae a lo cubano, se eleva por zona 4. ¡Señores, todavía remata la zurda dorada de Majagua!
Esta entrevista forma parte del libro Tie Break con las Morenas del Caribe, publicado por UnosOtrosEdiciones. Pincha el banner para leer la serie completa: