El pasado 18 de enero, Sabah Shariati, un gladiador iraní nacido en la provincia de Kurdistán pero curtido en los colchones de competencia bajo la bandera de Azerbaiyán, subió un video especial en Instagram. En el mismo, se le ve en un gimnasio rodeado de varios atletas mientras él pelea y se abraza con una figura conocida del estilo clásico de la lucha: “El entrenamiento de hoy con el legendario Mijaín López, apodado el diamante negro”.
Al final del post, Shariati fue enfático y colocó la etiqueta de #el mejor, una clara reverencia al gran campeón cubano, con quien siempre es un placer –y un dolor de cabeza– entrenar. En ese momento, hace poco más de seis meses, quizás el persa no imaginó que tendría la oportunidad de cruzarse con el estelar pinareño en las semifinales de los Juegos Olímpicos de París.
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Pero la vida le dio la sorpresa a Shariati, o más bien él mismo labró el camino hasta ese enfrentamiento histórico contra Mijaín, buscando el pase a la discusión del título en la Ciudad de la Luz. En los colchones del Grand Palais Éphémère, el azerí derrotó en sus dos primeros combates al estonio Heiki Nabim (1-1) y al kazajo Alimkhan Syzdykov (4-0), suficiente para colocarse debajo de los focos en semifinales.
Una vez en esa instancia, tuvo que olvidar las sonrisas de su entrenamiento con Mijaín, olvidar su admiración por el gladiador cubano y salir al colchón a liquidar el sueño de la leyenda. Pero esa no es una misión sencilla, nunca lo ha sido, de hecho, a esta altura podría decirse que casi es una misión imposible.
Hace algunos años, en mayo de 2020 cuando el mundo casi se paralizó por la pandemia de Covid, tuve el privilegio de hablar con Mijaín y me confesó que en este tipo de eventos siempre se enfoca en disfrutar.
“Cuando tú vas a unos Juegos Olímpicos, que son cada cuatro años, se acaba la 110 y se enciende la 220. Es otra preparación, entrenamientos más fuertes y más dedicación, por eso hay que gozar al máximo. Yo llego a la competencia como es. No me presiona nada, ni la televisión, ni los contrarios, nada. Todo lo que pienso sobre el colchón es hacer las cosas perfectas, coger el oxígeno y pensar siempre que, si has hecho todo bien en el entrenamiento, entonces se puede ganar sí o sí”, me dijo con una confianza que roza lo temerario.
Esas ideas están tatuadas en la mentalidad de Mijaín, son las que lo hacen prácticamente invencible. El último en comprobarlo ha sido Shariati, el gladiador de Kurdistán que conquistó el bronce olímpico bajo la bandera de Azerbaiyán en Río de Janeiro 2016. En la capital francesa, intentó ir contra la historia, intentó cortar una racha de 19 victorias seguidas del antillano en citas bajo los cinco aros, pero no lo consiguió.
El guion de la pelea fue todo un clásico: intenso arranque de Mijaín, jalones constantes, pasividad del azerí, agarre mortal y desbalance del cubano para ponerse delante 3-0. En el segundo período, Shariati logró un punto técnico y envió al monarca pinareño al suelo en pos de moverlo y nivelar las acciones, pero en medio segundo se le torció el plan, pues cuando lo intentó voltear López se viró como un gato boca arriba y consiguió un pase atrás. La pizarra dibujó entonces un 4-1 favorable a Mijaín, que solo dejó correr el reloj.
En la historia de los Juegos Olímpicos, ningún atleta ha ganado cinco coronas consecutivas en el mismo evento individual, y ningún luchador ha ganado cinco títulos. Todo eso puede cambiar en París: Mijaín López, el Mr. Olimpo de Herradura, está a un paso de lograrlo.
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