“El fútbol es un lenguaje con sus poetas y sus prosistas”. Así solía decir Pier Paolo Pasolini, cineasta y escritor italiano incurablemente enamorado del más universal de los deportes, quien aseguraba jugar como extremo izquierdo hasta siete horas seguidas en las tardes de su natal Bolonia.
El director de Teorema y Saló o los 120 días de Sodoma apeló a esta teoría para explicar la final de la Copa del Mundo de 1970.
En el certamen, Italia sucumbió ante el Brasil de Pelé y la analogía de Pasolini identificaba directamente la prosa con el estilo de juego azurri, al que definía como una estética en la que el gol era “la conclusión de un razonamiento previsible”. Mientras, a la magia de la canarinha la asociaba con la inventiva, signada por “un alto grado de imprevisibilidad” que llevaba “al delirio en el gol”.
Muchos años después, los universales clásicos entre el FC Barcelona de Pep Guardiola y el Real Madrid de José Mouriño vinieron a resignificar esta dicotomía. Los de la Ciudad Condal, aferrados a la metáfora en cada toque al balón, y los de la capital española con una filosofía que entronizaba el lenguaje directo, las sintaxis bien explícitas antes de salir al contragolpe.
A este lado del Atlántico, en tierras donde el fútbol se parece más al arte, las jornadas sin goles son para los fanáticos días carentes de belleza. “Un domingo sin poesía”, para decirlo también con una frase de Pasolini. Lo mismo en un campo rosarino que en una favela carioca, el juego de todos enamora y subyuga, se lleva muy adentro en la identidad del continente.
En comparación, el fútbol cubano es un relato mediocre, sin glamour, cada vez más alejado de la profundidad de la buena literatura. No hay cabida para la lírica en medio de los solares yermos que acogen los partidos de la liga local. Ni ideas frescas para la narrativa en la dura realidad de equipos que deben arreglárselas muchas veces solos, que pueden esperar durante meses por el calzado y los uniformes de juego. Tal es la suerte de un campeonato ya centenario pero al borde de la muerte por inanición.
A pesar de ello –o quizás precisamente por eso–, en los últimos tiempos ha surgido en la Isla un fútbol de “novela por encargo”, una práctica nacida de las urgencias de jugadores que han comenzado a utilizar al deporte para subsistir. Lo hacen probablemente con la misma aprehensión que experimentaron grandes escritores como Balzac o Blasco Ibáñez, quienes debieron esquivar la ruina apelando a algún pseudónimo ingenioso en aras del plato de comida sobre la mesa.
Porque si bien algunos han podido probar suerte en escenarios de prestigio como el fútbol mexicano (Maikel Reyes), o triunfar plenamente en una liga cada vez más competitiva, como la Major League Soccer de los Estados Unidos (Maikel Galindo y Osvaldo Alonso); otros han marchado a parajes tan pintorescos como Antigua y Barbuda, una pequeña nación situada al este del Mar Caribe y con menos de 90 mil habitantes.
Ciertamente resulta comprensible que ex jugadores de la Selección Nacional hayan escogido la exuberancia de ese destino caribeño para apurar sus últimos minutos sobre una cancha. Son los casos de los villaclareños Odelín Molina y Jeniel Márquez, o los capitalinos Jaine Colomé y Hensy Muñoz.
En cambio, parece mucho menos coherente la presencia allí de un jugador todavía joven como Marcel Hernández, dueño de un talento y una personalidad nunca comprendidos por los rígidos “editores” del fútbol cubano. El habanero ha sido siempre diferente, lo más parecido a una versión criolla de esos magos del balón que en otras latitudes hacen soñar a sus aficiones.
Solo unos años atrás, Marcel parecía destinado a redefinir la métrica del fútbol cubano. De hecho, llegó a ser determinante en la Copa del Caribe de 2012, la única que ha conseguido la Mayor de las Antillas, en la que marcó el gol del triunfo final ante Trinidad y Tobago.
Sin embargo, ha terminado obsequiando sus pases y regates en el Greenbay Hoopers, equipo al que ya hizo campeón en 2016. En ese elenco de la Liga Premier de Antigua y Barbuda jugó hasta hace apenas unos días, antes de volver a República Dominicana, donde juega con el Moca FC.
No menos llamativa es la presencia en el minúsculo archipiélago caribeño de Sánder Fernández, un delantero habituado a marcar goles en los campeonatos cubanos, pero que ha encontrada cerradas una y otra vez las puertas de la Selección Nacional. Tal marginación carece por completo de sentido, aunque no falta quien asegure que el delantero arrastra aún la deserción en 2012 de su hermano Reysánder, otrora zaguero de la tricolor.
El nacido en Ciego de Ávila ha decidido entonces abrirse camino por cuenta propia y desde noviembre pasado juega para el Five Islands FC, de la Primera División de la nación caribeña, el segundo nivel del fútbol allá. Con nueve goles anotados, Sánder ha revolucionado a un equipo en el que también se desempeñan el tunero Julio Ramos y los capitalinos Yosvani Caballero y Armando Oramas, todos dirigidos por el técnico habanero Dariem Díaz.
En total, son 16 los jugadores cubanos que han “invadido” el fútbol antiguano. La mayoría de ellos podría estar percibiendo salarios inferiores a los mil dólares mensuales, una cifra risible en comparación con su talento, pero muy seductora para hombres que juegan en Cuba casi por el placer de sudar la camiseta durante 90 minutos.
A solo un mes de que comience la edición 102 del Campeonato Nacional, resulta una incógnita la presencia o no de los futbolistas que dentro de ese grupo están habilitados para defender los colores de sus provincias. Sobre todo porque la política seguida hasta el momento por el deporte cubano ha sido inflexible con atletas y entrenadores que gestionan sus contratos al margen de las autoridades de la Isla.
Si ya parecía un desastre la nueva estructura del torneo más añejo de Cuba, la posibilidad real de que muchos de estos jugadores queden fuera viene a poner otra losa sobre la competición.
Eso, sin contar con que la Federación Cubana podría enfrentar el peligro real de una desbandada. Tal y como ha sucedido en el béisbol, la sangría del fútbol llegaría a ser irreparable si comienza a generalizarse la opción de buscar destinos similares a Antigua y Barbuda.
A fin de cuentas, Cuba ancla en el puesto 151 del ranking mundial de la FIFA y no parece que las buenas noticias puedan comenzar a llegar pronto. Al menos no en lo que respecta a la liga local, que comenzará próximamente con grupos de dudosa composición y la inexplicable decisión de apelar a sedes fijas.
El fútbol cubano está a punto de escribir otra página de su menguada historia reciente. Y lo hará, cómo no, sobre renglones torcidos. Una vez más, la poesía tendrá que esperar.
muy bueno el articulo, a esa “aventura por cuenta propia” podemos agregar a roberto “el toro” linarez, dairon macias y yasniel “el chino” martinez el capitan del ultimo villa clara campeon, son muchos nombres mas pero seria solo letra muerta sobre un papel.
Leo, para colmo, los geniales directivos del fútbol cubano programaron que todos los equipos jugarían un día sí y uno no. O sea, casi no habrá descanso. Que no ocurran lesiones, jugando sin tregua en esos potreros que tenemos por canchas, sería un verdadero milagro.