Uno de los fenómenos históricos más negativos, presente en todas las culturas y civilizaciones y en todas las épocas es la sacralización del poder. Las masas y las élites no sólo acatan a los poderosos, sino que los admiran, los envidian y los exaltan como salvadores y en ocasiones los adoran como dioses. La fórmula: “…Los que van a morir te saludan” no es una metáfora.
Los poderes fácticos nunca actuaron solos, sino que comprometieron a la población de unas naciones con la dominación de otras con La colaboración de las iglesias. Reyezuelos nativos cazaron a sus hermanos para venderlos como esclavos, los súbditos de las metrópolis se beneficiaron con la explotación colonial y la disfrutaron, los blancos, ricos y pobres fueron cómplices de la esclavitud, acataron la segregación racial, incluso el apartheid y el antisemitismo. Las masas de las metrópolis europeas y las burguesías liberales no se rebelaron contra el colonialismo ni contra las prácticas imperiales.
La zaga corruptora del poder no es una especulación sino una evidencia histórica. Ninguna estructura social, antigua o moderna ha escapado a esa maldición que se expresa en las prerrogativas de los estados, los gobiernos y los caudillos para actuar a su arbitrio. Ni siquiera las democracias han subsanado el defecto. Una de las más repudiables manifestaciones de esta aberración civilizatoria es la capacidad de los poderosos para manipular a las mayorías y arrastrarlos a guerras injustas y depredadoras.
La estúpida guerra
Un ejemplo antológico entre muchos que, pasados y presentes, pudieran citarse, fueron las Cruzadas, cuando convocados por los papas y los nobles europeos, campesinos, artesanos, comerciantes y caballeros sin fortuna, durante siglos, como en trance, fanatizados, se enrolaron en expediciones militares de conquista, mataron y se dejaron matar para, presuntamente liberar Tierra Santa, especialmente Jerusalén de los jerosolimitanos sin reparar en el hecho de que los únicos invasores eran ellos.
Todos los parlamentos y mandatarios europeos, incluidos los de Rusia, y los de Estados Unidos, son electos y todos se consideran ellos mismos como paradigmas de democracias, mas ninguno ha realizado ninguna consulta para conocer el punto de vista popular acerca de la estúpida guerra que han desatado en el viejo y cansado continente y que realizan en nombre de nada, excepto de sus megalómanos caprichos, que imponen con la mayor solvencia.
El caso de las instituciones supranacionales de la Unión Europea es peor, ellos ni siquiera han sido formalmente electos.
Aunque las constituciones que consagran los estados de derecho con poderes independientes y pesos y contrapesos para alcanzar la gestión equilibrada de las funciones públicas, establecen límites, siempre dejan resquicios y excepciones que facilitan el ejercicio caprichoso y arbitrario del poder. En definitiva, las constituciones no se hacen para limitar el poder, sino para avalar su ejercicio.
Uno de los rasgos más agraciados del poder son las habilidades para explotar los éxitos y utilizar el progreso como motivación y palanca para progresar, el bienestar para promover el bienestar y la paz social para hacer más perfecta la convivencia. Hay países que se aproximan a esos ideales y otros que, habiendo avanzado en su realización, de pronto cambian de rumbo y se hunden en lodazales porque sus gobernantes lo estiman pertinentes.
Una guerra innecesaria
Aunque he consumido altas dosis de informaciones de las partes, todas manipuladas y maquilladas, no he sido persuadido de que Occidente necesitara la expansión de la OTAN, para, como ha dicho el papa: “Ir a ladrar en las fronteras de Rusia”, tampoco veo la necesidad de expandir la organización para beneficiar la seguridad colectiva en Europa, no creo que Rusia no tuviera más alternativa que la guerra y no encuentro en qué se han beneficiado los pobladores, ucranianos y rusos de Donbass.
En Hollywood existe la práctica de otorgar los “Premios Razzies” alternativos al Oscar para destacar la peor película. De existir algo análogo en la política mundial, sería para la administración de Estados Unidos. No por haber confrontado a Rusia ni por haber apoyado a Ucrania, sino por el modo como lo ha hecho.
Entre otros aportes, respeto a la guerra y la paz, los Estados Unidos concibieron los 14 Puntos del presidente Woodrow Wilson destinados servir de guía para el reordenamiento de la sociedad internacional al concluir la Primera Guerra Mundial y que sirvieron de base para la constitución de la Sociedad de Naciones, núcleo de un sistema de seguridad internacional principalmente europeo destinado a evitar nuevas guerras entre las potencias.
El esfuerzo no fructificó porque la Sociedad de Naciones no pudo impedir el auge del fascismo, el rearme alemán y el desencadenamiento de la II Guerra Mundial, pero tampoco fue en balde. En la zaga de aquella realización Franklin D. Roosevelt emitió la Carta del Atlántico que, endosada por Churchill y Stalin, sirvió de base a la coalición antifascista de Los Aliados y de borrador para la Carta de la ONU.
A la par que se combatía intensamente en los teatros de operaciones de la Unión Soviética, el Lejano Oriente, el Pacífico, África del Norte y el II Frente en Europa Occidental, Roosevelt, Stalin y Churchill, como orfebres, bordaron el ecosistema político para la posguerra, cuyo mecanismo de seguridad internacional radica en la ONU, que fue constituida en San Francisco y cuyo alumbramiento fue anunciado por el presidente Harry Truman, quien leyó la Carta.
Da vergüenza
Es cierto que Estados Unidos es el país que más guerras ha librado, pero también es de los que, al menos conceptualmente, han abogado por la paz y que junto a la Unión Soviética, —liderados por seis secretarios generales: Stalin, Jruzchov, Brezhnev, Andropov, Chernenko y Gorbachov y ocho presidentes: Truman, Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon, Ford y Reagan—, sortearon más de 40 años de Guerra Fría, el más difícil y peligroso período en la historia, en el cual potencias raigalmente enemigas encontraron los modos de evitar la guerra, que con el empleo de armas nucleares hubiera sido terminal.
Da vergüenza que los líderes de hoy no hayan sabido hacerlo.
Esos mismos países, sin las diferencias ideológicas de entonces, realizan hoy la peor puesta en escena de su desempeño como potencias mundiales. Estados Unidos y Rusia, superpotencias militares, cuyo poderío no puede ser igualado por ningún país, ni por todos juntos, y que cuentan con capacidad para influir en Europa, incluyendo a la OTAN, actúan con mentalidad antediluviana y en lugar del diálogo y la paz auspician la guerra.
Proveer armas y más armas, emular para ver quién mata y destruye con más eficiencia y ensañamiento, amenazar y asumir la guerra en Europa como solución, es como apagar incendios arrojándoles gasolina.
Como ya ocurrió otras veces, en la guerra en Ucrania todos los actores están equivocados. La buena noticia es que todos pueden rectificar. Solo se necesita humanismo y valor. De eso hay. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado original en el diario ¡Por Esto! Se reproduce con la autorización expresa de su autor.