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Por Mónica Ojeda, Daniela Villa-Henao, Rosario del Rey, Universidad de Sevilla, y Esperanza Espino, Universidad Loyola, Andalucía.
El sexting (un anglicismo que se refiere a mandarse mensajes con contenido erótico-sexual) se ha vuelto una práctica común entre adolescentes. En algunos casos, es una forma de explorar su identidad y expresar su sexualidad; pero en otros, puede ser fruto de la presión social, empujándolos a asumir riesgos que impactan en su bienestar. Y es que, aunque en muchos casos los consideremos nativos digitales, eso no tiene por qué implicar que sepan gestionar las tecnologías de forma segura y no violenta.
Basta un solo clic para que un mensaje, imagen o vídeo dé la vuelta al mundo en cuestión de segundos, desdibujando los límites de la privacidad. Este fenómeno plantea retos no solo para la juventud, sino también para sus familias, educadores y legisladores. Por ello, necesitamos comprender cómo ha cambiado la percepción del sexting y los dilemas que plantea sobre el consentimiento y sus consecuencias en un mundo cada vez más digitalizado.
Del tabú a la normalización: ¿cómo ha cambiado la visión del ‘sexting’?
Durante años, la sexualidad ha estado rodeada de tabúes y asociada a la clandestinidad o a la transgresión de normas sociales entre adultos. Sin embargo, la generalización de las tecnologías de la relación, la información y la comunicación (TRIC) ha transformado nuestra forma de interactuar y hemos pasado a hablar con más frecuencia de sexualidad en entornos digitales.
Sobre todo en la adolescencia, una etapa de exploración de la identidad y curiosidad sexual, la imagen virtual ha cobrado gran importancia en las relaciones sociales, y el sexting ha entrado a formar parte del ecosistema digital adolescente.
¿Qué es el ‘sexting’ exactamente?
Los primeros estudios sobre este fenómeno lo vinculaban principalmente al envío de contenido erótico-sexual autoproducido, es decir, la misma persona que aparece en el material es la que realiza el envío; pero, con el tiempo, la investigación ha ampliado su foco también hacia otras prácticas, como el reenvío sin consentimiento de material de otras personas.
Aunque sigue siendo complejo de definir, en términos generales podemos entender el sexting como el envío, recepción o reenvío de mensajes de texto, imágenes o vídeos sexualmente sugerentes o explícitos a través de medios electrónicos. Incluso, algunas investigaciones han apostado por desarrollar herramientas para evaluar y concretar esta práctica, como el cuestionario SBM-Q, que permite medir sus diferentes manifestaciones y motivaciones.
‘Sexting’ y doble estándar sexual entre chicos y chicas
Un metaanálisis reciente que analiza estudios de Europa, Norteamérica, Australia, Nueva Zelanda, Oriente Medio, Sudamérica y África, con un total de 48 024 adolescentes y jóvenes, estima que, en promedio, el 19,3 % envía este tipo de contenido, el 34,8 % lo recibe y el 14,5 % lo reenvía sin consentimiento.
Pero, más allá de las cifras, es importante ser consciente del claro impacto que está teniendo en las dinámicas sociales, donde parece afectar más a ellas que a ellos. No podemos pasar por alto que el doble estándar sexual sigue marcando la diferencia: mientras que los chicos suelen recibir validación social por estas prácticas, las chicas son, a menudo, el blanco de críticas y estigmatización por las mismas conductas. Este doble estándar visibiliza que el riesgo no solo está en la práctica del sexting, sino también en cómo la sociedad lo interpreta y juzga según el género.
El dilema del consentimiento
El consentimiento se ha convertido en un elemento clave en el sexting. Los y las adolescentes lo consideran fundamental, pero reconocen que es un tema complejo y lleno de matices. Algunas personas jóvenes envían imágenes erótico-sexuales simplemente porque lo desean, como una muestra de confianza o intimidad.
Otras, en cambio, lo hacen en respuesta a presiones externas (de la pareja, amistades o normas sociales) o internas (autoimposición de expectativas, necesidad de popularidad o miedo al rechazo). Esta presión puede llegar a ser tan sutil que la persona ni siquiera es plenamente consciente de ella, lo que da lugar al sexting no deseado. En otros casos, el material íntimo se reenvía sin el permiso de la persona que aparece en él, lo que implica una falta absoluta de consentimiento.
Entonces, ¿por qué los adolescentes, chicos y chicas, practican el sexting? No hay una única respuesta, ya que su decisión está influida por una combinación de factores psicosociales. Aspectos individuales, como la autoestima o la necesidad de validación, se combinan con la influencia del grupo de iguales, las redes sociales y la percepción que tienen del sexting en su entorno, llevándolos, en ocasiones, a enviar contenido erótico-sexual incluso cuando en el fondo no lo desean.
Las normas de género y la percepción de popularidad refuerzan esta presión, sobre todo en las chicas, haciendo que enviar material íntimo se convierta en una forma de cumplir una expectativa en lugar de una elección libre.
Cuando se trata del reenvío no consentido, también entran en juego otros mecanismos como la desconexión moral y la desinhibición tóxica en línea, especialmente entre los chicos. Estas estrategias permiten justificar el daño sin sentirse culpables y minimizar la percepción de las consecuencias de sus actos a través de la pantalla, normalizando la vulneración de la intimidad de otras personas.
Entre el beneficio y el riesgo: ¿cómo impacta el ‘sexting’?
No todo es negativo cuando se habla de sexting. Para algunas parejas jóvenes puede fortalecer la intimidad y la confianza, además de ser una vía de autoconocimiento y afirmación de la identidad sexual, lo que ha favorecido su creciente normalización. Sin embargo, en ocasiones, los riesgos pesan más en la balanza.
Cuando no existe consentimiento, las consecuencias pueden ser devastadoras a nivel psicológico y social, causando ansiedad, depresión, ciberacoso o juicios sociales, entre otros. Además, las chicas suelen enfrentarse a un escrutinio social más severo, lo que refuerza las desigualdades de género presentes en este fenómeno.
Tres perfiles de comportamiento en torno al ‘sexting’
Los primeros resultados de nuestra reciente investigación sobre el impacto del sexting, con una muestra representativa de 3 818 adolescentes y jóvenes españoles de 14 a 25 años, revelan tres perfiles de comportamiento:
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El perfil de “no implicación” agrupa a quienes no realizan sexting, el 58,1 % de adolescentes y jóvenes.
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El perfil de “implicación consentida” corresponde a quienes participan principalmente en el envío y recepción consentidos, el 31,5 %.
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El perfil “implicación consentida y no consentida” representa a quienes participan en todas las conductas, con y sin consentimiento: el 10,5 %.
En particular, es este último perfil el que presenta una peor calidad de vida y mayores niveles de depresión, ansiedad, estrés y creencias de doble estándar sexual. Esto refleja que, aunque tengan experiencias consensuadas, la implicación en el sexting sin consentimiento tiene un impacto mucho mayor en su bienestar.
Educar sin miedo y dialogar con libertad
El sexting en adolescentes es una realidad que no se puede ignorar ni reducir a simples advertencias de “no lo hagas”. No se trata de prohibir, sino de educar con un enfoque que combine información, seguridad digital y conciencia social. Las estrategias preventivas deben centrarse en fomentar el pensamiento crítico, el consentimiento, la ética sexual y el uso responsable de la tecnología, yendo más allá del miedo y el castigo.
Es fundamental también abordar las desigualdades de género, evitando culpar a las chicas y promoviendo una cultura de equidad en el ámbito digital. Solo a través de un diálogo abierto y libre de estigmas, podremos ayudar a adolescentes y jóvenes a tomar decisiones y construir relaciones digitales más seguras, igualitarias y saludables.
Mónica Ojeda, Daniela Villa-Henao y Rosario Del Rey son profesora, doctoranda y catedrática en la Universidad de Sevilla, respectivamente. Esperanza Espino es profesora ayudante en la Universidad Loyola, Andalucía.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.