Por José Pablo Salas Ilarraza, Universidad de La Rioja
J. Robert Oppenheimer era director científico de uno de los proyectos más importantes y secretos de la historia de la humanidad, el Proyecto Manhattan. Desde su laboratorio de Los Álamos debía conseguir la fisión del átomo con fines militares antes que los nazis: la bomba atómica. Lo logró. Pero después tuvieron lugar los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki; y J. Robert Oppenheimer carga desde entonces con una responsabilidad histórica. ¿Quién le salva? ¿Quién le condena?
Protagonista de la película de Nolan
Basada en el libro Prometeo Americano de Kai Bird y Martin J. Sherwin, Christopher Nolan ha dirigido la película Oppenheimer sobre la figura del físico J. Robert Oppenheimer.
La película narra el papel de Oppenheimer en la construcción de la primera bomba atómica en 1945. El estreno ha activado una vez más su protagonismo.
Oppenheimer fue un brillante físico estadounidense nacido en Nueva York el 22 de abril de 1904 y fallecido en Princeton (Nueva Jersey) el 18 de febrero de 1967, víctima de un cáncer de laringe. Estudió Química en Harvard, graduándose summa cum laude. Posteriormente, viajó a Europa donde estudió Física en Cambridge (Reino Unido) para, finalmente, obtener su doctorado en la Universidad de Göttingen (Alemania) bajo la supervisión de Max Born, uno de los padres de la mecánica cuántica.
En los años previos a la Segunda Guerra Mundial fue profesor en la Universidad de California hasta que en 1942 le reclutó el general Leslie R. Groves como director científico del recién creado Laboratorio Nacional de Los Álamos.
Trinity y el principio de la era nuclear
El Proyecto Manhattan fue una gigantesta iniciativa científico-militar que tuvo como único objetivo lograr el arma atómica. Este cometido se logró cuando la primera bomba atómica, que recibió el nombre en clave de Trinity, fue detonada el 16 de julio de 1945 en una zona remota del desierto de Nuevo México.
La tarea encomendada a Oppenheimer fue la de coordinar desde Los Álamos el numerosísimo grupo de científicos, ingenieros, militares y personal civil que trabajaba en más de una docena de centros de investigación repartidos principalmente por Estados Unidos. Por este motivo, y aunque se le reconocen importantes contribuciones en física atómica y molecular, Oppenheimer ha pasado a la historia por haber sido uno de los principales impulsores del Proyecto Manhattan, tal vez su cara más conocida, y por ello apodado padre de la bomba atómica.
Tras el éxito del ensayo de Trinity, el resto de la historia es tristemente conocido. El 6 y el 9 de agosto de 1945 las bombas atómicas Little Boy y Fat Man arrasaron las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Más de 120 000 personas murieron de forma inmediata a causa de la explosión de las bombas. Muchas más fallecieron posteriormente víctimas de las heridas y de la radiación.
Oppenheimer apostó por lanzar las bombas
Además de su papel como director del laboratorio de Los Álamos, Oppenheimer desempeñó un papel relevante en el grupo que forzó ante la administración del entonces presidente Truman la decisión de lanzar las bombas atómicas sobre Japón. Esta decisión, tomada en contra de muchas voces cercanas que apostaban por un primer uso táctico intimidatorio del arma atómica, marcó el resto de su vida.
Tras el fin de la guerra, en 1946 se creó la Comisión de Energía Atómica (AEC) de Estados Unidos, una agencia para controlar las investigaciones sobre armas atómicas. Oppenheimer fue nombrado presidente de su comité asesor. Desde esta tribuna, y muy posiblemente condicionado por el efecto devastador de las bombas lanzadas sobre Japón, Oppenheimer dedicó gran parte de su esfuerzo a defender la no proliferación nuclear y a intentar detener la carrera armamentística emprendida por Estados Unidos y la Unión Soviética.
La caza de brujas
A partir de ese momento empezaron sus problemas. Esta postura pacifista, así como un pasado de simpatías comunistas, lo llevaron a ser perseguido e investigado por el FBI de J. Edgar Hoover. Como consecuencia de esta persecución, en 1954 la AEC anuló su autorización de seguridad debido a supuestas conexiones comunistas.
Perdida toda su influencia política, Oppenheimer retomó su labor docente e investigadora en física. Finalmente, en 1963, amigos de Oppenheimer consiguieron que el presidente John F. Kennedy le concediera el Premio Enrico Fermi, premio “presidencial” del Gobierno de los EE. UU. Este galardón supuso un gesto de rehabilitación política. No fue hasta 2022 cuando se demostró que Oppenheimer había sido una víctima más de la caza de brujas llevada a cabo por sectores macarthistas del gobierno americano durante la guerra fría.
En un primer momento podemos pensar que Oppenheimer fue un demonio, un villano que abrió la caja de Pandora del poder atómico y forzó su uso contra Japón. Sin embargo, tal vez tengamos que hacer un razonamiento más sosegado, un juego mental que nos lleve a meternos en la piel de Oppenheimer, en el contexto histórico que le tocó vivir y en las decisiones que se vio forzado que tomar.
Deberíamos preguntarnos si de entre todas las opciones que había, las que tomó Oppenheimer fueron o no las más acertadas. La única regla que debemos seguir en este juego es que no tomar decisiones no es una opción válida. Las respuestas son todas válidas y muy posiblemente todas de consecuencias igualmente terribles a las tomadas por Oppenheimer.
Más allá de la elegante estética propia de los años 50 del siglo XX, tal vez el atractivo que ejerce sobre nosotros la figura de Oppenheimer radica en el hecho de reducir a su única persona la responsabilidad de acciones que fueron tomadas por muchos. Acciones de consecuencias devastadoras, como tomadas por un héroe, un nuevo Prometeo, y las cuales sin duda modularon para siempre el mundo en el que vivimos.
El propio Oppenheimer lo supo muy pronto y, tras la detonación de Trinity, recordó las palabras del Bhagavad-gita, un importante texto sagrado hinduista (considerado uno de los clásicos religiosos más importantes del mundo):
“Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”.
José Pablo Salas Ilarraza, Profesor Titular de Física. Departamento de Química. Universidad de La Rioja, Universidad de La Rioja
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.