Tuve un abuelo andaluz que reiteradamente acudía a la paradoja del curro en la fiesta: “No puede quedarse, ni marcharse”.
Así les ocurre a quienes no aplauden el expansionismo de la OTAN ni el belicismo de Estados Unidos y tampoco endosan la respuesta rusa que, debido a justificadas preocupaciones de seguridad, invadió a Ucrania descartando otras fórmulas. Estas personas suelen coincidir en que los rusoparlantes de Crimea y Donbass tienen derechos que deben ser respetados, pero no asumen la anexión de territorios como una fórmula aceptable.
No se trata de ambigüedades, ni de relativismo político o moral, sino de la complejidad de un proceso esencialmente irracional, el cual implica a personas que no desean la victoria militar de ninguno de los contendientes ni la derrota de alguno de ellos; lamentan por igual la pérdida de vidas de unos y otros, ruegan por la paz y creen que el diálogo y no las armas es el modo de conseguirla.
Algunos reconocen la obra de Vladimir Putin quien, en la zaga terrible del colapso de la Unión Soviética, con determinación y sabiduría aplicó políticas que reflotaron a Rusia, restablecieron la economía y el poderío militar, recuperaron el orgullo y la autoestima nacional y desde una perspectiva diferente, incluso opuesta al legado soviético, restauraron la prestancia internacional que, como parte de la URSS, tuvo Rusia.
Otras respetan al presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski que encabeza la resistencia de su país, sin ser admiradores suyos, entre otras cosas porque no lo conocen y porque este líder llegó al poder mediante dudosas manipulaciones políticas internas, incluido golpes de estados y fraudes electorales, así como intromisiones en los asuntos internos por parte de Europa, Estados Unidos y Rusia, en torno a las aspiraciones, legítimas o no, de Ucrania de ingresar en la Unión Europa y la OTAN.
Ignoro si alguna vez en los círculos de poder y en los mandos militares ucranianos creyeron que podían triunfar en los campos de batalla porque, aunque el estatus militar de Rusia no se iguala al impresionante desempeño de la Unión Soviética en la Gran Guerra Patria y en la II Guerra Mundial, la asimetría militar y económica, respecto a Ucrania, así como la profundidad estratégica y, en última instancia el poderío nuclear, descartan la posibilidad de éxito contra ella.
Ni Rusia ni Estados Unidos, pueden ser retados por ningún país ni por todos juntos, debido al poderío militar de ambos que incluye impresionantes arsenales nucleares formados por 5 889 ojivas nucleares en Rusia y 5 244 en Estados Unidos. Solo ellos, (además de China) poseen misiles intercontinentales capaces de trasladar bombas atómicas de un hemisferio a otro, así como aviación estratégica y estupendas flotas navales que incluyen decenas de submarinos nucleares dotados con temibles misiles.
Tanto Rusia como Ucrania combaten en dos segundos frentes: el referido a los medios de difusión masiva y el relacionado con la concertación de alianzas.
Para emprender su aventura de dominación mundial, la Alemania hitleriana comprometió el apoyo de Japón e Italia que formaron el eje Berlín-Roma-Tokio, mientras Franklin D. Roosevelt, presidente de los Estados Unidos, Iosiv Stalin, líder la de la Unión Soviética y Winston Churchill primer ministro británico, estructuraron la coalición de Los Aliados que llegó a sumar casi 50 países, aunque los tres primeros llevaron el peso de la contienda y forjaron la victoria.
Aunque aportan armas y dinero para Ucrania, Europa y los Estados Unidos no han comprometido un solo soldado y ninguno de los países solidarios con Rusia lo ha hecho, cosa que de ocurrir pudiera ser catastrófica.
En los años cuarenta, cuando se libró la II Guerra Mundial no se había desarrollado la televisión, las agencias de noticia comunicaban las novedades mediante teletipos y la radio internacional con emisoras de onda corta, especialmente con las legendarias BBC de Londres y Radio Moscú, convertidas entonces en voces de los aliados y de la libertad.
Lo mismo que es lamentable la guerra en los campos de batalla, es grotesco el espectáculo que ofrece la propaganda realizada por los medios afines a los distintos contendientes que ocultan sucesos, manipulan hechos y mienten abiertamente.
En cualquier caso, la complejidad del proceso que implica a la opinión pública mundial posee una compleja dialéctica propia. Criticar a Rusia no significa necesariamente apoyar a la OTAN y a Estados Unidos; reivindicar el derecho de Ucrania a la legítima defensa, no implica sumarse a la rusofobia que invade a Occidente. Tampoco la solidaridad con Palestina supone antisemitismo ni la condena a Hamás islamofobia. Si hubiera que tomar un partido, el de la paz sería el mejor. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diaro ¡Por esto!. Se reproduce con la autorización expresa de su autor.