Etiquetas para una convulsa escena política
La palabra “balseros” se globalizó en el verano de 1994 cuando, en embarcaciones frágiles, más de 30 mil cubanos se hicieron a la mar. Fue no mucho después de que los mapas cambiaran de color, en el Período Especial, código con el que Fidel Castro designó en 1990 el mamellazo en la frente. “Salvar la Revolución y salvar el socialismo” eran dos expresiones que los cubanos no habían escuchado antes. Tampoco una tercera: “ollas colectivas”.
Aquella estampida recibió el nombre de “Crisis de los balseros”. A mediados de agosto de 1994, más de 6 mil habían llegado a Estados Unidos, en comparación con los 3200 que emigraron por esa vía durante todo el año anterior.
En 1995 el presidente Bill Clinton puso en práctica lo que se conocería como “política de pies secos/pies mojados”. Solo se aceptaría en Estados Unidos a los balseros que tocaran tierra.
Durante la crisis, con la negativa a recibirlos una vez rescatados del Estrecho de la Florida, desde el mismo año 94 habían comenzado a ser enviados a una locación ajena, pero no desconocida: la Base Naval de Guantánamo. Hasta entonces sus instalaciones se habían destinado por orden de Reagan a los haitianos interceptados cerca de las costas de Florida (1981); política de “refugio seguro”.
El 2 de mayo de 1995 la administración Clinton anunció que la mayoría de los detenidos en Guantánamo serían procesados y autorizados a entrar a Estados Unidos. La crisis trajo un acuerdo: los balseros serían devueltos a La Habana si no calificaban para el asilo político. El Gobierno cubano se comprometió a no tomar ninguna medida contra los que fueran repatriados.
Pies secos/pies mojados fue una política descontinuada en enero de 2017 por un correligionario de Clinton, Barack Obama, casi con el pie fuera del estribo de su presidencia y después de haber implementado una política de engagement con Cuba, anunciada en diciembre de 2014.
El acercamiento entre Estados Unidos y Cuba condujo, entre muchos otros resultados, a conversaciones sin precedentes desde 1959 y a inaugurar embajadas en las respectivas capitales, más allá de las secciones de intereses que funcionaron desde los años 70 bajo aquella détente de la administración Carter.
Una decisión definitiva
“La gente cargaba balsas desde sus casas hacia la costa. Eran desfiles interminables. Había curiosos por doquier. Familiares despidiéndose, muchos llorando, amigos diciendo adiós a amigos sin saber si se volvían a ver. Algo impresionante”.
Willy Castellanos, fotógrafo que en 1994 hizo una serie sobre el tema, con su Nikon F3 y un lente Zackar de 28 milímetros. Éxodo, documentos alternativos se expuso en Miami en 2014, con una muestra de casi treinta instantáneas.
“Un balsero lo será hasta que muera. Igual que un emigrante lo es siempre. La decisión que tomaron en agosto de 1994, para bien o para mal, les perseguirá toda la vida”.
Carles Bosch, director de Balseros (2002), documental que condensa en dos horas siete años de vida de un grupo de migrantes ilegales cubanos. Nominado a los Oscar en 2003.
El caso Elián González
En noviembre de 1999, el fenómeno de los balseros asistió a un evento sin precedentes: el caso de Elián González. El niño de 5 años sobrevivió en el mar a la muerte de su madre y el resto de los pasajeros de una endeble embarcación. De pronto colisionaron elementos que no se habían mezclado antes: políticas migratorias, problemas de custodia característicos de la sociedad estadounidense, temas éticos y familiares; todo atravesado por la política y, sobre todo, por el diferendo entre los poderes del exilio y de Cuba. De rebote, Elián puso a la isla (de nuevo) en el centro de los medios de comunicación estadounidenses.
Al cabo de largas disputas legales, en abril de 2000 efectivos del FBI llevaron a cabo una operación de rescate para hacer efectiva la decisión del Gobierno de Estados Unidos de devolver el niño a su padre en Cuba. La palabra “traición” quedó en el ambiente miamense, como algunas décadas antes, cuando Kennedy y Playa Girón. Del otro lado, nuevos cantos de victoria inundaron las plazas públicas.
Oleadas humanas por tierra y mar
Para los cubanos la frontera mexicana no había sido nunca tan porosa y atractiva antes de que el presidente Obama evaporara de un plumazo pies secos/pies mojados en enero de 2017. Estadísticas de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP por sus siglas en inglés) y del Departmento de Seguridad Nacional ya mostraban en 2015 una tendencia que había comenzado a crecer desde 2012: por la frontera sur habían entrado a Estados Unidos 27 143 cubanos durante ese año fiscal, con Laredo como punto favorito de ingreso. 9056 habían entrado por el Aereopuerto Internacional de Miami y pedido asilo. Más de 33 mil almas en total.
Incidían varias concurrencias, y señaladamente dos: en primer lugar, la reforma migratoria cubana de 2013, que flexibilizó la salida del país al eliminar un conjunto de restricciones históricas —“carta blanca”, permiso de salida, etcétera. Una demanda interna bastante demorada que, cualesquiera fueran sus limitaciones, permitió a los cubanos moverse con una condición sine qua non: que los países receptores les otorgaran visa.
En materia de requisito de visado para cubanos, Ecuador fue una de las pocas excepciones; aunque había otras, demasiado lejanas de la ruta soñada: Bostwana, Cambodia, Mongolia, Kirguistán… A partir de esta circunstancia, muchos cubanos llegaban al trampolín suramericano (Ecuador o Guyana) para emprender un viaje de miles de kilómetros hasta la frontera mexicana a contrapelo de traficantes, mercaderes, funcionarios corruptos, ríos, selvas y otras tantas adversidades. No siempre se vieron coronados por el éxito.
En segundo lugar, a partir de 2015 fue tomando cuerpo la percepción social de que la Ley de Ajuste Cubano terminaría porque ambos Gobiernos ya tenían relaciones diplomáticas: había que apurarse. Era una especie de sordera que ignoraba los mensajes de la administración Obama en el sentido de que no había intención de cambiar el estatus migratorio, ni la Ley de Ajuste en el Congreso. Se dijo desde la primera ronda de conversaciones bilaterales, y lo repitieron hasta la saciedad distintos portavoces del Gobierno.
Al cuadro se sumaba la labor de estaciones de TV visibles en Cuba mediante la “antena”, así como viajeros de ida y vuelta que aseguraban a los “socios” en Cuba que la Ley de Ajuste estaba en una suerte de “peligro inminente”. Como para rematar, congresistas cubanoamericanos que antes defendían a capa y espada la legislación, se viraron para tercera sosteniendo la necesidad de reformarla, lo cual en la isla se decodificaba en un refrán popular: “Recoge los cheles, que nos mudamos”.
Seis años después de terminada la facilidad de entrada a Ecuador (noviembre de 2015), en noviembre de 2021 Nicaragua (un punto mucho más próximo al norte que Guyana y el propio Ecuador), eximió del requisito de visado a los cubanos. Un flujo inusual de coterráneos empezó a hacer un recorrido de miles de kilómetros por carretera, coyotes y miles de dólares mediante, hasta alcanzar un punto de los 3145 kilómetros de frontera de Estados Unidos con México.
En noviembre de 2022 se alcanzó un nuevo récord de entradas de cubanos a Estados Unidos por la frontera sur: 35881 personas en total. Durante el año calendario 2022, el número llegó a 313048, lo cual duplicaba (si bien en un período más extenso) la cantidad total combinada de emigrantes cubanos hacia Estados Unidos de la crisis de Mariel en 1980 (126407) y la de los balseros de 1994 (32362).
En su conjunto, los emigrantes irregulares cubanos escapan de las consecuencia de la crisis estructural de la economía, la manquedad de las reformas, la inflación galopante, el incremento de las sanciones estadounidenses, los efectos de la pandemia, la inacción de los acuerdos migratorios —que establecen la aceptación de 20 mil inmigrantes cubanos al año, por vía legal— y el cierre del Consulado en La Habana luego de unos extraños incidentes sónicos que hasta el día de hoy nadie ha logrado explicar. Se reportaron en medio del proceso de demolición de las relaciones con Cuba que Donald Trump emprendió desde el principio de su mandato.
Una ojeada a las cifras resulta ilustrativa. Entre el primero de octubre y el 31 de diciembre de 2022 la Guardia Costera de Estados Unidos interceptó a 4076 balseros. La palabra que los identifica se asocia, abrumadoramente, con otra: deportaciones, resultado de aquellos acuerdos migratorios firmados por ambos Gobiernos en 1995.
Durante el año fiscal 2021-2022 los guardacostas interceptaron a 6182 balseros cubanos. En el mismo período se presentaron unos 260 mil cubanos en la frontera sur, donde los deportables —a diferencia de los capturados en el mar— han sido golondrinas que no hacen verano.
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Migrantes A; migrantes B
Sea por mar o por tierra, se trata de migración irregular; pero, además de la vía de tránsito y las condiciones del trayecto, hay otras diferencias importantes. El recorrido por tierra requiere la inversión de varios miles de dólares (pasajes de avión con precios inflados; transportación, alojamiento y alimentación en varios puntos del trayecto o a lo largo de este; “honorarios” del coyote, posibles sobornos, etcétera). Un gasto semejante solo puede asumirlo quien tenga algún patrimonio heredado, ahorrado o invertido en bienes que pueda vender. Son pocos los casos. Otros, se apoyan en familiares que les financien la operación desde el extranjero.
Los balseros, aunque sean parte del mismo boom migratorio, perfilan otro tipo de emigrante; presumiblemente sin apoyo desde el extranjero siquiera en condición de préstamo, sin patrimonio heredado u obtenido, sin casa, carro u otro bien valioso que poner a la venta.
Tienden a ser personas más desesperadas y menos favorecidas. Se tiran al agua porque carecen de los recursos económicos necesarios para “ir a ver los volcanes”. Muchos de sus rostros provienen de la llamada Cuba B, el interior, la provincia, donde los niveles de pobreza se han profundizado más después del Ordenamiento y la pandemia.
Pobreza es justamente lo que proyectan las embarcaciones rústicas en las que se aventuran a cruzar un Estrecho marcado por la siempre traicionera corriente del Golfo, cambios bruscos en las condiciones del tiempo y aguas atestadas de tiburones.
Son verdaderos portentos de madera, aluminio, poliespuma y otros materiales, a veces ensamblados sobre tanques de 55 galones para tratar de que aquello no perezca en la lucha contra los elementos. Artefactos flotantes —hundibles millas adentro, a pesar de las prevenciones.
Pueden llegar a ser diez o más días de travesía, sin comida ni agua, procurando sacar de la embarcación la persistente impertinencia del agua. Con un sol devastador, sobre todo en verano. Y una oscuridad proverbial durante las noches sin luna.
”No nos veíamos ni las manos”, contó uno. “Y lo peor es que sentíamos a los bichos revoloteando alrededor de aquella cascarita flotante”.
Pero esta vez hay un dato distinto. Antes solo documentaba este flujo migratorio —con pocos recursos y raras veces— la prensa, cámara en mano, a bordo de un escampavías de la Guardia Costera, en aguas estadounidenses. Ahora no. Vivimos una verdadera explosión de registro gráfico.
Los migrantes de hoy llevan consigo nuevos dispositivos con los que testimonian el recorrido en fotos, audios y videos, al menos hasta donde se pueda. Quienes están en ambas orillas también disponen de los nuevos medios. Hemos visto transmisiones en vivo de salidas o llegadas de balsas; asistimos como espectadores a la despedida o al desembarco eufórico de los afortunados.
Gracias a los registros, conocemos en detalle sus pertrechos, el interior de sus embarcaciones y los vemos a ellos mismos. Se trata de un material precario y caótico al que nunca antes tuvimos acceso. Existía solo en el recuerdo —o el trauma— individual de quienes habían sobrevivido a la experiencia. Ahora son piezas de una memoria colectiva.
Hemos visto, también, las embarcaciones que llegan vacías a la costa.
Las nuevas tecnologías no solo se están usando para dejar testimonio, sino además en función de llegar con vida al destino. En marzo de 2022 a un balsero lo rescataron en una tabla de windsurf cerca de Cayo Maratón gracias a su celular y su GPS. Apenas dos meses después, apareció una figura nueva, hasta hoy excepcional: el tecnobalsero, un joven de Varadero que cruzó el Estrecho en un kiteboarding avituallado con celular, tecnología de punta, traje de neopreno y una mochila de hidratación que le permitieron llegar a la otra orilla en tiempo récord: seis horas. Registró la travesía con la ayuda de varias cámaras.
Dijo en Miami: “Todos los días navegaba en Cuba, estudié el tiempo en programas de Internet, los vientos, todo, todo, para que nada fallara. Estudié cada día a la hora que iba a cambiar el viento y aproveché el sur-sureste, que es el que te impulsa hacia las costas de Florida”.
En las mismas redes sociales en que circulan fotos y videos de embarcaciones y sus tripulantes, se encuentran mensajes y pedidos de ayuda de familiares y conocidos. “Mis hermanos salieron el 23 de diciembre con otras veintisiete personas y todavía no tenemos noticias de ellos”, dice una cubana desde la isla en un video de corta duración. “Esta es la única foto que tengo de la embarcación. Mi primo y su esposa iban ahí. Él se llama… Por favor compartan, mi familia está desesperada y mi tía no tiene vida”, pide otra. Es común ver collages con fotos de los viajeros desaparecidos, junto a mensajes de quienes esperan que alguna pista los ayude a localizar a los suyos.
Nada parece disuadirlos. Ni los peligros de emprender la travesía —casi un acto suicida— ni los insistentes mensajes de las autoridades estadounidenses para que no se lancen al mar (#DontTakeToTheSeas). Tampoco asegurarles que serán devueltos a la isla después de arriesgar la vida. Lo siguen haciendo incluso después de anunciado el nuevo programa de parole para haitianos, nicaragüenses, venezolanos y cubanos el pasado 5 de enero, que descalifica a las personas que se aventuren a la entrada ilegal, por tierra o por mar.
“Instamos a todas las personas a usar formas seguras y legales de venir a Estados Unidos. Por favor, no se hagan a la mar”, insiste el teniente Ebria Karega, del Distrito Siete de la Guardia Costera.
Desde octubre de 2022 a la fecha, los guardacostas han interceptado 5590 balseros. En menos de cinco meses se ha alcanzado una cifra muy cercana a la de todo el año fiscal anterior (6182 en doce meses). De los interceptados, casi todos han sido devueltos a Cuba.
La huella
Se sabe de los balseros que son interceptados y de los que tocan tierra firme; pero muy poco o nada de quienes no lo logran. Embarcaciones que llegan vacías a este lado. Zapatos que aparecen un día en la arena de un cayo. Documentos flotando en el agua.
Un cementerio en el mar. Un drama histórico con demasiados rostros en la oscuridad. Una tragedia protagonizada por familias rotas, madres llorosas y desesperadas, hermanos iracundos, viudos cabizbajos y niños huérfanos.
Y con marcas indelebles. A veces por toda la vida, fuera o dentro de “la tierra de los libres” y “el hogar de los valientes”.