En 1977, Sergio Sciaroni y su hermano Aldo abrieron un quiosco en el barrio bonaerense de Flores que pronto se transformó en tabaquería. “No era un barrio en que ese tipo de producto era característico. Por tanto, fue un desafío, porque las tabaquerías estaban en el centro”, comenta Sergio, sentado en un sillón macizo de peteribi estilo renacentista italiano, que destaca por el cuero repujado en el respaldo. Los asientos y una mesa centran el salón de fumadores de Casa Lotar, que, a pesar de estar medio escondida en el microcentro porteño, es considerada una de las tabaquerías más antiguas de la ciudad de Buenos Aires.
“En esa época eran puros cubanos”, dice: “No había otra variedad, aunque existía alguna que otra fábrica nacional. Recuerdo la marca Santos. Pero, lo que el fumador tenía a la mano era el tabaco cubano. Entonces no existía el montón de marcas que hoy existen”, cuenta.
Lo del montón de marcas disponibles en la tabaquería queda visible desde la entrada, y también en una amplia y vistosa vitrina repleta de cajas de madera dentro de las que, acomodados, pueden descubrirse los diversos tabacos que también tapizan una de las paredes a la izquierda. Al atravesar la puerta suena una campana que anuncia la llegada del cliente, y cuando se voltea uno para ubicar el origen del sonido descubre a Groucho Marx diciendo: “Me gustan los hombres que ni en las más adversas circunstancias dejan de fumar puros”.
La pandemia del coronavirus es una “circunstancia adversa” para el comercio del tabaco en Buenos Aires, y aunque la cifra de contagios ha disminuido, los fumadores siguen llegando a Casa Lotar, y a los más de 20 locales semejantes que existen en la ciudad, únicos establecimientos donde es posible encender un cigarro bajo techo y fumarlo sin infringir la ley.
“La ley antitabaco empezó a hacer ruido en los 2000, pero en Argentina tenemos la suerte de que fumar bajo techo tenga dos excepciones: las tabaquerías y los internados psiquiátricos”, dice Sergio, y aclara: “Claro, te exigen que exista todo un sistema de inyección y extracción de aire. Tenemos ese aparato que funciona como purificador…”, y señala hacia los fondos del establecimiento, donde se advierte un gran tubo forrado con cintas amarillas en las que logran leerse nombres de las principales marcas de puros procedentes de La Habana.
En 1997 los hermanos Sciaroni empezaron a viajar a los Festivales del Habano, que se denominaban Hombre Habano del año y que a partir de 1999 devendría el evento definido por el propio Sergio como “maravilloso y e impecable”. A este encuentro, el bonaerense algunas veces llevó grupos de hasta seis fumadores. Desde entonces él y su hermano han participado en casi todas las ediciones y en 1998, recuerda, la empresa que representaba, Casa Lotar, fue unas de las pocas del mundo en recibir distinción por su labor en favor de la imagen y comercialización del tabaco cubano.
Localizada a pocos metros de la avenida Leandro Alem, Casa Lotar tiene desde 1994 su sede principal en el número 318 de la calle 25 de Mayo. Surgió de la idea de replicar, ese año, el local que ya tenían en el microcentro de Flores, convirtiéndose el nuevo espacio en la primera tabaquería que incorporaba el concepto de todo un sistema pensado para el placer de los fumadores.
Fue, según Sergio, la época más importante en cuanto a cuidado y conservación del producto que comercializan, y también en cuanto al servicio al cliente. “Ya empezaban a verse los servicios alrededor del tabaco. Por ejemplo, las tabaquerías de Estados Unidos empezaban a tener sus lockers para que el cliente guardara las reservas de puros, empezaba a aparecer la conservación del puro con humedad, cosa que no teníamos; aparecieron los espacios donde se podía fumar…”
En Casa Lotar, superadas las estanterías, el mostrador y la caja cobradora aparece una escalera que lleva al subsuelo. Con la repentina aparición de una vega de tabaco en el trayecto, uno cae de golpe en un espacio semejante a algunos de su mismo tipo localizados en La Habana Vieja.
Una gigantografía en la pared del fondo nos pone ante lo que fue alguna vez el principal recurso económico de la Isla de Cuba: la vega.
En la foto, un hombre joven revisa la calidad de una hoja de tabaco. “Es un trabajo maravilloso. Yo hago un paralelismo con el vino, que tiene muchas labores manuales también. Hoy, con lo que ha avanzado la industrialización y la tecnología, que sigamos teniendo un producto hecho a mano desde que plantás la semilla hasta que terminás torciendo la hoja es algo único, maravilloso”.
“La única máquina que se usa en todo el proceso es para el control de calidad del tiraje”, advierte Sergio: “Vos fíjate que el tabaco le ha ganado al ron. La producción de tabaco ha crecido mucho. Lo que pasa es que el mundo tiene demanda por el tabaco cubano; aún habiendo buen tabaco en otras partes —dominicano, nicaragüense— el fumador busca el tabaco cubano porque tiene características únicas. Fíjate que es una denominación de origen, pero hay más demanda que oferta”.
“¿Y por qué sucede?”, le pregunto. “Creo que tienen que tiene que ver con el incremento de las zonas de cultivo, pero para eso hace falta inversión y capacitación de gente joven para el oficio. Cuba tenía una tradición, pero ahora muchos chicos de esas familias se dedican al turismo en otros oficios. Es la realidad que yo vi en 2019, durante mi último viaje. Falta gente joven para sembrar, en las fábricas…es un trabajo mal pago. Y fíjate, creo que hoy es el producto que más ingresos le genera a Cuba fuera del turismo. Nosotros notamos que muchos tabacos no tienen un control de calidad, como debería tenerlo”.
En sus viajes a la Isla, Sergio ha visitado plantaciones en Vuelta Abajo, Pinar del Río y en Remedios, Villa Clara. Considera que Romeo y Julieta y Montecristo son las marcas más demandadas en la actualidad, también Cohiba y Trinidad. “Trinidad tiene un público que ha ido descubriendo la marca”.
Entre los clientes de Casa Lotar se cuenta el expresidente argentino Carlos Menen y al actor Juan Leyrado. Pero, Sergio recuerda a uno en particular: Maradona. A Maradona dice haberle entregado un Habano durante una fiesta y, desde entonces, además de volverse su cliente, se aficionó por los puros cubanos.
“Hoy mucha gente se vuelca al Habano. Hay una publicidad muy en contra del cigarrillo, y entonces las personas buscan dejarlo por considerarlo un hábito nocivo y comienzan a disfrutar el Habano, que es otra experiencia de fumar. Con el cigarrillo uno se traga el humo, pero en el Habano se degusta en el paladar y se larga”.
Seguido Sergio desaparece. Ha ido a buscar un tabaco. Viene con su Bolívar fuerte y todo lo necesario para disfrutarlo. Dice que se puede fumar dos o tres tabacos por semana, pero pasa mucho más tiempo con la pipa, porque “el Habano es más para encenderlo y dedicarse a él. Si vos escogés un habano que dura una hora es para dedicarle una hora”. La tendencia, por lo que aprecia, es que los fumadores prefieran los tabacos más gruesos y más cortos.
Sergio habla pausado, su voz tiene un timbre alto y mientras narra su relación con Cuba, y especialmente con el tabaco, se deja envolver por gruesas y blanquecinas espirales de humo.
En el lugar hay también una barra con rones, pero no probamos ninguno. Se identifican a simple vista marcas cubanas y dominicanas. También llega el néctar del café, del que sí bebemos.
Además de la imagen de las vegas cubanas, en la sala de fumadores observo junto a una vieja maleta el libro El viaje del Habano, de Antonio Núñez Jiménez. Le hablo de Puro Humo, la historia personalísima sobre del hábito de fumar, escrita por Cabrera Infante. “Lo tengo”, me dijo la primera vez que conversamos y me mostró su edición. La segunda vez que nos encontramos en la tabaquería, llegué con una edición de Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Busco la página donde se lee: “El mejor fumador busca el mejor habano, el mejor habano la mejor capa, la mejor capa la mejor hoja, la mejor hoja el mejor cultivo, el mejor cultivo la mejor semilla, la mejor simiente la mejor vega…por eso la agricultura del tabaco exige tanta meticulosidad”.
Tendría que acabar este texto diciendo: “fumar daña su salud”. Pero, después de mi encuentro con Sergio, no vale la pena.