El azar quiso que el pianista y compositor norteamericano Dave Brubeck[1] estuviera aquella noche de 1970 entre los músicos invitados al Jamboree Jazz Festival, en Polonia, que presenciaban el concierto de un quinteto cubano de jazz, con un formato instrumental muy peculiar, liderado por un joven músico, también pianista y compositor, para más señas.
A casi 50 años de que aquel hecho, ese pianista –hoy un gigante sin edad aparente y viviendo un sosegado, pero intenso estado de creación–, no olvida el gesto de Brubeck cuando llamó la atención al mundo del jazz norteamericano sobre lo que consideró un hito singular: el aporte del joven Chucho Valdés con la incorporación de la percusión ritual afrocubana, en especial, de los tambores batá, en las manos prodigiosas de Oscar Valdés.[2] Poco después grabaría lo que es hoy ya un clásico del latin jazz: el disco Jazz Batá, con el propio Oscar Valdés en la percusión afrocubana y Carlos del Puerto en el bajo.[3]
En su disco Jazz Batá-2, Chucho parece validar aquel acto, hoy sedimentado y enriquecido, en lo que considera un estadío superior de lo que entonces fue un trascendente experimento musical.
¿Cómo ha sido presentar Jazz Batá-2 al mundo anglosajón, casi 50 años después de aquel encuentro revelador en el Jamboree Jazz de Polonia?
Cuando nos presentamos en el Jamboree Jazz Festival era la primera vez que un grupo de jazz radicado en la Isla iba a un festival internacional, y nuestro formato llamó la atención de Dave Brubeck. Renovar los elementos del jazz sin la batería era un reto. A nadie se le había ocurrido hacer un trío sin ese instrumento que parecía imprescindible. Mucha gente me dijo entonces que era una locura. Pero lo cierto es que ese atrevimiento cambió la base armónica y rítmica, usando los tambores yoruba, los batá; pero también añadimos las congas, la percusión afrocubana, y en mi opinión fue la primera vez que se creó lo que hoy llaman el set de esa percusión en los formatos de jazz. Nosotros decidimos hacerlo sin batería, aunque hoy se le incluye. Poco después, bajo este mismo concepto empezamos a trabajar en la creación y el concepto de Irakere.[4]
Ahora con Jazz Batá-2, que estamos presentando en conciertos por todo el mundo, el público lo recibe con asombro y complacencia, porque se da cuenta de que no hacía falta la batería en un proyecto así, y la aceptación ha sido increíble, pues es algo novedoso, que nadie había hecho antes… Usamos elementos que no están presentes en el primer disco Jazz Batá, que fue todo instrumental: ahora tenemos a Dreiser Durruthy, que es un especialista en lengua yoruba y experto bailarín –su formación académica es precisamente la danza clásica, pero domina a la perfección la folklórica– entonces, con él hemos añadido danzas y cantos legítimos en lengua yoruba. El resultado es un espectáculo de alto nivel musical.
En Jazz Batá-2 se aprecia un nuevo lenguaje de interacción entre el piano y la percusión afrocubana y, a la vez, de estos con otros instrumentos inusuales en un formato de jazz como el violín.
En Chucho Valdés se percibe siempre el disfrute candoroso ante la revelación de un descubrimiento para el cual ha trabajado mucho. Más allá de Irakere y Jazz Batá-2, ¿se plantea Chucho Valdés una continuidad en esta exploración de maridajes sonoros, a partir de lo afrocubano? ¿Qué le atrae más de estos procesos?
Es una experimentación que no acaba. Y resulta increíble, porque el piano es un instrumento melódico y armónico, canta melodías y hace armonías bellas, pero el piano es un instrumento de cuerdas percutidas, o sea, también es un instrumento de percusión. Después de mucho trabajo, de estudiar los toques de todos los orishas o santos de la religión yoruba, y los tres tambores batá –iyá, itótele y okónkolo–, tuve la idea de unir todo eso a la armonía y a la melodía. En el piano reproduzco los toques de los tres batás junto con los propios tambores batá. En Jazz Batá-2 estoy tocando percusión combinando el batá rítmico y el batá melódico, que es el piano. Ahora lo he desarrollado tanto, que no sé si habrá un disco Jazz Batá-3.
¿Cree Chucho Valdés que ya está dicho todo en el diálogo entre la percusión afrocubana y el jazz?
Pienso que estamos empezando a encontrar cosas que tenemos y que no hemos aprovechado en todas sus posibilidades. Pienso que todavía queda cerca de un setenta por ciento de todo aquello que tenemos como cultura musical de raíz, para seguir explorándolo y desarrollándolo. Esto es como un reinicio de algo que ha estado en curso. Hay toques, cantos, mucho más de los yorubas y ararás, por ejemplo, cuyas raíces están en la zona de Matanzas. También hay muchas cosas por la zona oriental, donde los ritmos son diferentes. ¡Es un tesoro lo que tenemos en Cuba! Cuando Bebo [5] decidió hacer el batanga, recuerdo que se puso en contacto con Trinidad Torregrosa, para mí, el mayor batalero cubano. Iba a casa, se juntaba con Bebo y yo veía todo eso, cómo planearon la nomenclatura de la combinación de las congas y los batás. Bebo la escribió y ha quedado, y pienso que ahí está la clave de esa combinación. Bebo es el verdadero genio. Sabía que yo estaba intentando continuar lo que él hizo con el batanga, pero después de estudiar mucho, creo que ya el batanga quedó ahí como el origen de esta imbricación de los batás y la percusión afrocubana en el jazz, y lo que quiero hacer ahora es la continuidad.
Todo parece indicar que la imaginación de Chucho Valdés es inagotable. A estas alturas, cuando está delante del piano, ¿qué es lo que más le motiva en el proceso de imaginación y creación? ¿A qué apela para esa constante renovación y ese reinventarse sin cesar? ¿Secretos, disciplina o inspiración?
Es todo. Primero mucha información general, no solo la referida a las culturas y las músicas africana y cubana, sino a la universal. Es lo único que te permite, con una concepción muy amplia, hacer fusiones y combinaciones. Apelo también a la información que acumulo desde niño –no te olvides que crecí en un medio totalmente musical–, además de lo que investigo y busco, y todo eso lo uno a la inspiración y a la disciplina, de la que no me aparto. Tengo muchos recursos, incluido la llamada música clásica, es decir, que he tratado de tener un arsenal suficiente para la creación. Experimento mucho, hago y también deshago si veo que algo no funciona, eso lo elimino, y sigo trabajando. Para el arte de la improvisación, más que todo, lo importante es la imaginación. Sin eso no haces nada, porque no se te va a ocurrir nada si no la tienes. Beethoven tenía un alumno que daba su primer concierto y él fue a escucharlo. El alumno tocó muy bien, pero le fallaron dos notas. Al terminar fue al encuentro de su maestro, quien le dijo que había sido un concierto increíble. El alumno reconoció su error en aquellas notas, pero Beethoven le dijo: “Si te falla una nota, eso es insignificante, pero tocar sin pasión y sin imaginación, eso es lo imperdonable”. Soy un centinela del piano. Somos casi una misma cosa, inseparables. Me la paso buscando, investigando, pero no trabajo si no tengo inspiración.
En su opinión, ¿existe un jazz cubano? ¿Cómo explica su opinión al respecto?
Existe una forma muy cubana de tocar el jazz, usando nuestras raíces. Y se reconoce rápidamente, hay muchos ejemplos de los grupos que hacen este tipo de música, sobre todo entre los jóvenes. A nivel de creación, de composición, es también así.
¿Cómo ve usted la salud del piano en el jazz que se hace en Cuba? ¿Hay relevo, continuidad o estancamiento?
Estamos en el mejor momento de nuestra historia pianística, porque lo que está pasando con los pianistas cubanos es un verdadero fenómeno. Digo que se acabaron los pianistas mediocres, eso es una especie extinguida en Cuba. Todos tocan bien. Son muchísimos, pero siempre hay quienes destacan más, y por favor, que no se molesten los que no aparezcan, podría ser más un olvido que una omisión. Esto comenzó desde una generación anterior, en la que los nombres más prominentes fueron Emiliano Salvador y Gonzalo Rubalcaba –dos grandes–, y le siguieron Hilario Durán, Omar Sosa –uno de los más originales e imaginativos, lo admiro mucho–, Ernán López-Nussa… Y después viene la generación actual, que está arrasando: Rolando Luna, Harold López-Nussa, Kemel Roig, Aldo López-Gavilán –que puede tocar cualquier cosa–, David Virelles –para mí es un genio–, Iván “Melón” Lewis –es de los bravísimos–, Pepe Rivero – increíble–, Alejandro Falcón, Miguel Núñez, Alfredo Rodríguez Jr. y eso no se detiene ahí: entre los más jóvenes hay ya quienes destacan como Leyanis Valdés y un muchacho que se llama Víctor Campbell, que va a ser una revolución en el piano.
Y tengo necesariamente que coincidir con Beethoven en algo que conecta con todas las generaciones: la técnica es muy importante, pero entre la técnica y la imaginación, me quedo con la imaginación.
Notas:
[1] Dave Brubeck (Concord, California, 6 de diciembre de 1920-Norwalk, Connecticut 5 de diciembre de 2012).
[2] Oscar Valdés Campos. Percusionista, cantante y pedagogo. Fundador del grupo Irakere. Actual director del grupo Diákara (La Habana, 12 de noviembre de 1937).
[3] Carlos V. del Puerto. Bajista, contrabajista y pedagogo. Fundador del grupo Irakere (La Habana, 1951).
[4] Irakere, orquesta fundada por Chucho Valdés en 1973, es una de las bandas más influyentes de latin jazz.
[5] Se refiere a su padre, Bebo Valdés (Dionisio Ramón Emilio Valdés Amaro: Quivicán, 9 de octubre de 1918-Estocolomo, Suecia, 22 de marzo de 2013), uno de los más prominentes directores orquestales, pianistas y compositores de música popular cubana.
*Este texto pertenece a la edición 55 de la revista OnCuba Travel:
Un gran maestro!