Fotos: Carolina Vilches
No hay un rincón más bohemio en la Isla que El Mejunje de Santa Clara. Hacia allí confluyen cada día los amantes, de todos los pareos, pintas y credos, en busca de su espacio ideal; el reino de Silverio. No digo “reino” como expresión pomposa, desde que uno traspasa sus portones tiene la sensación de haber llegado a un mundo distinto al hasta ahora habitado.
Su anfitrión, Silverio, un ser omnipresente. Es como el gurú de la tribu, su palabra allí es ley; no emitida como ordenanza sino como petición, suficiente para ser cumplida de inmediato y con gozo. De andar silencioso, de charla amena, culta, serena, sin la menor petulancia, con espesura filosófica y gran sabiduría popular, este hombre de teatro abraza a todo parroquiano como viejo amigo. Habla escuchando, de ahí que todos lo tengan como un hermano mayor. Todo pasa por su mirada, un detallito feo, puede ser acompañado de un noble susurro suyo, rectificador, y uno de inmediato comprende. Su prestigio es su voz, hace 28 años solicitó unas ruinas coloniales en el centro de la ciudad, a dos cuadras del parque Vidal. Convocó a un puñado de soñadores y aquel patio fue convirtiéndose en un centro cultural del mayor arraigo popular. Los primeros fueron dejando estampadas sus ideas en las paredes, llegando a convertirse en una antología de grafitis, cargados de humor, de ideas atrevidas. Fue un simple patio y un bar con una vieja victrola, algún taburete y bancos de madera. Artistas plásticos fueron dando su toque decorativo. Desde el comienzo no tuvo hora de abrir ni de cerrar, podía aparecer una guitarra y amanecer un grupo cantando o bailando, lo mismo una pieza de la trova tradicional que un reggae. No hay un día que ese lugar no mejore. Ahora exhibe, además del patio central de presentaciones, y su antológico bar, una acogedora sala de teatro, una galería y un café recibidor, donde se conversa y se canta entre afiches que han generado los eventos que allí se realizan.
En El Mejunje, los sietes días de la semana no son domingo, lunes, martes… sino rock, son, travestis, bolero, trova, teatro, actividades infantiles… hay espacio para todos, jóvenes, viejos y niños. Hace unos días estuve allí y me senté unos minutos a conversar con Silverio —oportunidad que tiene todo el que visita el lugar, pues a cada ser que llega le dedica al menos una bienvenida—. Pues me decía este especial anfitrión: no se puede dejar un instante de mirar, y mirar bien; quiénes son los nuevos, qué intereses traen, qué pasa en la calle, qué falta en la gente, cuál es la necesidad espiritual por cubrir, qué está empujando, buscando dónde posarse.
Al reino de Silverio debemos, entre otras muchas cosas, contar en Santa Clara con el movimiento más importante de la canción de autor cubana en estos momentos, La Trovuntivitis. Es el nombre de una peña de trovadores que todos los jueves se hace allí desde septiembre de 1997.
Cuenta en su libro, La vena del centro: trova santaclareña, el escritor Alexis Castañeda que la mirada escudriñadora de Silverio se percató de que empezaba un movimiento trovadoresco en el ámbito universitario y, con su olfato, los invitó a que hicieran una peña semanal allí. El trío Enserie, Alain Garrido y Dieguito Gutiérrez comenzaron entonces un jueves hace 15 años y hoy es un espacio de reconocido prestigio en el que se presentan no solo trovadores de todo el país, sino también figuras importantes de la canción hispanoamericana que llegan con curiosidad para cantar en ese espacio.
El nombre parece haber surgido de las ocurrencias de uno de los más importantes trovadores de este movimiento, Roly Berrío. Fue un jueves en que los trovadores padecían casi todos de conjuntivitis y fueron a cantar todos con gafas oscuras. En una de sus improvisaciones inventó aquello de Trovuntivitis, y así quedó acuñado.
La Trovuntivitis parece una fuente inagotable de trovadores, nombres como Roly Berrío —todo un suceso de la cancionística cubana—, quien junto a Levis Aleaga y Raúl Cabrera integraron el trío Enserie, Leo García, Dieguito Gutiérrez, Alain Garrido, Raúl Marchena, de su primera etapa han traído sucesivas hornadas de creadores como Yaima Orozco, Michel Portela, Yordan Romero, y otras más cercanas aún con nombres como Irina González, Miguel Ángel de la Rosa, Karel Fleites El Friki, y ya, por estos días muchachos del ambiente universitario vienen asomando con fuerza desde la peña Caña Santa, insertada entre estos más reconocidos.
Para beber la espiritualidad cubana más bohemia, desenfadada, desprejuiciada, hay que ir a El Mejunje. Atmósfera natural, sabrosa, con disímiles expresiones culturales flotando entre la gente, donde una noche nunca es igual a otra, donde uno aprende a reconocer los puntos comunes con seres que, por su estética, su música, su sexualidad, sus atuendos, o credos nos pueden parecer en un inicio muy distantes. Las noches allí, que suelen terminar con el sol, llevan el vuelo de la paz y la compenetración entre los seres humanos.
La leyenda venía
y nuestros ojos sabían
cuánto habríamos de crecer
y cruzamos las puertas,
las cruces puestas,
leyenda venía bien.
Raúl Marchena
No he bebido tanto, pero ya no sé, casi nada es cierto,
las luces en el corazón y una baja voz que sobrevive.
Todo está girando a mi alrededor.
Ha debido ser la velocidad con que sopla el tiempo,
la música colándose entre los cigarros y el murmullo
y esta felicidad que va contaminando.
La luna marca un rastro lento con su recorrido,
igual estuvo ayer, bajando por detrás de tu conversación.
Abro las puertas al amor y no basta mirarte,
saltan mis manos fuera de control, mensaje divino.
Vuelvo a los astros y soy natural
¿qué menos puedo hacer si la vida nos canta?
Leo García