México, 2 de noviembre de 2024. Este día en el mundo cristiano se recuerda a los fieles difuntos. En México es Día de Muertos, una de las fiestas nacionales más coloridas y de mayor fuerza simbólica, declarada por la Unesco en 2008 patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.
En entrevista concedida al periodista Alejandro Mancilla, el Dr. Héctor Zarauz1, autor del libro La fiesta de la muerte2, explica que los festejos para agasajar a los difuntos en este país comienzan el 28 de octubre, cuando se recuerda a quienes murieron en accidentes. El 30 se dedica a recordar a los bebés fallecidos antes de recibir el bautismo; el 31 de octubre se rinde homenaje a los niños que no alcanzaron a cumplir 12 años. El primero de noviembre se dedica a todos los santos, y el 2, fecha de culminación de los festejos, es oficialmente el Día de Muertos.
Los altares
La celebración, en general, tiene un carácter íntimo, aunque instituciones públicas, comercios y dependencias gubernamentales pueden exhibir sus altares. Éstos llevan las fotos de los amados difuntos, recortería de papeles de colores, los platillos, bebidas y frutas que en vida ellos preferían, velas, amuletos y las infaltables flores naranjas, cempasúchil, que forman un tapiz de luz para señalar el camino a los familiares o amigos que son recordados.
Los cementerios se colman de familiares y amigos de los fallecidos, se engalanan sus tumbas y hay música y alcohol, para recibir y honrar las almas de los seres amados que, de un modo u otro, se hacen presentes para las fechas. Es un festejo alegre, pues se trata de agradecer el tiempo en que los muertos estuvieron en el mundo conocido, nos acompañaron y, además, nos concedieron la vida, pues los padres y las madres se honran especialmente.
Los que no están vuelven a estar. Se energizan con lo que se les ofrece en los altares, conviven con sus familiares y, terminadas las celebraciones, vuelven allí, al lugar que no se sabe, origen de todos los misterios.
En años sucesivos que, por azar, me ha tocado presenciar el Día de Muertos en Ciudad México, he visto altares dedicados a figuras de la cultura universal (Colonia Roma; Dostoyevski, Allan Poe, Paul Eluard…) y nacional (María Félix, Pedro Infante, Cantinflas, Frida Kahlo, Diego Rivera, Octavio Paz, Juan Rulfo…). Y algunos otros que tienen un carácter de denuncia social, como los dedicados a los masacrados durante los sucesos de Tlatelolco (2 de octubre de 1968; entre 300 y 400 personas es el estimado) y los desaparecidos en Ayotzinapa, un caso aún no esclarecido lo suficiente.
Las celebraciones del Día de Muertos tienen elementos comunes y diferencias regionales. Parten del culto precolombino a la muerte, propio de diversas culturas americanas que estimaban el paso al inframundo o Mictlán (“lugar de los muertos” en náhuatl) como un trámite natural, ajeno al dolor, otra forma de existencia. Con el paso del tiempo, estas tradiciones han ido enriqueciéndose sin perder su alto contenido identitario.
Son célebres los festejos de Día de Muertos en los pueblos mágicos y en la huasteca potosina, donde cada año se concentra gran cantidad de turistas.
Entre los elementos que se han sumado a las celebraciones, quizá el más importante sea el Desfile del Día de Muertos de Ciudad de México. Es práctica reciente. Data de 2016, y se inspira en un evento similar que aparece en una secuencia del filme 007: Spectre (Sam Mendes, 2015) donde participaron 1500 extras.
A pesar de que su origen podría parecer espurio, lo cierto es que el desfile de este año, que pude presenciar, desbordó mexicanidad, y todo lo visto y escuchado, disfraces, música, carrozas fueron manifestaciones de la rica cultura popular de este país. Tanto así, que a cada rato, cuando los danzantes se acercaban a saludar y a “atemorizar” al público, este respondía con gritos de ¡Viva México! Una o dos veces, emocionado, fui el primero en gritar.
Ya de regreso a mi albergue, me detuve en una taquería. En una servilleta escribí un mensaje para mis padres, que dejé en el primer altar que encontré en el camino. Más o menos les decía:
viejos
estuve desolado
mucho tiempo
hasta que descubrí
su presencia
en el viento
de las tardes
en los días
de mar
cuando lograba
que me amara
una mujer
y aquella vez
que creía estar
tan solo
asomado al río
magdalena
que se resistía
a devolverme
mi reflejo
agradezco
que me dieran
un lugar
en el mundo
y no pierdan
la alegría
allí donde estén
estoy
1. Mancilla, Alejandro. El Día de Muertos, ¿más vivo que nunca? En GQ, 5 de septiembre de 2020.
2. Conaculta, 2000.