La frase se escucha casi como un susurro del otro lado de la línea telefónica. “La mafia ha acabado con la democracia en Haití”. Me lo dice Charles LeValeur, en español algo así como “Carlos con valor”. Y tiene razón este analista haitiano que se niega a abandonar su país, entre otras razones porque tiene aspiraciones políticas.
El problema, subraya, es que el futuro político de Haití es incierto, muy incierto. En su opinión la mafia (o sea, las pandillas) están acabando paulatinamente con la democracia en su país. Las autoridades sostienen que allí reinan unas cien pandillas. En la embajada de Estados Unidos, la única además de la francesa que funciona con cierta normalidad, la percepción es diferente. Un diplomático estacionado en la media isla confía a OnCuba algo mayor: “Creemos que son doscientas pandillas. Y la mayoría controladas por el narcotráfico”.
Uno de los pandilleros más “populares” es Jimmy Cherizier, que suele recorrer impunemente la capital, Puerto Príncipe, en la parte trasera de una motocicleta flanqueado por hombres jóvenes que portan máscaras negras y con estampado de leopardo y armas automáticas. Sus guardaespaldas.
Es así como Cherizier, mejor conocido por su apodo de infancia, Barbecue, se ha convertido en el nombre más reconocido en Haití.
Y en su territorio, envuelto por las casas con techos de hojalata y las bulliciosas calles del barrio miserable de La Saline, él es la ley.
A nivel internacional se le conoce como el líder pandillero más poderoso y temido de Haití, sancionado por las Naciones Unidas por “graves abusos contra los derechos humanos”, y el hombre detrás de un bloqueo de combustible que puso de rodillas a la nación caribeña a fines del año pasado.
Pero si se le pregunta a este ex oficial de policía con tatuajes de pistolas en el brazo, se autodefine como un “revolucionario” luchando contra un gobierno corrupto que ha dejado a una nación de 12 millones de personas viviendo prácticamente del aire.
Cuando inició su carrerra en 2010, tras el terremoto, Cherizier me dijo que queria ser presidente. La semana pasada en una conversación telefónica, que debe haber sido escuchada por los servicios de espionaje de la región, me reafirmó a través de su teléfono satelital: “ya no quiero, soy el presidente, y sin burocracia”. Se molestó cuando se enfrentó a una carcajada. “No me llames más”, dijo en francés. “Voy a tener que ir a verte a La Saline”, contesté. “Ni se te ocurra”.
Este lunes la agencia AP logró hablar con él. “No soy un ladrón. No estoy involucrado en un secuestro. No soy un violador. Solo estoy haciendo una lucha social”, dijo sentado en una silla en medio de una calle vacía a la sombra de una casa con las ventanas destrozadas por las balas. “Soy una amenaza para el sistema”.
En un momento en que la democracia se ha marchitado en Haití y la violencia de las pandillas se ha descontrolado, hombres armados como Cherizier están llenando el vacío de poder dejado por un gobierno que se desmorona. En diciembre, la ONU estimó que las pandillas controlaban el 60% de la capital, pero hoy en día la mayoría en las calles de Puerto Príncipe dice que esa cifra se acerca al 100%.
“Democráticamente hablando, hay poca o ninguna legitimidad” para el gobierno de Haití, cree Jeremy McDermott, director de InSight Crime, un centro de investigación centrado en el crimen organizado. “Esto le da a las pandillas una voz política más fuerte y más justificación para sus reclamos de ser los verdaderos representantes de las comunidades”.
Es algo que las víctimas del conflicto, los políticos, los analistas, las organizaciones de ayuda, las fuerzas de seguridad y los observadores internacionales temen que empeore. Los civiles, se preocupan, enfrentarán las peores consecuencias.
La última crisis entró a toda velocidad luego del asesinato del presidente Jovenel Mosëi en 2021. En su ausencia, el actual primer ministro Ariel Henry emergió en una lucha por el poder como líder del país, pero con poca fuerza y casi ninguna popularidad. Las casi doscientas pandillas de Haití se han aprovechado del caos, luchando por el control.
La tensión rodea Port-au-Prince. Los puntos de control policial salpican las intersecciones concurridas y se pueden ver etiquetas de graffiti diciendo “abajo Henry” en cada parte de la ciudad, cuentan haitianos llegados a Miami recientemente. Los ciudadanos caminan por las calles con una inquietud proveniente de saber que cualquier cosa puede pasar en cualquier momento, explican.
Un conductor de ambulancia que regresaba de llevar a un paciente le dijo a AP que fue secuestrado, retenido durante días y que se le pidió pagar un millón de dólares para ser liberado.
Esos rescates ahora son comunes y utilizados por las pandillas para financiar sus guerras. Un promedio de cuatro personas son secuestradas por día en Haití, según estimados de la ONU.
La ONU registró casi 2 200 asesinatos en 2022, el doble que el año anterior. Las mujeres describen brutales violaciones en grupo en áreas controladas por pandillas. Los pacientes en las unidades de traumatología quedan atrapados en el fuego cruzado, devastados por los disparos de las pandillas o de la policía.
“Nadie está a salvo”, dijo Peterson Pean, un hombre con una bala alojada en la cara por haber recibido un disparo de la policía después de no detenerse en un puesto de control en su camino a casa desde el trabajo.
Mientras tanto, una ola de espeluznantes asesinatos de policías a manos de pandillas ha provocado indignación y protestas entre los haitianos.
Luego del asesinato de seis oficiales, un video que circula en las redes sociales, probablemente filmado por las pandillas, muestra seis cuerpos desnudos tendidos en el suelo con armas en el pecho. En otro aparecen dos hombres enmascarados que usan las extremidades desmembradas de los oficiales para sostener sus cigarrillos mientras fuman.
“La violencia relacionada con las pandillas ha alcanzado niveles no vistos en años… afectando a casi todos los segmentos de la sociedad”, dijo Helen La Lime, enviada especial de la ONU para Haití, en una reunión del Consejo de Seguridad a fines de enero.
Henry, el primer ministro, le ha pedido a la ONU que dirija una intervención militar, pero muchos haitianos insisten en que esa no es la solución, citando las consecuencias pasadas de la intervención extranjera en Haití. Hasta ahora, ningún país ha estado dispuesto a poner las botas sobre el terreno.
La guerra se ha extendido más allá de áreas históricamente devastadas por la violencia y ahora consume calles bordeadas de mansiones que antes se consideraban relativamente seguras.
En octubre la ONU impuso sanciones a Cherizier, incluido un embargo de armas, una congelación de activos y una prohibición de viajar.
Los líderes de pandillas como Cherizier han invocado cada vez más el lenguaje político, utilizando el final de los mandatos de los senadores para cuestionar el poder de Henry.
“El gobierno de Ariel Henry es un gobierno de facto” dice Cherizier. Por ello, me asegura, lo combate.
Del narcotráfico no quiere hablar.