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En el campo de los estudios sobre la religión, nadie ha desarrollado un trabajo más sistemático, diverso y sostenido sobre la iglesia católica que Aurelio Alonso.
Desde sus primeros textos de mediados de los años 60 sobre el pensamiento filosófico católico en Europa y sus debates con monseñor Carlos Manuel de Céspedes, pasando por sus cursos universitarios durante los años del ateísmo dominante, cuando fui su alumno, hasta sus reflexiones sobre la fe en Cuba y en América Latina, en los años 90 y 2000, cuando tuve la oportunidad de ser su editor, aprendí que nadie entendía como él las claves de la compleja relación entre la Iglesia y el Estado, y el lugar de la fe católica en la cultura, la sociedad y la política cubanas.
Por más de medio siglo, he recurrido a él buscando despejar los entresijos de la política eclesial, aquí y en el resto del mundo. Con el fin de comprender el papado de Francisco en su contexto, su sentido, desenlace y posteridad, he irrumpido en la paz de su retiro espiritual, reanudando el hilo de una conversa donde se juntan lo humano y lo divino.
Hace 10 años, en una conversación en torno a la proyección del papa Francisco, comentabas el significado que tenía el que hubiera sido el primer papa latinoamericano; y también que se trataba de un jesuita, en el contexto de dos papados anteriores con una condición más bien conservadora. Tú lo calificabas así en aquel momento. ¿Cómo ves el balance sobre lo que pensabas entonces, en cuanto a que significaba un momento nuevo en la Iglesia, al cabo de diez años?
El hecho de que Francisco fuera latinoamericano y jesuita fueron dos novedades absolutas en la historia del papado. Pero ninguna de esas razones por sí sola implicaba que fuera a ser un papa progresista, ni por ser jesuita ni por ser latinoamericano. De hecho, la mayoría del cardenalato latinoamericano era conservador, alineado con las decisiones papales que buscaban cercanía y afinidad.
Es importante recordar, cada vez que hay un cónclave, que quienes eligen al próximo papa son, en su mayoría, cardenales que fueron designados por el papa saliente. Este papa no puede crear cardenales que solo piensen como él; también los designa teniendo en cuenta las proyecciones dominantes en las iglesias de las que esos cardenales provienen.
Actualmente, como señala Frei Betto en un artículo reciente, África es la región donde más cardenales ha nombrado el papa Francisco, lo que refleja el crecimiento del catolicismo en África en las últimas décadas, un crecimiento superior al de América Latina. Sin embargo, el papa ha tenido que considerar la composición y proyección de los obispos de las conferencias episcopales locales para no designar cardenales que pudieran ser rechazados por ellos, lo que podría generar conflictos dentro de la Iglesia. Y no se espera que haga algo así.
Así que, según Frei Betto —que sabe muchísimo más que yo— los cardenales designados en África son mayoritariamente conservadores, y muchos de ellos están bastante distantes de las proyecciones que ha mostrado el papa. Tampoco podemos decir que el papa Francisco fuera una figura completamente anticonservadora.
Yo había hecho algunas previsiones en otras entrevistas anteriores a la que mencionas y también en un artículo que publicó la revista Casa de las Américas, recién realizado el cónclave, cuando se dudaba si iba a ser un papa progresista o no. Porque se habían presentado situaciones locales en Argentina que hacían a algunos pensar en él como una figura vinculada con la dictadura, en su última etapa. Pero desde que el papa fue electo, en esa “democracia” vaticana que ejercieron 115 cardenales en el año 2013, él decidió llamarse Francisco.
Hay que señalar que ningún papa, hasta ahora, había elegido llamarse Francisco. A lo largo de la extensa historia del papado, han abundado nombres como León, Gregorio o Juan, entre otros. Pero nunca un pontífice había optado por el nombre del humilde Francisco de Asís, aquel que desafió las estructuras institucionales que la Iglesia había ido consolidando durante la Edad Media. Francisco fundó una orden que rechazaba el modelo del monasterio tradicional y lo reemplazaba por el convento: no un centro de poder feudal, sino una casa de paso. Un espacio desde donde el monje, lejos de vivir recluido, salía a predicar con su ejemplo de pobreza y humildad.
Esa elección del nombre Francisco para un papa significaba mucho para mí desde el principio, igual que todos los gestos de ruptura con el lujo de las pompas pontificias, que mantuvo hasta el final de su vida. Incluso la decisión de no ser sepultado en una cripta de la basílica de San Pedro, sino en la iglesia de Santa María la Mayor, un lugar fuera de la tradición de las pompas papales, fue un signo claro de esa ruptura. Y el funeral sencillo también fue importante. Creo que todo esto muestra cómo este papa se acercó más a los pobres y a los problemas del mundo.
Quisiera volver a aquella entrevista de 2015, a dos desafíos dentro de la Iglesia: el de los manejos fraudulentos y el de formas de corrupción asociadas a la conducta sexual de los sacerdotes; así como a la necesidad de políticas nuevas que enfrentaran esos problemas acumulados. ¿En qué medida el balance de la obra de Francisco puede conectarse con tus valoraciones de entonces?
Es muy difícil hacer un juicio sobre eso sin estar de cierta manera muy metido dentro de los problemas de la Iglesia. Visto desde fuera, todo indica que Francisco logró, con su proyección, atenuar o disminuir —no sé si eliminar— los problemas de corrupción, tanto en el sentido moral, personal, humano, como respecto a la violación del voto de castidad, así como a los abusos sexuales. No creo que se trate de algo erradicable institucionalmente del todo. No obstante, hay que reconocer que enfrentó esos problemas sin titubeos, sin que le temblara un músculo de la cara. Pero mientras exista el celibato habrá motivaciones para el abuso sexual y para deformaciones del sentido ético de la pastoral de la Iglesia.
Todo indica, visto desde fuera, que si el papa no logró eliminarlas, sí las atenuó muchísimo. Los escándalos fuertes de corrupción financiera también se han controlado. No teniendo la mirada desde adentro en su totalidad; resulta imposible saber si lo que ha tenido lugar es una superación de esos problemas o un enmascaramiento, que a él mismo pueda habérsele escapado, ni hasta qué punto hay uno o lo otro. Y puede volver a manifestarse con una política más relajada dentro del Vaticano. Es muy difícil o imposible predecirlo desde fuera. Pero creo que, entre las cosas positivas que deja el papado de Francisco, está una cierta superación, al menos aparente, de esos problemas. Además de otras, algunas más importantes.
Una mejor comprensión de la conexión de lo político con lo social, con lo ético, con lo humano, así como una política distinta hacia la naturaleza, que se coloca ante los disparates realizados por la humanidad contra el medioambiente. Toda una gama de problemas en que la posición del papa ha tenido un saldo positivo. Yo hablaría de saldo, porque también ha habido momentos en que el papa ha tratado de mostrar un balance. Estilo muy jesuítico también.

Mencionabas el tema del celibato. Además está la actitud de la Iglesia frente a la comunidad LGBTIQ+; y hacia el acceso de las mujeres a cargos hasta ahora reservados a sacerdotes. Sobre eso, ¿en qué medida el papado de Francisco ha avanzado posiciones diferentes?
No sé hasta qué punto estos avances son simplemente retóricos o realmente profundos. Por ejemplo, la designación de algunas mujeres para cargos o tareas dentro de la Curia no implica necesariamente que se haya abierto un espacio irreversible para la participación femenina.
Aun así, resulta significativo que el papa Francisco haya nombrado, hace un par de meses, a la hermana Simona Brambilla como prefecta del Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Y, un poco antes, a la hermana Raffaella Petrini como gobernadora del Estado de la Ciudad del Vaticano, un cargo importante, aunque más administrativo, en el que la Curia difícilmente habría podido ejercer una oposición que lo bloqueara.
Por otro lado, en sus últimos años designó a sor Natalie Becquart como la primera subsecretaria del Sínodo de los Obispos, el órgano asesor del propio papa, quien también se convertiría en la primera miembra con derecho a voto en un sínodo católico, compuesto por obispos, sacerdotes y algunos religiosos.
En cuanto a la comunidad LGTBiQ+, es cierto que el papa mostró gestos de tolerancia; reconoció la legitimidad de sus demandas, aunque no admitiera el matrimonio gay. No llegó a ese punto, y quizá habría sido precipitado. Tampoco me atrevo a juzgar si, para el balance que él ha tratado de dejar de su pontificado y para una continuidad, habría sido algo viable.
Ahora los ojos tienen que estar puestos en lo que va a suceder, en cómo va a ser la elección hecha por la Curia, cómo va a funcionar este cónclave. Será importantísimo.
Vayamos a la cuestión del cónclave y la elección del próximo papa.
Según Frei Betto, lo más probable es que sea italiano de nuevo, después de casi medio siglo.
En el mejor caso.
En el mejor caso. Es en Italia donde, según Frei Betto, hay una proporción mayor de cardenales, entre los nuevos designados por Francisco, que han sido seis; cinco responden muy de cerca a su punto de vista. Se habla también del famoso dominico británico Timothy Radcliffe, un teólogo muy afín a sus posiciones.
Que tiene una edad avanzada.
No sé si el cardenal británico sea un teólogo de la talla de Benedicto XVI, pero por lo menos a mí no se me hace una figura tan visible como para pensarlo papable. Es además un cardenal de orden religiosa, es decir, un dominico. Normalmente las curias se definen más bien por sacerdotes de origen diocesano, no de órdenes religiosas.
No me parece probable que elijan a un papa tan joven, como algunos candidatos de Australia o la India, que tienen menos de 50 años. Hacerlo implicaría comprometer a la Iglesia con un pontificado que podría durar dos décadas, y eso es demasiado tiempo.
¿Quieres decir que la Iglesia tiende a preferir papados que puedan durar no mucho más de diez años?
Creo que sí, la Iglesia parece moverse en esa dirección. Y si no hay acuerdo, el papado puede ser aún más breve, buscando lo que se llama un papa de transición, alguien que tenga mucho consenso en el concilio, pero que no comprometa un pontificado largo.
Diez años de papa Francisco: “No se olviden de rezar por mí”
Para finalizar, te propongo volver a la relación de Francisco con Cuba, que abordamos en aquella conversación de 2015. En aquel momento estaba en curso el despliegue de la normalización entre Cuba y Estados Unidos con la Administración Obama. Como señalabas, en el proceso de negociación que llegó a producir aquella concertación, abriendo el camino para un proceso de normalización, él tuvo una participación activa. ¿Cómo fue la relación de Francisco con Cuba?
Desde una perspectiva política, yo creo que su relación con Cuba fue el acto más audaz y positivo asumido por él.
Recuerda que después de su primera visita, él vuelve a Cuba, a pasar por aquí en una especie de escala técnica, que aprovecha para entrevistarse con el patriarca de la iglesia ortodoxa rusa, una instancia decisiva en el mejoramiento de las relaciones entre las dos iglesias. En esa ocasión expresó palabras muy positivas hacia Cuba. Él fue también el papa del ecumenismo, hacia las iglesias protestantes, la iglesia ortodoxa y hacia otros cultos del mundo; e incluso de ecumenismo hacia la población no creyente.
En general, Francisco fue un papa de mucha apertura. Si me presionas, te diría que ha sido el papa con mayor apertura en la historia de la Iglesia. Porque Juan Pablo II fue un papa renovador, pero como dijo alguien, era un reformista conservador. No era un hombre progresista, ni de cerca.
En cuanto a Benedicto, creo que empieza siendo algo diferente, y aunque no me atrevería a decir que terminó siendo progresista, sí se da cuenta de las limitaciones y la vulnerabilidad que puede tener un papa cuando la curia le es adversa. Se da cuenta de que, aunque como teólogo Juan Pablo II lo valoraba mucho, el resto del aparato curial no aceptaba muchas de sus opiniones y decisiones.
Así que optó por encontrar una forma de salir a tiempo, y lo hizo con una elegancia tremenda. Porque era un teólogo brillante, pero también un hombre que conocía como nadie los mecanismos de la Iglesia.

Aunque los dos papas anteriores, Wojtyła y Ratzinger, visitaron Cuba, Francisco fue excepcionalmente visible en su esfuerzo por encontrar una solución al problema cubano. Porque las relaciones entre Cuba y Estados Unidos involucran a ambas partes, pero estamos hablando del problema cubano. Y Cuba no es tanto un problema para Estados Unidos, como lo es Estados Unidos para Cuba, realmente.
Así que Francisco dio un paso significativo como contribución a la solución del problema cubano. También contó con un cardenal que, aunque no fue nombrado por él, trabajó en sintonía con su pontificado: Jaime Ortega. Y hay que reconocer también el impacto positivo del cardenalato de Ortega en este sentido.
Gracias, Aurelio, por esta entrevista. Ha sido una oportunidad para reflexionar sobre temas de fondo que compartimos hace diez años, y para adentrarnos en otros igual de complejos, con la lucidez y sutileza de entonces. Quizá más, diría yo. Una oportunidad luminosa.
[Se ríe] Gracias a ti.