El país más grande de Latinoamérica se preparaba el viernes para algo que hubiera sido inconcebible hace apenas unos años: la detención del expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, que en su día gozó de una enorme popularidad y cuyos gobiernos fueron elogiados por sacar a millones de personas de la pobreza en uno de los países con más desigualdades del mundo.
El juez federal Sergio Moro, considerado por muchos brasileños un cruzado contra la corrupción por su labor al frente de la “Operación Autolavado”, dio plazo a Lula hasta las 5 de la tarde del viernes para entregarse y comenzar a cumplir la pena de 12 años y un mes de prisión por un caso de corrupción.
La orden de Moro fue girada horas después de que el Supremo Tribunal Federal denegó por votación de 6-5 una solicitud de Lula de no ir a la cárcel mientras apela una sentencia que, según él, es sólo una maniobra para impedir que su nombre aparezca en las boletas de las elecciones de octubre. A pesar de sus problemas legales, Lula es el favorito en las encuestas.
En una nota, el magistrado dijo que le dio la oportunidad de entregarse voluntariamente porque fue presidente del país. Dijo que se le había preparado una celda especial, alejada de otros presos, en la cárcel de Curitiba donde debe presentarse.
El año pasado, Moro halló a Lula culpable de hacer favores a una constructora a cambio de la promesa de un apartamento en primera línea de playa. El fallo fue ratificado en enero por un tribunal de apelaciones.
La celeridad con la que el juez emitió la orden de arresto sorprendió a muchos, ya que según algunos expertos en derecho, hay cuestiones técnicas de la apelación de Lula que no prosperó que no serán solucionadas hasta la semana próxima. Estos detalles son “simplemente una patología que debería ser eliminada del mundo judicial”, afirmó Moro en su declaración.
Miles de personas se congregaron el jueves en la noche en el exterior de la sede de un sindicato metalúrgico en Sao Bernardo do Campo, un suburbio de Sao Paulo, donde el exmandatario inició su carrera política. Aunque Lula estuvo presente en el acto, no intervino.
“¿Por qué tienen tanta prisa por arrestarlo?”, dijo la expresidenta Dilma Rousseff, que sucedió a Silva y fue destituida del cargo en 2016. “Temen que Lula pueda obtener una decisión favorable en un tribunal [superior]. Esto forma parte del golpe de Estado que me sacó de la presidencia”.
No estuvo claro de inmediato si Lula se presentará ante las autoridades en la ciudad de Curitiba, como pide la orden de Moro, o si la policía tendrá que proceder a su detención, lo que supondría una pesadilla logística dados la concentración de millares de partidarios y la intensidad del tráfico en Sao Paulo, la ciudad más grande de Sudamérica.
“No veo por qué debería entregarse solo porque el juez Moro tuvo una crisis de ansiedad”, dijo el senador Lindbergh Farias. “Creo que deberían tener que pasar por la vergüenza de venir aquí y llevárselo delante de toda esta gente”.
“Esas imágenes se verían en todo el mundo y sería algo histórico”, agregó.
Pase lo que pase, el arresto de Lula supondrá una caída colosal para el hombre que encabezó al país más poblado de Latinoamérica entre 2003 y 2010 y que dejó el puesto con un índice de aprobación superior al 80 por ciento.
El expresidente estadounidense Barack Obama alguna vez lo llamó el “político más popular de la Tierra”.
Desde que abandonó el cargo, su situación ha empeorado con los diversos casos de corrupción. Siempre ha insistido en su inocencia y recorrido el país en campaña. A pesar de sus problemas legales, las encuestas dicen que volverá a ser presidente, siempre que le permitan presentarse.
Como tantos otros sucesos en un país profundamente dividido, el inminente encarcelamiento de Lula provocó reacciones diversas.
“Brasil ha anotado un gol contra la impunidad y la corrupción”, dijo el legislador Jair Bolsonaro, un exmilitar de derecha que marcha segundo en las encuestas.
“Lula es de los nuestros. Sabe lo que es llevar una vida dura y ama a los pobres más que a los ricos”, dijo Antonio Ferreira dos Santos, un albañil de 43 años que participaba de la vigilia frente al local de su sindicato.
AP / OnCuba
La mayoría de los brasileños deseamos que Lula sea preso por corrupción.