Con el sistema informático para solicitar subsidios de desempleo colapsado ante el avance de la pandemia Covid-19, más conocida como coronavirus, el gobierno del estado de la Florida ha creado una planilla para que los aspirantes hagan su pedido vía postal, que inicialmente comenzó a distribuirse en estaciones de correo y edificios gubernamentales. Pero con una cifra creíble de 400.000 desempleados a la vista, se han comenzado a ver enormes colas para conseguirlas.
Se estima que en el sur de la Florida hay entre 35.000 y 40.000 desempleados, cifra que se incrementará sin dudas en la medida en que la pandemia se vaya extendiendo. Este miércoles en el condado Miami-Dade se registran 5,354 casos de coronavirus y 49 fallecidos. Las cifras de desempleo no son exactas y circulan por vías informales.
La alcaldía de Hialeah, una ciudad de fuerte concentración de cubanos en el área metropolitana de Miami, ha habilitado tres localidades para atender al público. Pero la acogida ha sido tan voluminosa que se formaron colas interminables que la policía tuvo dificultades en controlar. “Es muy difícil determinar cuántos han pasado por aquí”, explica el portavoz de la policía de la ciudad, Ibel Pérez. “Han visto que las filas son enormes, como nunca antes vistas a no ser en eventos artísticos o deportivos. Es difícil hacer un cálculo”.
El ambiente alrededor de la biblioteca municipal “John F. Kennedy” es un poco agitado. La policía intenta organizar a la gente, aunque no es tarea fácil. Desesperados pero también indisciplinados, los cubano-americanos repiten comportamientos que son moneda corriente en la isla. La fila o “cola”, como le dicen popularmente, no es un ejemplo de orden. “Mi madre me ha explicado que esto se parece mucho a Cuba”, dice uno de los policías que intenta poner un poco de orden.
El objetivo es que la gente respete la distancia segura para atenuar las posibilidades de contaminación, use una máscara y respete su turno. “A ver, señora, por favor vuelva a la fila, mantenga seis pies de distancia de la otra persona y use la mascara”, le dice el oficial a una mujer que se ha apartado de la cola, pero sin advertir antes, a los que la rodean, que tiene ahí marcado su turno.
De hecho muchos, como en Cuba, llegan al final y preguntan: “¿quién es el último?”. Y la gente responde con la mayor naturalidad diciendo “soy yo y voy detrás de la señora del pulóver azul”, tras lo cual se apartan o se sientan en una de las escaleras cercanas y observan en la distancia la evolución de la cola. Es la recreación del funcionamiento de una cola como muchos han visto y vivido desde que nacieron.
La policía no entiende esas minucias. De inmediato pasa otro agente y recuerda lo de las distancias. El molote se dispersa un poco, pero eso no dura mucho. Alejado el policía y con cierta lentitud, como si quisieran pasar inadvertidas, las personas comienzan a caminar despacito, el molote vuelve al inicio y todo el mundo con cara de yo no fui. El agente vuelve, llama la atención y nadie se responsabiliza. Algunos arguyen con un “yo llegué primero, pero aquella se coló”. La aludida dice que nada de eso y se forma una discusión difícil de arbitrar porque nadie quiere dar su brazo a torcer.
Paciente, pero aun así con cara de espanto, el policía impone su autoridad y amenaza con un argumento que quizás raya en lo ilegal. “Cumpla con las reglas, si no, la saco”. Minutos después, el oficial habría de admitir a OnCuba que la amenaza no es muy legal, pero da una explicación lapidaria: “¿No los tratan así en Cuba? Ellos entienden…”.
El periodista le riposta diciendo que a la gente no hay que verla, y mucho menos tratarla, como si fuera ganado. Más aun cuando están allí apenas para recoger una planilla que podrá aliviar la angustia que padecen, una gestión que tarda mucho menos que el tiempo que están en la cola.
Además, como es normal, hay que entender que al recibir una planilla todo el mundo siempre tiene preguntas. Y dudas. El policía no se deja impresionar. “Yo conozco lo mío”. No lo parece porque el molote sin el respeto por la distancia segura o el uso de las máscaras es generalizado.
De repente, se oye un grito: “¡Se ha colado! Oficial, ese hombre se ha colado!”, dice una mujer apuntando hacia un anciano con un elegante bastón que ni siquiera se voltea cuando lo mencionan. La mayoría de la gente ni caso hace. Un par de personas le conceden el paso y un viejo conocido le comenta a OnCuba: “Mi socio, hay hábitos que tardan en morir. Estamos en una cola habanera, ¿o no?”. Cierto: a Hialeah le dicen la Ciudad que Progresa, aunque no se sabe hacia dónde. En la cola provocada por el coronavirus, seguramente hubo quien se sintiera en una fila en el Marianao habanero, esa a la que en otros tiempos también le decían la Ciudad que Progresa.