Los documentos recién socializados por el equipo de Robert Mueller y la Fiscalía del Distrito Sur de New York indudablemente arrojan nuevas luces sobre temas/problemas de investigación de un imbroglio de ya larga data, y colocan la discusión sobre la presidencia de Donald Trump en un nivel distinto, incluso más allá de esa “nube rusa” que ha estado ahí desde el principio, y a reserva de las tachaduras que contienen.
La primera y acaso más importante iluminación consiste en que esa nueva información pública hará muy difícil, cuando no imposible, que el fiscal general provisional Matthew G. Whitaker, designado como se sabe por Trump debido a sus criterios al respecto, suprima la investigación de Mueller sin que la obstrucción de la justicia aparezca sobre el tapete.
Y haber llegado hasta aquí significa, en breve, que el poder judicial sigue funcionando como balance y contrapeso, a pesar de los esfuerzos en sentido contrario y en medio de las tensiones y divisiones que hoy caracterizan a Estados Unidos.
Pero hay otros destellos entre tachaduras en negro. En uno de esos memos a Michael Flynn no se le exonera de sus graves delitos –bien mirado, el menos relevante es haberle mentido al FBI–, pero se le solicita pena mínima o nula, todo en medio de cierto champú de cariño por su tres estrellas y hoja de servicios. La clave, desde luego, es haber colaborado de manera limpia y persuasiva con el desarrollo de la investigación.
El siguiente, elaborado por los fiscales neoyorkinos a propósito de Michael Cohen, quien recibirá su sentencia el próximo 12 de diciembre, despunta por arrojar responsabilidad criminal sobre el actual presidente (se le se identifica en el texto como el “Individuo-1”) al haber ordenado y concertado con su ex abogado pagos ilegales para lograr el silencio de dos conejitas con las que se había involucrado sexualmente. Además, Cohen –que hasta hace poco clasificaba como eso que en inglés se denomina un fixer–, coordinó acciones en este sentido con diez miembros de la campaña.
Hablando a lo llano y liso, los fiscales dicen por primera vez que el actual presidente de Estados Unidos estuvo involucrado en un delito federal para llegar al cargo. Sin dudas, muy mala noticia para tuits, por lo menos aparentemente.
Sin embargo Cohen, que no fue Flynn, tendrá que responder acusaciones de evasión fiscal, declaraciones falsas a una institución financiera y falso testimonio al Congreso sobre las negociaciones para levantar una torre Trump en Moscú, que no terminaron cuando él y su jefe decían, sino bastante más allá. Y por ahí se llega a la trama rusa con un dato hasta hoy desconocido: en fecha tan temprana como noviembre de 2015, un ciudadano ruso no identificado lo contactó buscando “sinergia política” con la campaña e incluso hablando de una posible reunión entre Trump y Putin durante un viaje de este último a la ONU.
Si a mal no viene, aquí los fiscales nos están dando un pie forzado para entender mejor el encuentro de tres altos trumpistas –Donald Trump Jr., Jared Kushner y el propio Manafort– con varios rusos y un británico en la Torre Trump (junio de 2016), revelado en su momento por The New York Times y desde entonces discutido entre varios analistas por sus posibles implicaciones, más allá de la narrativa de que allí solo se habían abordado cuestiones concernientes a la adopción de niños rusos.
Otro documento bien podría titularse “Las Mentiras Discernibles” de Paul Manafort, antes condenado por ocho felonías por un jurado de Virginia. Para que el juez no tuviera dudas, le tabularon las veces que continuó mintiéndole al FBI y al equipo de investigadores después del acuerdo de colaboración a que llegó con el gobierno: fueron 12 reuniones en total. “Mintió de múltiples maneras y en múltiples ocasiones”, dicen los acusadores.
Por mero espíritu de síntesis, baste señalar que lo hizo al negar sus interacciones con Konstantin Kilimnik (la “Persona A”), un nacional ruso vinculado a la inteligencia militar de Putin, protagonista del jaqueo al Comité Nacional Demócrata.
Y también al negar contactos con funcionarios de la administración Trump estando bajo proceso judicial. Ello sugiere, entre otras cosas, conversaciones y tratativas con cuadros y abogados del presidente para obtener un posible perdón a cambio de esa lealtad incondicional que los populismos suelen pedir a sus partidarios.
En todo esto hay varios jabs al mentón de un individuo que, para no variar, persiste en reiterar su inocencia y lo sigue considerando todo como una cacería de brujas. Después de esas nuevas revelaciones, el sábado por la mañana tuiteó: “NO COLUSIÓN. ¡Tiempo de poner FIN a la cacería de brujas!”.
No tan rápido, parecen decir ciertos correligionarios. Uno de ellos, el abogado conservador George Conway, casado con la inefable Kellyanne Conway, la misma de aquellos “hechos alternativos” que conmovieron al mundo, reaccionó de la siguiente manera: “Excepto por la parte donde la Oficina del Fiscal dice que usted lo dirigió y coordinó con [Michael] Cohen para cometer esa felonía”.
Pero hay de todo en la viña del Señor. Figuras empecinadamente partidistas como Sean Hanity, de la Fox News, no vacilaron en afirmar que se habían quedado dormidos ante esos nuevos documentos en su afán de pasar por alto el trancazo recibido por el jefe. En sentido opuesto, una encuesta a los usuarios de Microsoft arrojó que el 86% pensaba que los papeles sobre Cohen no “limpiaban” al presidente, el 11% que sí, y el 3% no tenía una opinión sobre el tema.
Llegado el punto, una precisión se impone. De acuerdo con el Departamento de Justicia, un presidente en funciones no puede ser llevado a juicio en cortes. Correspondería entonces al Congreso hacerlo. Según un profesor de Harvard, el informe final de Mueller será políticamente devastador para el presidente.
Hay un nuevo detalle en el mapa: los demócratas asumirán el control de la Cámara el próximo 3 de enero.