Veinte y dos años después de los ataques terroristas del 11 de setiembre de 2001, todavía hay gente muriendo a consecuencia de ellos. El hecho provocó en lo inmediato casi 3 000 muertos, pero el Memorial erigido en Nueva York ha agregado unos 1 200 más.
Todo esto por enfermedades, suicidios y contaminación. Como explican médicos y especialistas, los ataques esparcieron toneladas de polvo contaminante que fue respirado en la zona durante meses.
Durante las primeras horas de la mañana comenzaron los ataques cuando cuatro aviones comerciales fueron desviados en pleno vuelo. Dos se estrellaron contra las Torres Gemelas del downtown de Nueva York, un tercero contra el edificio del Pentágono, en Washington, y un cuarto, que se presume iba a caer sobre la Casa Blanca, terminó cayendo en un terreno descampado en Pensilvania.
El primero chocó contra la Torre Norte del WTC a las 8:46 am. Una enorme nube de un denso humo se alzó sobre el cielo de Nueva York. Minutos después, a las 9:03 am, un segundo aparato se estrelló contra la Torre Sur.
Las cadenas internacionales de noticias lo estaban transmitiendo en vivo. Las imágenes dantescas llegaron al mundo entero dejando a los espectadores aterrorizados por algo que muy pocos pudieron haber imaginado.
Atrapadas por el fuego y el humo y en los elevadores, las personas buscaban desesperadamente una vía de escape. Las comunicaciones por celular y radio colapsaron. Pero se llegaron a escuchar voces que se despedían de sus seres queridos.
Por televisión se veían ocasionalmente cuerpos cayendo al vacío. Alrededor del medio día, cuando los jefes de redacción de los periódicos reclamaban imágenes de la tragedia, se supo la dura realidad. Por demasiado descarnadas, el Gobierno ordenó que esas fotos no circularan.
A la agencia AP se le pidió no distribuirlas. Las televisoras censuraron los tiros de cámara. Y nadie protestó, al menos en público. CNN transmitió la caída al abismo de una persona, pero todos esos momentos desaparecieron. No fueron retransmitidos.
El desplome de las torres creó una gigantesca nube de polvo que tardó un par de semanas en disiparse y que abarcó todo el centro financiero de Wall Street y zonas aledañas. Seis meses después una tienda GAP montó una vidriera con anaqueles que quedaron bajo la nube. El polvo parecía lunar, una mezcla de gris y negro.
Hoy, 22 años más tarde, evocar esos sucesos todavía sigue poniendo los pelos de punta. El impacto en la sociedad estadounidense fue inmenso. La nación entera se sumió en el duelo y la indignación. Se generaron cambios profundos en la política y en el concepto de seguridad nacional.
Los estadounidenses no habían sido atacados en su territorio continental después de la batalla contra los ingleses en Baltimore, en 1814, cuando 19 barcos británicos abrieron fuego contra el fuerte McHenry.
Además de la pérdida de vidas y de la conmoción nacional, el ataque también tuvo un impacto económico devastador. El Centro Mundial de Comercio quedó totalmente destruido, se paralizó la Bolsa de Valores y cerraron los tres aeropuertos de la región.
El 11 de septiembre de 2001 cambió totalmente el modo en que vivimos. Hoy es más difícil montarse en un avión por todas las medidas de seguridad, se creó la Secretaría de Seguridad Nacional, a la que se integraron los servicios de inmigración. Las comunidades musulmanas sufren hoy un escrutinio más riguroso. Todo el que ha nacido en un país árabe es parado en la frontera.
Finalmente, un dato curioso: a la hija de un exdiplomático español nacida en Teherán, cada vez que intenta ingresar a Estados Unidos las autoridades, invariablemente, la someten a un extenso interrogatorio…