La expresión “las elecciones más importantes de nuestras vidas” recorre hoy, con inusitada fuerza, el panorama nacional. Por descontado que no es la primera vez que se emplea en la historia de este país, pero en pocas ocasiones ha remitido a la lucha entre dos visiones diametralmente opuestas acerca de Estados Unidos y su relación con el mundo, acaso como no se veía desde los años 60 del siglo XIX, en el contexto de la Guerra Civil.
Una manifestación clara y distinta de esa importancia consiste en la votación anticipada. A la altura del 27 de octubre, más de 73 millones de boletas habían sido marcadas en unas elecciones que han roto los récords históricos de participación ciudadana. Y con altísimas marcas en los estados de Texas, Georgia, Carolina del Norte, Florida y Arizona. Los dispositivos en la flor. Ese es un claro indicador de que la política ha penetrado con inusitada fuerza en las vidas de los estadounidenses, en tiempos de crisis.
“Ansiedad” es quizás la palabra que mejor describe la naturaleza de este proceso. Y lo inaudito: se han reportado colas de cinco o más horas para ejercer el derecho al voto.
A una semana de los comicios, las encuestas favorecen ampliamente al candidato demócrata Joe Biden. Pero en medio de todo figuran dos escenarios. De un lado, algunos predicen una “ola azul” que, cual movida de péndulo, expulsará de la Oficina Oval a Donald Trump el próximo 20 de enero. Del otro, al encarar esas desventajas en las proyecciones, las huestes trumpistas sostienen, por el contrario, que una “ola roja” de última hora, como de caballería al son de la trompeta, logrará deshacer el hechizo de los brujos y llevarse la victoria.
Está claro: desde mayo pasado, analistas y observadores han venido constatando/discutiendo la tendencia creciente de Biden a señorear en el promedio de las encuestas nacionales, dato que puede seguirse paso a paso en los sitios RealClear Politics y FiveThirtyEight. Hablando mal y pronto, si ahora mismo me obligaran a marcar una fecha importante en esta lid —eso que en inglés se llama un turning point—, diría que inmediatamente después del primer debate entre Trump y Biden.
Como se recordará, ese día fue un verdadero desastre por las sistemáticas interrupciones del presidente, pero la ventaja nacional promedio de Biden casi se duplicó. Fue tal vez el primer tiro en el pie de los muchos que Trump se dio a sí mismo a partir de ese momento. En un extremo, estuvo la celebración de un evento social en la Casa Blanca para presentar a su jueza Amy Coney Barret, que terminó contaminando a unos cuantos miembros de su anillo interior, y a un par de senadores republicanos, por la promiscuidad y parquedad de nasobucos. En otro, Trump dijo que la COVID-19 era benigna en el 99,9 % de los casos, idea que da de bruces con la realidad: en Estados Unidos han fallecido más de 230 000 personas por esa enfermedad.
Lo cierto es que, según una encuesta de NBC News / The Wall Street Journal, los posibles votantes dijeron entonces, por un margen de 2 a 1, que Biden tenía más madera para presidente. El demócrata le llegó a sacar 14 puntos a Trump (53 % vs. 39 %), una de las mayores diferencias registradas durante toda la jornada. La encuesta se llevó a cabo dos días después, el 29 de septiembre, antes de que Trump diera positivo al coronavirus y lo ingresaran en el Centro Médico Militar Nacional Walter Reed. La estrategia de interrumpir y evadir respuestas le funcionó, pero como un boomerang: “Básicamente, anoche fue una instantánea de los últimos tres años y medio. No pudo decir nada sobre los supremacistas blancos, fue negativo y poco presidencial”, dijo uno de los encuestados.
Esa medición tuvo, además, una peculiaridad importante: haber estado entre las primeras en dar a conocer que las mayores caídas de Trump se localizaban en adultos mayores (en la encuesta, respaldaban a Biden 62 % vs. 35 %) y mujeres suburbanas (58 % vs. 33 %).
Pero si las encuestas nacionales son una abstracción, a la altura de octubre, las de varios estados críticos también favorecían al candidato demócrata. El dato es especialmente relevante en algunos de los estados que integran la “pared azul”, perdidos por los demócratas en 2016 y prácticamente decisivos en estas elecciones. En Michigan, por ejemplo, el 52 % de los probables votantes dijeron preferir a Biden; solo el 40 % a Trump. Por su parte, en Wisconsin y Pensilvania Biden lideró por 5 puntos porcentuales, al obtener el 49 % y el 50 % del apoyo de los probables votantes de cada estado, respectivamente. El 44 % de los encuestados de Wisconsin y el 45 % de los de Pensilvania dijeron apoyar a Trump.
Pero no era solo cuestión de mediciones a cargo de liberales. En territorios pro Trump también hubo algunas que mostraban problemas para el incumbente. El 16 de octubre, por ejemplo, una encuesta de Fox arrojaba que Trump tenía una estrecha ventaja sobre Biden en Ohio, pero que los votantes en los tres estados que había ganado en 2016 —Michigan, Wisconsin y Pensilvania— preferían a Biden, quien por entonces lideraba por 12 puntos en Michigan (52-40 %), por 5 en Pensilvania (50-45 %) y por 5 en Wisconsin (49-44 %). (Estaba fuera del margen de error en Michigan, pero no en Pensilvania y Wisconsin).
Otro dato relevante, porque en esto las encuestas de ahora se diferencian de las de 2016: hay menos votantes indecisos o marcando la casilla de un tercer candidato. En cada uno de esos estados, menos del 10 % de los encuestados estaba indeciso o apoyaba al candidato de un tercer partido. Y 8 de cada 10 votantes se decían “extremadamente comprometidos” con su candidato.
En cuanto al voto femenino, este se alineó con Biden de manera aplastante. Ganaba por 19 puntos en Michigan, por 6 en Ohio, por 12 en Pensilvania y por 17 en Wisconsin. Entre las mujeres suburbanas, en Michigan iba delante por +35 puntos, en Ohio +18, en Pensilvania +29 y en Wisconsin +21.
El 27 de octubre, una nueva encuesta halló que Biden estaba aumentando su ventaja sobre el presidente Trump en Michigan, Wisconsin y Pensilvania, y ratificó que los votantes indecisos tenían la intención de respaldar al candidato presidencial demócrata. Biden estaba por encima del 50 % en los tres estados, mientras que Trump permanecía atascado en los 40. En Michigan, Biden lideraba por 10 puntos (52 % vs. 42 %) con solo un 5 % de votantes indecisos. La misma encuesta de septiembre encontró a Biden con una ventaja de 6 puntos.
Por otra parte, en cuanto a financiamientos, un índice que naturalmente va más allá del dinero y, por eso mismo, resulta significativo, desde septiembre la campaña de Trump ha venido dando señas de haberse quedado corta. Según The Wall Street Journal, a mediados de octubre, la campaña de Biden informó tener 162 millones de dólares en efectivo disponibles: casi cuatro veces los 43 millones de dólares que tenía la de Trump. En general, a mediados de octubre, Biden y el Partido Demócrata tenían 331 millones en efectivo disponibles, en comparación con los 223,5 millones de Trump y el Partido Republicano.
Lo anterior tuvo un resultado práctico inmediato: un predominio de anuncios políticos demócratas en la televisión. Según datos de Kantar/CMAG, desde el 29 de septiembre hasta el 19 de octubre, la campaña de Biden y el Comité Nacional Demócrata gastaron 114,3 millones de dólares en publicidad televisiva en toda la Unión, en comparación con 56,3 millones de dólares de la de Trump y el Comité Nacional Republicano. Los demócratas tenían más dinero que los republicanos para gastar en Florida, Georgia, Nevada, Ohio y Wisconsin. A principios de octubre, la campaña de Biden gastó 2 millones en anuncios de televisión en Texas, y tenían disponibles para gastar 3,6 millones entre el 20 de octubre y las elecciones, de acuerdo con la misma fuente.
“Su prioridad número uno debe ser asegurarse de que la ‘pared azul’ esté cerrada”, dijo Jim Messina, exejecutivo de la campaña de reelección del presidente Obama.
Finalmente, a seis días de las elecciones, Biden mantiene una ventaja nacional de 9,2 puntos porcentuales sobre Trump, según FiveThirtyEight.
Una encuesta de NBC colocó a Texas en zona de empate, junto a Iowa, Florida, Georgia y Carolina del Norte y Ohio. El primero no es un dato cualquiera. Desde los años 70, el estado de la estrella solitaria se ha vestido de rojo, el color de los republicanos. Otros seis estados se inclinan hacia los demócratas, según NBC. Entre ellos, Michigan, Minnesota, Nevada, New Hampshire, Pensilvania y Wisconsin. Mientras, dos encuestas de YouGov encontraron que el 87 % de los partidarios de Trump creen que ganará la reelección.
La flecha ha sido lanzada. Pronto se sabrá si las encuestas dieron o no en el blanco; si hubo o no ola azul o roja; si esta variante tóxica de populismo continuará en el poder o será remplazada por una tradición liberal, necesariamente renovada. En una palabra, si Estados Unidos seguirá en guerra contra sí mismo o si intentará redimirse de esa polarización que lo mata (y no suavemente), atizada por un ejecutivo que ha pisoteado todas las normas, incluyendo una de las más elementales: la decencia.
Con tal de que llegara a la Casa Blanca un presidente sensato, con menos ínfulas, mentiras y egocentrismo politiquero, me atrevería a cruzar el Niágara en una cuerda floja.