La crisis política en los Estados Unidos de Norteamérica se agudiza de formas a las que no estamos acostumbrados. Ni las luchas por los derechos civiles en los años 60 del pasado siglo, ni por el voto femenino décadas antes, ni la guerra en Vietnam, ni el impeachment al presidente Nixon, ni el asesinato del presidente Kennedy, las dos guerras mundiales, el macartismo o la Gran Depresión han colocado al país en una encrucijada como la actual.
Las elecciones de 2020 han puesto al desnudo todos los componentes y fuerzas que provocan la crisis, que parece agudizarse con cada día que pase sin que se decida legalmente cuál fue el ganador de los comicios.
Como lo veo, Trump es el líder visible de las fuerzas que en ese país se dieron cuenta de que EE.UU.:
- Es el principal perdedor de la “globalización neoliberal”, entiéndase la libre competencia y concurrencia del capital sin límites de fronteras, moviéndose hacia donde pueda obtener mayores dividendos.
- Perdió millones de empleos a favor de sus vecinos más cercanos, de China y de otros países.
- Perdió la industria nacional a favor de Alemania, de China y de otras regiones del mundo.
- Perdió el liderazgo económico mundial a favor de China.
- Puede perder la supremacía del dólar.
Este grupo de fuerzas lo encabeza el capital, que salió perjudicado de todo lo anterior. Pero a Trump lo apoya políticamente buena parte de la clase obrera industrial y parte de la llamada clase media baja estadounidense, que quedó desempleada o en empleos peor remunerados.
Esa clase obrera ve como enemigos a los inmigrantes: consideran que “les roban sus empleos”, a lo que se suma la agitación ideológica, que los pinta como asesinos, delincuentes, etc.
La clase obrera está integrada por personas de todos los colores, pero es mayoritariamente blanca, con antecedentes anclados en los estados esclavistas. Grupos de ellos ven a las personas afrodescendientes y las libertades que han conquistado como parte de sus males. Están organizados en sus localidades, en grupos de fanáticos a la ideología supremacista, fuertemente armados.
El triunfo de Trump se basa en la manipulación política de todo esto. Está fundamentado en las realidades económicas objetivas explicadas y en las realidades políticas que generó la presidencia de Obama por ocho años, lo que viene a ser el colmo para este sector de la población: “Un negro presidente; la unión del mal en una sola persona”.
La presidencia de Trump ha desmontado buena parte de lo hecho por Obama; de ahí la consolidación del apoyo incondicional del sector que lo llevó a la presidencia.
Sus propuestas han incluido:
- el muro en la frontera con México;
- la guerra contra la inmigración desde el sur, parando su entrada y expulsando a millones de los que han logrado entrar al país;
- la guerra comercial con China y con Europa occidental;
- salirse de cuanto tratado o acuerdo internacional haya firmado su antecesor o no se avenga con la consigna de “América primero”;
- zafarse de la mayoría de los compromisos que impliquen costos para el país, como la OTAN;
- salirse de cuanta organización internacional sea posible, sobre todo las de Naciones Unidas, para librarse de ataduras legales a su accionar fuera de fronteras;
- estimular la inversión industrial interna;
- retomar la Doctrina Monroe para la inversión del capital estadounidense;
- relanzar la carrera armamentista, el mejor estímulo para la industria militar norteamericana, aquella que el presidente Eisenhower denunciara como el verdadero poder en ese país;
- negar y luchar contra la idea del cambio climático, por las limitaciones que esto impone a varios sectores de la industria nacional, a costa de graves implicaciones para el planeta;
- estimular a los grupos supremacistas blancos, como parte esencial de su base de poder;
- criminalizar todo lo posible las acciones tanto de los inmigrantes latinos como de la población negra, sobre todo en el tema de las drogas, para aumentar la represión al “crimen interno”, como parte de la cruzada contra los movimientos negros y latinos que sostienen reivindicaciones imprescindibles para su mejoramiento humano.
Todo esto, además, con el objetivo de incrementar la población carcelaria, cuya tasa es la mayor del mundo. Esta deviene fuente de mano de obra barata, una especie de esclavitud solapada para la industria nacional y como forma de contrarrestar y silenciar la lucha de esos sectores por su emancipación.
- Realizar, desde el cargo máximo del poder político en ese país, el adoctrinamiento de la base de apoyo popular, aun a costa de tener que utilizar la mentira impúdica como arma principal de la retórica política. Así, socavó peligrosamente las reglas del “juego político” establecidas en Estados Unidos por más de 200 años, al destrozar el componente ético mínimo imprescindible que las ha sostenido hasta aquí.
Lo anterior trae como resultado:
- la más profunda polarización política del país, en dos bandos que se ven representados en los principales partidos políticos en pugna por el poder;
- el peligro real de guerra civil, lo que no conviene a ninguno de los bandos del capital que comanda a las dos facciones;
- la necesidad por parte del poder real, del gran capital y de los demás miembros de la burguesía en el poder de frenar el proceso de escisión que conduciría a la guerra civil o a un estado preguerra negativo para el funcionamiento normal del capitalismo en el país, lo que es inaceptable.
Por primera vez en la historia de los EE.UU., hasta donde puedo ver, se ha creado la posibilidad de que un gobierno fascista tome el poder, sea por vías legales o cruentas. Como muchos analistas han evidenciado, Trump cuenta con una base política fuertemente armada, que podría secundarlo en ese propósito. Para ellos, implicaría ser congruentes con el objetivo de lograr “una América grande” otra vez.
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La apuesta del “poder real” por Trump, hace cuatro años, fue realmente arriesgada, como la vida probó. Se trata de un magnate fallido, entrenado manipulador carismático, que podría haber sacado a la economía estadounidense del marasmo en que se encuentra, para beneficio de los negocios y el capital del país, priorizando la industria e inversiones internas y satanizando a los principales competidores extranjeros, China en primer lugar. Evidentemente no resultó. Parece que va a dejar la situación peor que como la encontró.
Es un error acudir a un capitalista cuando lo que siempre ha funcionado es poner a un miembro de lo que algunos llaman eufemísticamente “clase política”. Léase: un político de carrera, cuyo trabajo, como buen empleado del capital, es administrar el país de forma que funcione lo mejor posible para garantizar mejores beneficios a este.
Las fuerzas de izquierda
En la fotografía política de EE.UU. que he presentado faltan las fuerzas de izquierda. Muchos se preguntan si existen, pues consideran que el macartismo “limpió la casa” de toda izquierda. Para la derecha, sí existen, pues tienen que combatir contra ellas permanentemente.
Acusar a Obama y Biden de socialistas e incluso de comunistas no implica una falta objetiva de visión de esa derecha, pues hay que diferenciar entre retórica política y convicciones políticas. Pero sí están conscientes de que, dentro del Partido Demócrata (PD), ha venido gestándose un movimiento genuinamente de izquierda, que tiene raíces en la primera mitad del siglo pasado, pero que sigue redondeándose en el presente. Ha tenido una especie de líder visible en el senador Bernie Sanders, político “independiente”, pero efectivamente dentro del PD, por el que en dos ocasiones ha competido por la nominación presidencial.
Hay que estudiar hasta dónde el PD ha podido capitalizar al resto de los movimientos sociales de izquierda que han surgido en el país: algunos espontáneos, como el de “Ocupar Wall Street”, otros históricos, como el movimiento por los derechos de las personas afrodescendientes, y los inmigrantes, sobre todo latinos, que son explotados por su condición de seudo o total ilegalidad, pobre dominio del idioma o simplemente por ser considerados la causa del desempleo entre los blancos.
La palabra socialismo ya no es posible tomarla como espantapájaros anticomunista para captar adeptos políticos, aunque todavía funciona en muchas partes. La crisis actual ha dado como resultado que la mitad de la juventud estadounidense se avenga con el concepto de socialismo, aunque con variadas acepciones, como es de esperar.
El PD tomó medidas concretas para impedir la nominación de Sanders como candidato a presidente, igual que hicieron con Wallace en 1944, como posible vicepresidente de Roosevelt. De haber sido el caso, cabría preguntarse si la humanidad se hubiera ahorrado las masacres de Hiroshima y Nagasaki. La razón “electoral” que se argumenta es evitar que su condición de izquierdista coarte a buena parte del electorado de votar por el PD. En realidad, se trata de no permitir a alguien que pueda asumirse como de izquierda postularse para presidente de EE.UU., con posibilidades de resultar electo.
La evolución de la política en todo el mundo permite a la izquierda avanzar hacia la verdadera democracia, la del pueblo, la de los trabajadores, sin el control real por el capital. EE.UU. ha entrado en esa tendencia y la vida dirá si es consistente o se trata de un “bache”.
Creo que sí hay condiciones objetivas para consolidar una posición más fuerte de la agenda de la izquierda en ese país. La necesidad del establishment político de utilizar a Trump constituye una evidencia de ello.
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La izquierda estadounidense tiene una tarea hercúlea: entender y asumir a los sectores de la clase obrera captados y manipulados por las corrientes más reaccionarias de ese país, una realidad evidente en la base electoral de Trump. Sumarlos a la lucha democrática es posible, si la izquierda asume de forma transparente sus intereses de clase, se deshace del compromiso con el capital más reaccionario, en que está envuelta hoy, y se alía al capital nacional más comprometido con las condiciones objetivas de bienestar del pueblo estadounidense.
Todo el país tiene otra tarea: mejorar la Constitución y las leyes que regulan la política, las elecciones y el sistema judicial. Esta resulta más difícil que cualquier otra, pues implica cambiar las reglas de juego del sistema político, a favor de un capitalismo más socialdemócrata, para utilizar un concepto que muchos entienden, y más aún, la forma de pensar de los que tienen el poder para hacerlo, al igual que de la mayoría del pueblo y su élite cultural y política.
Lo primero que habría que hacer entender a los norteamericanos es que todo ese confort que disfrutan no sale sólo del esfuerzo del trabajo y del elevado nivel de las fuerzas productivas de su país, sino de su política de expansión en un mundo cada vez más miserable y hambreado. Y que Trump representa la parte más reaccionaria de esa política. Está muy claro que al lado de los seguidores de Trump, cualquier demócrata parece socialista, no porque lo sea, ni porque defienda esa doctrina, sino por la visceralidad (estupidez aparte) que manifiestan en su espítitu gregario. Por lo demás, no hay dos facciones en lucha: sólo demócratas vs antidemócratas, es decir, los que han hecho posible la victoria de Biden frente a un demagogo ultraderechista.