Este martes el portero fue amable, pero no más que eso. No aportó ningún detalle sobre la orden de cateo que el FBI y la fiscalía federal ejecutaron el día anterior en el club privado de Mar-a-Lago, la residencia del sur de Florida donde vive el ex presidente Donald J. Trump, en busca de un fajo de documentos secretos que se llevó de la Casa Blanca y que no quiere entregar a los Archivos Nacionales.
Tampoco quiso identificarse. Apenas informó que ningún periodista podía ingresar al imponente inmueble al borde del Atlántico. “Lo siento, son órdenes del Sr. Trump”, explicó. Y agregó: “tenga la amabilidad de apartarse hacia el otro lado de la calle, a la acera de enfrente”.
La acera de enfrente está ocupada por unas doscientas personas entre periodistas y seguidores de Trump, aquellos que en lenguaje político llaman “trumpistas”. De inicio no son agresivos. Se nota que no están contentos pero, como ha sucedido en otras oportunidades, no insultan a los periodistas. Tampoco ocultan lo que piensan.
“Como dice el presidente, el FBI y el departamento de Justicia son un nido de ratas, de demócratas, que quieren acabar con este país”, comenta a On Cuba el dominicano Horacio Jiménez, quien vive en Miami pero como está jubilado decidió manejar unas dos horas y venir a manifestar su solidaridad con “mi presidente”.
Su opinión es muy parecida de los otros manifestantes. Los de origen hispano son una minoría, pero no menos vociferantes que el resto de los anglos. Los “trumpistas” lo tienen claro, las banderas y carteles que portan definen su pensamiento y sus objetivos.
Quieren, básicamente, dos cosas. Parten del principio de que a Trump le han robado las pasadas elecciones presidenciales y que debe ser reelecto en 2024. Y que el director del FBI, Christopher Wray, “un comunista nombrado por Obama”, sea destituido.
Es difícil convencerlos de que Wray no fue nombrado por Obama sino por Trump en agosto de 2017, y que Biden no lo ha cambiado porque normalmente los directores del FBI ejercen su cargo durante diez años. “¿Cómo así mi amigo? Me está mintiendo”. No se calma mucho cuando le enseño el sitio del FBI, pero no dice nada más. Se aparta.
Cerca de Mar-a-Lago, ya en el centro de West Palm Beach, hay una pequeña cafetería, muy conocida por los periodistas, que sirve un desayuno delicioso y barato. No más de 10 dólares, con café y omelet con salchichas incluidas. Los trumpistas también la han descubierto. Como solo hay “café americano”, la clientela es mayoritariamente anglo. Pero también más serena.
Rodeados por un frío aire condicionado para combatir el calor que empieza a apretar en la medida en que avanza la mañana, Michelle Henry, una neoyorquina casada con un francés, mira el registro de la casa de Trump con menos intensidad. Aunque le molesta particularmente que los agentes federales le hayan registrado la caja fuerte. “Eso es privado”, dice.
Le digo que precisamente por eso fue que reventaron la caja, los guardias siempre se tiran a la caja fuerte cuando hacen un cateo. Me contesta que “in Europe” no hacen eso. La pongo al tanto de inmediato. Soy europeo, como su marido, y en Europa sí lo hacen y más: se tiran a las cajas fuertes que el investigado eventualmente puede tener en un banco y se cargan las cajas de caudales que encuentran en las residencias.
Se prepara una tostada con mermelada y dice que ella no se considera trumpista sino que cree que los demócratas quieren acabar con la democracia en este país y que están rebajando la calidad de vida en Estados Unidos. Y que la división social que se vive comenzó con Obama. ¿Trump no contribuyó? “Puede ser, pero como un mecanismo de defensa. Desde antes de presentar su candidatura ya lo estaban rechazando. La prensa es responsable, tiene toda la culpa… nunca le dio una oportunidad”. Y por primera vez alza la voz.
Y se embulla: cree que este “asalto a la casa de Trump” puede ser el inicio de algo muy grave. Dice que ahora las autoridades pueden “venir a buscarnos”, a “los verdaderos patriotas”.
No le interesa que el registro de la casa obedezca a una investigación desencadenada por un jurado de instrucción, que la comisión de la Cámara de Representantes descubrió lo suficiente para que el FBI logre el permiso de un juez para allanar la casa de un ex presidente por primera vez en la historia. “Nadie registra la casa de un presidente. Es sagrada”, asegura Madame Henry.
Cuando vuelvo a casa de Trump, casi al mediodía, hay un pequeño disturbio. Me explica el portero que ahora sí habla en detalle. Todo comenzó cuando un equipo de CNN llegó y empezó a hacer preguntas. Los trumpistas reaccionaron mal. “Comenzaron a gritar contra la CNN, que son anti Trump, que dicen mentiras y son enemigos del pueblo”, explica.
Es un detalle interesante porque esa etiqueta la lanzó el ex mandatario antes de ser electo y la profundizó después sin que sus seguidores se dieran cuenta, o no supieran que el enemigo del pueblo nació en el este de Europa en tiempos de José Stalin.
No queda mucho más que ver. Los seguidores empiezan a irse porque ya es más que evidente que Trump no va aparecer a saludarles. Es el sueño de muchos que, además de la devoción que le profesan, lo miran como un dios. ¿Es Trump un dios para ustedes? Por poco comienza otra trifulca cuando les pregunto eso. La respuesta del “amigo” dominicano no se hace esperar. “¿Es usted comunista?”.
No le contesto. Apenas digo: “soy del Atlético de Madrid”. Se sonríe y pregunta. “¿Qué es eso?”.
“Un amigo del pueblo”, le respondo.
You can’t win with these people. They are hopeless. There are.no reasons or facts that can change their minds.