El 8 de septiembre, cuando a las 6 y media de la tarde se anunció en Londres la muerte de la reina Isabel II, la soberana llevaba tres horas y veinte minutos fuera de este mundo.
Es lo que asegura su certificado de defunción, que fija su fallecimiento a las tres y cinco minutos de la tarde. El documento fue divulgado ayer jueves por los Archivos Nacionales de Escocia, porque ella murió en el Castillo de Balmoral. La causa de muerte: “vejez”. Tenía 96 años y no se le conocían problemas de salud.
Pero se dispararon las teorías de la conspiración. Algunas argumentaban que no había fallecido, que no había cuerpo en el ataúd. Hubo que creyó que estaba descansando en Balmoral porque era su palacio favorito. También que ella inventó su muerte para no tener que abdicar y quedar así en la historia.
Ahora esas relativas incertezas se acabaron. En el certificado de defunción la muerte la garantiza su hija, la princesa Ana, como manda el protocolo real.
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Los cuatro hijos de la reina estaban en el castillo cuando se hizo el anuncio. Carlos, entonces príncipe de Gales y ahora el Rey Carlos III, se apresuró a llegar por la mañana al castillo escocés junto con su esposa, Camila, ya reina consorte. Ana, conocida como la princesa real, ya estaba allí.
El príncipe William, el heredero oficial del trono, llegó a Balmoral por la tarde junto con los otros dos hijos de la reina, el príncipe Andrew y el príncipe Edward, así como la esposa de Edward, Sophie, la condesa de Wessex.
El príncipe William y su esposa Kate han asumido el título de duque y duquesa de Cornualles y de príncipes de Gales.
El príncipe Harry llegó a Balmoral después de que se hiciera el anuncio. Se enteró por la escolta en el carro que lo recogió en el aeropuerto. Su esposa Meghan, duquesa de Sussex, no viajaba con él.
El Reino Unido se despidió de la reina Isabel II con un majestuoso funeral lleno de tradición que reflejó la amplia popularidad que la soberana mantuvo durante su reinado de siete décadas.