De niña, durante el sitio de Leningrado durante la Segunda Guerra Mundial, Galina Yakovleva aprendió a sobreponerse al miedo y a la adversidad. Hoy aprovecha esa enseñanza para llevarles comida e insumos a personas que lo necesitan y que siguen confinadas en sus casas por el coronavirus.
Con sus 80 años conduce una camioneta todos los días por la ciudad, hoy San Petersburgo, en una misión caritativa de una sola persona para ayudar a ancianos y familias necesitadas con hijos. Lo viene haciendo desde hace una década y no deja que el virus la detenga.
“No le tengo miedo. Manejo mi camioneta sola”, comentó. “Mi alma no me permite que abandone a mi gente necesitada”.
“Tengo acuerdos con algunas tiendas de comestibles para determinados días del mes. Si no recojo las cosas, se van a pudrir y la gente no recibirá nada”.
Desperdiciar comida es algo impensable para alguien que sufrió grandes privaciones durante el sitio de 1941-44, cuando la ciudad fue sometida a un constante bombardeo por parte de los nazis, que cortaron las cadenas de suministros. Unos 800 mil civiles fallecieron.
“Nunca tirábamos nada. ¿Cómo puedes tirar un pedazo de pan?”, preguntó.
El jardín de infantes al que iba fue bombardeado. Ella y otros niños se refugiaron en una cañería de acero. El susto fue tal que ella no volvió a hablar por un año, según cuenta.
De adulta, Yakovleva hizo varios trabajos en los que adquirió las habilidades que ahora usa para conseguir y distribuir ayuda: Manejó un tractor, una ambulancia y un tranvía.
Creó su Fundación Dobrota (Generosidad) hace unos diez años para ayudar a personas necesitadas. Entabló relaciones con tiendas de alimentos, panaderías, granjas e incluso teatros.
Su iniciativa ayuda a más de 500 personas.
La pandemia no ha interrumpido su obra caritativa, aunque tuvo que modificar los horarios en los que recoge los insumos y los reparte. No tiene contacto con la gente que carga su camioneta y a menudo deja las cosas en la puerta de las casas.
De todos modos, muchos de los beneficiarios abren la puerta y quieren hablar con ella.
“No sé cómo sobreviviría aquí adentro de no ser por Galina. Me trae leche, pan… de todo para que no me muera de hambre”, expresó Lyubov Travkina, de 83 años. “Es asombroso. Esta mujer vive para los demás, no para ella”.
“Siempre deberíamos tratar de ayudar a los demás, al menos un poco. No simplemente tirarse en el sofá”, dice Yakovleva.
AP/OnCuba