El Todopoderoso dijo: Y para quien mata a un creyente intencionalmente, su castigo es un infierno inmortal en él, y la ira de Dios sobre él, y una maldición, y le promete un gran tormento.
Sura Al-Nisa / 39 La gran verdad de Dios
El 2 de octubre Jamal Khashoggi entró al Consulado saudí en Estambul a las 2:00 pm sin sospechar que sería su último día en el Reino de este Mundo. Próximo a cumplir sesenta años, había sido citado para buscar su certificado de divorcio a fin poder casarse con su novia, la turca Hatice Cengiz.
Lo que sabemos de allá dentro proviene de grabaciones en poder de los turcos. Si son reales, como parece ser el caso, la crueldad de sus asesinos no tuvo límites. Primero le fueron cortando los dedos, la consecuencia de publicar artículos políticamente incorrectos criticando al joven príncipe Mohamed bin Salam, más conocido en Occidente por sus siglas MBS. En 2007 escribió: “El ascenso al poder del joven príncipe heredero Mohamed bin Salman prometió un abrazo a la reforma social y económica. Habló de hacer que nuestro país sea más abierto y tolerante y prometió que abordaría las cosas que frenan nuestro progreso, como la prohibición de que las mujeres manejen. Pero todo lo que veo ahora es la reciente ola de arrestos”.
Después lo empezaron a cortar en pedazos estando todavía vivo, como a un carnero aún no degollado. Los gritos de horror hicieron que Mohamed al-Otaibi, el cónsul saudí, dijera a los torturadores: “¡Sáquenlo de aquí, me meterán en problemas!”. “Si quieres seguir vivo cuando regreses a Arabia Saudita, cállate” –fue la respuesta que obtuvo. Entonces Salah Mohamed al-Tubaigy, el destripador forense, sacó sus audífonos, los conectó a su celular y empezó a oír música mientras trozaba con su sierra al periodista agonizante. Como si se tratara de ruido ambiental, le dijo a los matones: “Cuando hago este trabajo, escucho música. También deben hacerlo ustedes”, lo cual significa, evidentemente, que lo ha practicado sobre muchos cuerpos en las prisiones saudíes sin que demasiada gente se entere. Matarlo no fue difícil: les tomó solo siete minutos.
Horas después varios hombres salieron del Consulado y abordaron dos vehículos con maletas en las que, según se sospecha, metieron sus restos. De acuerdo con un funcionario policial turco, que habló desde el anonimato, el primero se dirigió al Bosque Belgrado, una zona natural de 50 kilómetros cuadrados en la parte europea de Estambul, cerca del Bósforo, con áreas poco transitadas, y el segundo a la ciudad de Yalova, al sur de la capital. Su cuerpo pudo haber sido enterrado en cualquiera de esos lugares, pero no se descarta la posibilidad de que lo hayan disuelto en ácido.
El ministro de Justicia turco, Abdulhamit Gül, dijo que espera que “la investigación arroje resultados dentro de muy poco”, pero se negó a ir más allá. “Hay que tener en cuenta que la investigación es secreta” –le dijo a la agencia Anadolu. Si las pesquisas han tardado en avanzar es porque se trata de recintos diplomáticos en los que la Policía turca no podía entrar sin antes pedirle permiso al gobierno de Arabia Saudita.
Es imposible exonerar a los altos niveles del gobierno saudí, y en particular al príncipe Mohamed bin Salman. Investigaciones periodísticas han encontrado que de los quince miembros del equipo de infiltración, ese que llegó a Estambul de manera intempestiva el mismo 2 de octubre en aviones separados, al menos doce trabajaban para los militares, la inteligencia o el gobierno saudí. Entre ellos sobresalen varios nombres, pero señaladamente tres: Maher Abdulaziz M. Mutreb, ex primer secretario de la Embajada en Londres (2007), coronel de la inteligencia y miembro de una unidad elite dentro de la Guardia Real, quien aparece en varias fotos custodiando al príncipe en sus viajes a Estados Unidos, Francia y España; el ya mencionado Salah Mohamed al-Tubaigy, uno de los personajes más siniestros del operativo, jefe del Departamento de Medicina Forense del Ministerio del Interior; y Tarar Ghaleb al-Harbi, promovido a teniente coronel del ejército “por su valentía en la defensa del príncipe”.
La posición inicial saudí fue negarlo todo de manera enfática. Que estaba vivo y no tenían información sobre su paradero. Hasta llegaron a decir que había salido por una puerta trasera. Tal vez no imaginaron que sobre las 5:00 pm, cerca del Consulado, donde permaneció alrededor de once horas, la siempre fiel Hatice Cengiz estaba llamando al asesor del presidente Recep Tayyip Erdogan, Yasin Aktay, quien a su vez contactó a funcionarios del gobierno y de la inteligencia turcos. Una hora después el propio Aktai se comunicaba con el embajador saudí: le respondió que no había oído nada sobre Khashoggi.
Hace varios días CNN y otros medios estadounidenses anunciaron un cambio de narrativa de los saudíes al asegurar –a partir de un par de fuentes– que estaban preparando un informe oficial donde se reconocía que la muerte de Khasoggi había ocurrido dentro del Consulado como consecuencia de “un interrogatorio que salió mal”.
Pero ayer dieron a conocer un comunicado: los “sospechosos” viajaron a Estambul para reunirse con el periodista porque había expresado su interés en regresar al país. Dentro del Consulado –dicen– hubo discusiones que “se desarrollaron de manera negativa” y “condujeron a una pelea entre algunos de ellos y el ciudadano”. “La pelea se agravó y llevó a su muerte y al intento de ocultar y cubrir lo que pasó”.
Despidieron a ocho altos funcionario del gobierno, entre ellos al asesor de la corte real Saud al-Qahtani y al subjefe de inteligencia, Ahmed Asiri. 18 ciudadanos han sido arrestados.
Obviamente esta narrativa, tan torpe como disfuncional, pretende exonerar a los poderes establecidos de cualquier responsabilidad en ese acto de barbarie, y en particular al joven príncipe MBS, acudiendo a chivos expiatorios que habrían actuado “por la libre”.
No solo asesinos, sino también mentirosos incompetentes.