–Los enanos de Blancanieves, proletarios carboneros, cantarían La Internacional, y no ai jou, ai jou– y el auditorio de La Habana, en Casa de las Américas se va abajo en risas. –¡Eso convierte a los chicos en un montón de pendejos!
Disney es un fiasco para Paco Ignacio Taibo el segundo, que viene luego del padre, el primero. Los pelos rubio-rojizos del bigote parecen erizados por la dinamita verbal. No es Brad Pitt ni familia siquiera, pero firma PIT II. Chato y elocuente, dado a la novela histórica y a la no-ficción, es ovacionado en La Habana por ponerle desenfado a la izquierda. Es el desenfado de la verdadera izquierda mexicana que nunca ha sido Poder, y por tanto no ha perdido la ternura.
De frente a una larga y nutrida fila se acomoda el marco grueso de las gafas y hace chistes con los lectores. Luego se queja con un par de gentes mientras busca una columna para apoyar su columna:
–Me estaba matando, desde acá arriba– y los brazos los descuelga como en un trance que solo se completa con los ojos hacia el techo. Paloma, su mujer, le masajea los hombros.
–Claro, firmando muchos libros, y en la misma posición –dice un hombre con sombrero.
–No, no –aclara PIT II–, es la altura en que estaba el proscenio.
Advierte mi presencia. Busca una ventana, la abre de par en par, usa la fosforera y la brisa marina mete al salón el humo que pretendió botar.
–Escupe, Lupe– me dice. Fuma mucho Paco Ignacio. Huele a fábrica de cajetillas incendiada.
–¿Se lleva bien con sus editores de prensa?
Suelta un sí largo, de abuelo condescendiente.
–Son muy compinches mis editores. Buenos amigos, apoyan un montón.
–Le pregunto por qué recurre mucho al libro de no-ficción.
PIT II está haciendo poco periodismo para planas. Apenas una crónica o dos al año, más bien en México, más bien en La Jornada. Y luego se reproduce en otros medios.
–Recurro al libro de no-ficción cuando la historia que me encuentro pide ese tratamiento –explica. Si una biografía como la de Pancho Villa la hago novela, en lugar de fortalecerla la debilito. Si un libro como Ernesto Guevara, también conocido como el Che lo vuelvo ficción en lugar de darle la fuerza que tiene la historia lo debilito. Sin embargo, para el material que tengo en mente ahora, y tiene que ver con el narcotráfico en México, si lo hago testimonio, ensayo o libro-reportaje lo debilito. Tengo que ir a la novela.
–¿Y cuándo se da cuenta de eso?
–Mientras trabajas en la investigación.
–Cuénteme del libro que está haciendo ahora. Qué de nuevo trae, porque se ha hablado bastante sobre narcotráfico…
Me evade deliberadamente:
–Lo que acabo de terminar hace cinco días es un libro de historia, sobre la Revolución Liberal Mexicana. La figura de Juárez, la guerra contra el Imperio de Maximiliano. Un libro de 800 páginas que va a llamarse Patria.
PIT II sabe que el mármol le hace daño a los héroes, que los sucesos se encartonan y a penas logran alzar las cejas hartas del alumno.
–Las formas de preservar la memoria se convierten en algo latoso. ¿Por qué coño los historiadores se van a apropiar de la Historia? La Historia es de los pueblos ¿Y qué coño son los pueblos? ¿El analfabeto es menos pueblo que el letrado? –dice y el auditorio se hiela. Cuando rompes el lenguaje de lo formal ese lenguaje se va alejando de ti. Acercas al héroe a las personas.
Así le sucedió con Ernesto Guevara, también conocido como el Che; casi mil páginas que ya tienen correlato televisivo en una serie patrocinada por Telesur y que enganchó a millones de espectadores.
Para armar el volumen biográfico escribía catorce horas diarias, y por las noches permanecía atrapado por el Síndrome de Estocolmo: soñaba que el argentino lo halaba al trabajo voluntario. Daba mezcla, ponía bloques, el Che lo rectificaba.
–Despertaba muerto –dice PIT II. Ten en cuenta que mi actividad manual se reduce a cargar cajas de libros.
–Ha dicho que la literatura es goce, que si no da placer se debe dejar. ¿Qué es lo que más le place de todo lo que ha hecho?
–Fíjate que la literatura y también la historia. Después de estar trabajando durante muchos años un libro histórico hay cierto agotamiento por el trabajo en profundidad, la consulta de fuentes, bla, bla… Entonces pasas a la novela y sientes mucha mayor libertad. Y a la inversa, luego de fantasear en la novela vuelvo a la historia. Creo que la alternancia de géneros es lo que te da la felicidad, lo que hace que escribir sea placentero.
–¿Se arrepiente de haber salido de la Semana Negra, para asesorar la campaña presidencial de López Obrador?
–No, no, no. Ya había jugado un papel; había ideado, diseñado, creado, un tipo de festival, y cinco años dirigiendo algo me parece demasiado tiempo, se te acaban las ideas originales. Era tiempo de que llegara alguien más a la dirección. Sentía también una presión política por colaborar con lo que estaba pasando en Morena. Creo que tomé la decisión correcta.
Cuando entregó el festival ya este se había convertido en un evento que trascendía los límites de Gijón, Asturias y España, hasta convertirse en la principal plaza para la literatura policial. En ese camino PIT II ha sido pionero y líder. Era 1986. Estaban un ruso, un checo, un mexicano y tres cubanos creando la Asociación Internacional de Escritores Policiacos.
–Ha estado muy vinculado con autores cubanos, como Daniel Chavarría, Rodolfo Pérez Valero y Alberto Molina, hermanos por parte de la Novela Negra, pero quiero hablarle de otros dos nombres: Félix Guerra y Froilán Escobar…
–Hace mucho tiempo no los veo –cuenta. Tuvimos una experiencia, no terminó bien, ya no volvemos a colaborar. Es un tema del que prefiero no hablar. No fue divertido al final… al principio sí.
PIT II se refiere al libro El año en que estuvimos en ninguna parte, escrito a seis manos. Un relato en carne y hueso de la aventura guerrillera del Che en África. Escobar se fue de Cuba molesto con la Revolución; Guerra vive un insilio al tiempo que es prohibido como autor; Taibo es invitado y editado en la Isla. De aquel proyecto emergió más viva que nunca una parte de la Historia a través de una literatura acaso reporteril.
Aprovecho el rumbo de la conversación y le cuento sobre la proliferación actual de periodismo narrativo en la Isla.
–¿Y dónde publican?…Van a tener que ser hombres de las redes.
–Sí, la web absorbe gran parte de esos textos.
–¿Dónde si no carajos? –y procede a explicar con holgura de profesor. Mira, el periodismo testimonial en Cuba tuvo dos etapas muy importantes: a partir de la Batalla de Playa Girón (años 60), cuando se produce una docena de libros excelentes; y un auge previo al Período Especial (años 80). Pero luego la crisis del papel en los 90 hundió el proyecto.
–Yo quiero…
–¿Terminar tu entrevista?
–Sí… Entonces un hombre de sombrero que nos rondaba se cuela en mi parlamento:
–Una pregunta que creo que no puede faltar, Paco Ignacio –pita el intruso–: 17 de diciembre de 2014, restablecimiento de los diálogos Cuba-Estados Unidos al más alto nivel. ¿Cuál es su opinión sobre el tema?
PIT II se queda pensando segundos que parecen minutos, en esa, su última noche en La Habana, en que va a morir Fidel. Vuelve la mirada a nosotros y suelta sin mucho pudor:
–Ninguna.
–¿Por qué escribir crónicas cuando el mundo parece cada vez más frío y más pragmático?
–La crónica es una moda que empezó desde John Reed y Rodolfo Walsh. El periodismo narrativo no es un invento del siglo XXI. Ha adquirido fuerza, quizá, por la superficialidad del tratamiento noticioso de las cosas. Necesitas una mirada más adentro; esa mirada te la puede dar la literatura testimonial, o el periodismo narrativo –toma aire y le resuella el buche. En una sociedad como la nuestra este otro tipo de periodismo es necesario. Más aún cuando la información suele convertirse en rumor informativo; y las pequeñas historias te pasan enfrente sin enterarte de qué hay en el fondo de ellas.