Karol Wojtyla vestía ese día como la mayoría de las veces, con la pesada sotana de lana con esclavina, con medias y camisa clerical blanca, zapatos marrones y un solideo blanco. Estaba despierto desde bien temprano, en la mañana del 27 de diciembre de 1983, para encontrarse con el hombre que quiso asesinarlo.
Juan Pablo II era el nombre pontificio de Wojtyla y así lo conocía el mundo entero. La primera vez que el Pontífice vio a Mehmet Ali Agca, había sido dos años antes, el 13 de mayo de 1981, cuando en la Plaza de San Pedro el turco disparaba contra él.
El primer disparo sonó a las cinco y dieciocho minutos de la tarde. El fogonazo detuvo el tiempo en el Vaticano y congeló por segundos a los miles de fieles que echaron a gritar con horror al ver la sotana de seda blanca teñida de sangre. En cientos de idiomas y dialectos se decía lo mismo: “le han disparado al Papa”.
Aferrado a la barra de la campagnola, Juan Pablo recibió el primer tiro y se mantuvo de pie hasta comenzar a desmoronarse, momento en que lo alcanzó un segundo proyectil, esta vez en la mano derecha. El estómago había sido perforado. Una tercera bala de 9 mm impactó el brazo derecho. Fueron cuatro los disparos de Agca y tres los heridos: un estadounidense, un jamaiquino y el Obispo de Roma.
Quienes estuvieron junto al Papa cuentan que rumbo al hospital Gemelli de Roma, donde fue intervenido, el Sumo Pontífice solo decía: “María, madre mía”, “María, madre mía”. Agca fue detenido, encarcelado y en 1981 condenado a cadena perpetua.
Para el representante de Dios en la Tierra, su salvación se debía a la profecía de una de las apariciones más reverenciadas del mundo católico, el de la Virgen de Fátima, cuya fiesta se celebraba ese mismo día.
Juan Pablo II después del atentado
Aquellos cercanos a Juan Pablo II advirtieron, con el tiempo, que este había cambiado. Las balas de Agca no habían logrado matarlo, pero sí volverlo más reservado, con cicatrices emocionales que hacían de Wojtyla un hombre introspectivo, y a veces distante.
Tal estado lo combatió con su profundo e intenso fervor religioso, pues el Sumo Pontífice llegaba a llorar cuando rezaba y a menudo era encontrado sobre el suelo de mármol de su capilla, boca abajo, con los brazos en cruz, inmóvil como un muerto. También vivía una obsesiva búsqueda de respuestas sobre quién había intentado matarlo.
Durante su recuperación Juan Pablo intentó leer cada informe recibido de los servicios de inteligencia que investigaron el suceso. La Agencia Central de Inteligencia, la BND de Alemania Federal hasta los servicios secretos de Austria y Turquía emitían su criterio sobre la pista de Agca, que atravesaba como mínimo siete fronteras nacionales.
Algunos de estos reportes estaban politizados, de ahí una de las teorías sobre la autoría del atentado: se llegó a decir que fue obra de Moscú, que, vía el Servicio de Seguridad de Bulgaria, había encargado a Agca la muerte del Papa. Fueron la CIA y otros servicios occidentales quienes sustentaron la teoría de la “Línea Búlgara” con el objetivo de atentar contra la hegemonía soviética en la inestable Polonia de aquellos años y que Juan Pablo apoyaba.
Igualmente, unos culpaban como autor intelectual al Ayatolá Jomeini, el cual desde 1979, al frente de forma espiritual de la Revolución Islámica de Irán, pretendía comenzar la Yihad contra Occidente descabezando su principal institución religiosa, la Iglesia Católica.
Otras de las teorías conspiratorias que han aparecido es que el acontecimiento se gestó dentro de los muros del Vaticano, como caso de concreción del polémico “Tercer Secreto de Fátima”, cuya profecía que venía de principios de siglo (Milagro de Fátima-1917) decía que “un Obispo vestido de blanco sería atacado”.
La entrevista con Agca
El encuentro con Mehmet Ali Agca sería un intento para lograr la respuesta que buscaba el Sumo Pontífice.
El histórico momento había sido concertado a petición del propio Papa. El silencio del ala de máxima seguridad de la prisión de Rebibbia fue roto por los pasos de Wojtyla, quien se detuvo justo en la puerta de la celda T4, donde Agca lo esperaba de pie.
Algunos periodistas miraban la escena, los guardias todos esperaban el momento para echar a correr al rescate del Pontífice. Este extendió su mano y Agca se inclinó a besar el Anillo del Pescador, la cual tomó después y puso sobre su frente. Seguidamente el Papa suavemente y tranquilo preguntó: “Lui é Mhmet Alí Agca?”. Con vergüenza y entre una breve y minúscula risa, Agca respondió: “Sí”.
Ambos se sentaron entonces a conversar. Sus cabezas estaban casi juntas y sobre lo que hablaron se ha dicho poco. El rostro de Agca no se veía, quedaba detrás de su interlocutor y todos imaginaban una versión distinta de la conversación, así como interpretaron el gesto de atenta preocupación que hizo Wojtyla al escuchar algo que le dijo el turco.
Juan Pablo cerró los ojos y sacudió la cabeza, una expresión de dolor se reflejó en su rostro. Agca cayó unos minutos y volvió a decir algo. Después el Pontífice puso la mano sobre su frente en señal de lamento, y ocultó sus ojos ante quien hablaba. Luego tomó el antebrazo del convicto y le agradeció la conversación. Ambos se pusieron de pie. Habían pasado veintiún minutos desde que comenzaron la charla.
Del bolsillo de la sotana, Wojtyla sacó una pequeña caja de cartón con el sello pontificio y la entregó al turco. Agca la abrió y en ella había un rosario de nácar y plata y dijo “Ti ringrazio” (te agradezco). Ambos sonrieron, el Papa le dijo algunas palabras al oído y después salió de la celda.
El portavoz del Vaticano declaró después: “Agca sabe cosas sólo hasta cierto nivel. Más allá de ese nivel no sabe nada. Si se trató de una conspiración, fue tramada por profesionales y los profesionales no dejan huellas. Uno nunca encuentra nada.”
Agca fue indultado en 2000 a petición de Juan Pablo II. Después de ese encuentro, ambos continuaron en contacto e incluso el Sumo Pontífice visitó a la familia del turco, quien dijo en una ocasión: “el Papa, mi hermano espiritual”.
Un gesto del verdadero amor. Como dijo nuestro Señor Jesucristo amen y oren por sus enemigos.San Juan Pablo II, intercede por nosotros.