¿Qué puede resultar más encantador que la sombra fresca que nos regala un toldito? El que convoca y ofrece refugio. Y si hay algo más, mejor que mejor. Por ello la elección de este nombre para una cafetería es acertada. Desde el plano lingüístico y sus implicaciones semióticas conjura la promesa de las brisas e invita a detenerse a tomar aliento y cualquier otra cosa. Estimula, si se quiere cerrar con una sola palabra.
El cartel exterior que cuelga de la marquesina ilustra el concepto. Y cuando reproduce casi literalmente el toldito —la ilustración parece sacada de un banco gratuito de dibujitos para vagos y tontos— la reiteración tautológica refuerza la imposición del concepto de base y crea una expectativa que no puede solventar.
Todo esto —aunque escorando a estribor— va más o menos por un buen camino. Pero tenemos varios despistados en escena. El primero de ellos, el responsable de nominar el local. Será el administrador, alguien más arriba en la cadena alimenticia, lo seguro es que nunca se detuvo a pensar unos segundos en un nombre coherente para su cafetería. Si hay algo notorio en esta esquina es la ruda marquesina que rodea su espacio público y el reservado a los operarios y administrativos. Rematada en rojo, un rojo demasiado sucio, casi naranja. Una estructura sin curvas, erizada de ángulos, apoyada en columnas cuadradas. ¿Es este el ‘toldito’ que refieren?
El diseñador por otro lado —loco por cobrar el trabajo y no por razonar con su comitente— sigue el trillo alucinado que le propone y elige en otra acción enajenada una tipografía que cita la flexibilidad de la lona alejándose de las condicionantes que la realidad dispone. Dibuja encima ese toldito que solo cuelga en las magras entendederas del encargado; teclea ‘Comida rápida’, le pone un gorrito de cocinero a la ‘o’, manda a producir el cartel, lo cuelga y sale corriendo a a gestionar su cheque.
Basta con cruzar la calle para ver cómo luce este maridaje, para concluir que entre el cartel y la marquesina se desarrolla una antipatía sin tregua. Una gritería solo audible a la vista, un despropósito que saca de la ecuación la esencia, la comida y rapidez siempre supuesta del servicio. Para colmo el leve toldito es tan estrecho que ni siquiera depara la sombra que debemos esperar de toda su umbrosa perorata.
Otro despropósito. Está en el Boulevar de La Habana. Que por cierto y como se verá pronto, ‘está prendío’