En dos años comentamos dos vallas “oficiales”, por supuesto, no hay otras. Las crónicas van más sobre la gráfica inmediata, las del emprendimiento, sobre todo, y la cultura visual de sus comitentes. Sobre su gusto estético y sus presupuestos simbólicos que a la postre determinan la pertinencia y calidad de sus diseños. No van tanto sobre las habilidades o calificación de los diseñadores. Lo digo por experiencia: presentas a ese tipo de cliente “oficial” dos o tres propuestas —alguna mejor que las otras— e invariablemente te sugieren una combinación de los atributos de las que pensaste desecharían de inmediato. Y en lo que tratas de armar el Frankenstein hacen una rápida búsqueda en las cloacas del internet y desentierran logos sedientos de las arenas del destierro. Te piden que hagas algo parecido, igual, de ser posible. El cliente siempre tiene “esa” razón.
Si estas crónicas son a menudo iracundas se debe a varias razones. Empezaron como un divertimento personal con ese estilo algo irritado. Un año más tarde se convirtieron en una columna fija y no quise traicionar a la base pequeña pero fiel de seguidores. Hacen un guiño a la virulencia proverbial de Gordon Ramsay, uno de los chefs mediáticos que más me divierte. Porque para ser nice y a la vez rotundo, hace falta ser un Anthony Bourdain. Y eso está fuera del alcance de los comunes. Sobre todo y en último lugar porque casi nunca son los diseñadores los culpables de la des-gráfica, sino los dueños o gerentes de los negocios. Y para ellos principalmente están pensados estos textos.
Sin embargo, para comentar una valla oficial, debo asumir un enfoque diferente porque debajo hay aguas que llevan décadas estancadas y “el horno no está para galleticas”. Sus diseñadores trabajan bajo la atenta mirada de la corrección ideológica, bajo la augusta dignidad de la miseria, encima de cien años de lucha y con la intención de hundirse en el mar a la primera errata.
“Como el virus, el bloqueo de los Estados Unidos aísla”. Continúo como si hubiera entendido. Intuyo por donde va, pero no capto el mensaje “de base”. No veo qué más debo entender. ¿Qué el bloqueo es malo? Lo sabíamos. Para encontrar la raíz del enigma eliminemos de la oración “el bloqueo de Estados Unidos”. Queda “el virus aísla”. Apenas tres palabras. No dicen mucho. Si estoy enfermo, por supuesto, que debo estar aislado. No debería contagiar a nadie. Lo mismo para evitar un posible contagio. Si es el punto de partida, el bloqueo entonces es una enfermedad, una amenaza de la cual nos debemos aislar, o, si estamos por él enfermos, no debemos permitir que nadie nos visite. Le doy vueltas y vueltas y más allá de comparar las dos virulencias, no encuentro nada relevante. Que el bloqueo es como un virus: ¿es eso?¿Se necesita una valla expuesta durante meses para transmitir ese mensaje?
Si busco auxilio en la imagen —complemento natural del texto— quedo más desamparado. El texto se inscribe en algo similar a una rueda dentada. Vamos a suponer que es la estilización del virus en positivo o una agresiva dentellada en negativo. Estuve jugando con el lápiz un buen rato tratando de entender cómo esa muchachita sostiene la banderita. En su gesto también hay un mensaje. Otro en el audífono, uno más en la mochila, en la trenza lustrosa y abultada, plena y nutrida. El nasobuco es de diseño. Perfecto. ¿Y el casco? ¿El casco protege del bloqueo? ¿O es que el bloqueo aísla y protege a la vez? ¿Qué me están contando más allá de lo que me quieren contar?
En resumen: la valla está concebida para los transeúntes, para los habitantes de una ciudad en un país bloqueado. ¿Cuál sería su intención? ¿Recordarnos una vez más que la culpa de todo la tiene el bloqueo? ¿O es que hay textos de segundo orden? ¡Esa muchachita no parece una víctima de ningún bloqueo! ¿Es que a pesar del bloqueo nos las arreglamos para andar en motorinas, bien nutridos, escuchando desde un smartphone las canciones de moda? Esa jovencita no parece padecer bloqueo alguno. Hasta su nasobuco combina con el casco y el azul de la bandera. ¿Dónde están los efectos del bloqueo?
No hay problemas de diseño más allá de la corta sensibilidad tipográfica y el interlineado tacaño. El enredo está en el slogan y en su gráfica de apoyo. Un mensaje confuso, que tropieza con sus propios pies. Supongo porque viene de una “olla de grillos” donde no quedan fundamentos definidos, más allá del sustento del status quo a como dé lugar.