Recuerden esta empresa: Rolando’s Backpackers. “The first ever Dorm in Havana”.1 Si tiene alguna duda: “Come and experience it yourself”.2 Rolando tendrá algunos defectos, pero autoestima baja no tiene. Parece haber inventado la cama, el sueño y el techo. Hasta su inspirado destello, todos dormimos de pie, con los ojos abiertos.
No es común que un cartel tan discreto en cuanto a proporciones —no puede exceder el metro y medio cuadrado, según la ley cubana— contenga tanto jugo. Resulta por el contrario, confuso y despistado. El nombre es poco inclusivo. Backpackers son los mochileros de toda la vida. Y queda claro que los nuestros —que sí que nos movemos por toda la ciudad con una mochila al hombro— no somos su perfil de cliente meta. Entiendo que prefiera mochileros europeos y hasta latinoamericanos, que patean la calle con algún efectivo en el bolsillo. Aunque hay diferencias entre unos y otros y lo sabe. Como que los backpackers del norte de América no son numerosos y los que pudiera encontrar, difícil que duerman en San Miguel 567.
Repasé varias veces el logo antes de considerarlo. No lo examiné con mucha atención. Y di por sentado un rasgo que no lo era. Esas primeras lecturas me hicieron creer que el mochilero del cartel se inspiraba en la épica de la Revolución, que era uno de sus guerrilleros. Los que nos interpelan desde murales, revistas y periódicos de toda la vida. Por su brazo alzado y triunfal, y por su fusil libertario. Y por la actitud, sobre todo por ella. Victoriosa, confiada, la de convertir cada resbalón en un salto cualitativo superior. Pero si observamos mejor el fusil puede ser —y una atenta mirada casi lo confirma— su brazo izquierdo levantado. Igual de victorioso, pero de una épica mucho más modesta y desordenada. Al menos para lectores locales.
Una segunda distorsión emana de la coherencia del mensaje consigo mismo. Por un lado proponemos la vida silvestre en naturaleza, el aire puro, los tomeguines, el sol y sus nubes, placer en bruto; y encima, camitas con aire acondicionado, agua fría y caliente, cenas con buenos vinos y hasta una lavadora para lavar mochila y maleta después de la polvorienta aventura de Air Europa. Porque vamos a ver: el dormitorio para mochileros está en La Habana. Pero las montañas, las sorprendentes veredas y la vida natural se encumbran hacia el centro y el oriente del país. No queda clara la intención de Rolando. Quizás ni él mismo la tenga clara.
Una vez más me entrego a la fantasía de que pudiéramos estar en presencia de un Fantômas del diseño. Un genio enmascarado intentando burlar el ojo que insomne escudriña desde la torre de Barad-dûr. Porque este guerri-mochilero así tan confuso pudiera evadir la suspicacia de los inspectores, los envidiosos y los campeones del pensamiento oficial.
Cualquiera que pretenda hacer algo diferente al dogma económico, algo con un velado fin de lucro personal y al margen del Estado será inmediatamente objeto de suspicacia. Muchos se apresuran en dejar pistas de incondicionalidad general colgando banderitas, algún que otro retrato de los históricos tal y como los medievales colgaban ristras de ajos en el pescuezo para repeler a los vampiros. Pero a los agentes de la ONAT e inspectores no los para ningún hechizo. Son inmunes a la mímesis. Por eso se anda al hilo como los directivos de todas las empresas estatales que reciben a los clientes con exuberantes retratos, bustos martianos, frases tremendistas y flores entumecidas. Una cosa son los planes quinquenales —olvidables después de cierto tiempo— y otra muy diferente, la tarjeta de la gasolina. Esa no puede bajar la guardia.
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Notas:
1 El primer dormitorio de la historia en La Habana.
2 Venga y experiméntelo usted mismo.