Lavorare stanca

¿No somos capaces de darnos cuenta de que más allá de las fuerzas corrosivas del mundo natural, del paso del tiempo, de la acción abrasiva de los elementos, también soportamos la miseria mental, la violencia de la mediocridad?

Y bueno.

No hemos aprendido nada. Si bien es cierto que el segundo evento resultó mucho más benigno que el primero, me hice la idea de que visto lo visto, la creatividad había pisado el freno. Falso. Pisó el acelerador como si no hubiese un mañana. Veremos dónde caemos.

Tras la mítica pasarela que inauguró el Encuentro de Técnicas Comerciales del 2022 y el despliegue escenográfico de la VII Feria de Habilidades y Conocimientos en los Servicios del municipio Rafael Freyre es imposible hablar de anécdotas. La tendencia es evidente. Hay un impulso interno en nuestra voluntad de representación que nos hace presentarnos al mundo de manera cada vez más ridícula.

En el año de mi nacimiento, en 1969 el psicólogo social Philip Zimbardo llevó a cabo un experimento singular. Abandonó un auto en un peligroso barrio del Bronx. Un barrio pobre, infestado de delincuentes. Dejó las puertas abiertas y desprendió la matrícula. En diez minutos el auto empezó a ser vandalizado. Lo que tenía de valor desapareció enseguida, y luego, ya en los huesos, empezó a ser destrozado con saña. La indisciplina sin consecuencias desató oscuros instintos e impulsos irracionales. Desapareció, devorado por la una gula iracunda sin sentido.

El mismo experimento se llevó a cabo en Palo Alto, un barrio lujoso de California. Durante una semana nadie miró el auto, idéntico al anterior. Zimbardo, que tenía algo que probar, le dio al auto un par de golpes y rompió una de sus ventanas. Fue como una señal, como una patente de corso. Terminó tan destrozado como el primero.

James Wilson y George Kelling convirtieron el experimento en una teoría y le llamaron “La teoría de las ventanas rotas”. Si en un edificio vemos una ventana rota, y nadie se ocupa de ella en un tiempo, el resto de ventanas acabarán destrozadas. Porque leemos con claridad un mensaje: “Esto está al garete, nadie se ocupa, está abandonado, podemos tomar lo que nos interese y además destruirlo”. Esto es extrapolable a todos los ámbitos de la vida social. Una segunda teoría empieza a hacerse legible. Si no recuerdo mal, todo sistema, sobre el cuál no actúe una fuerza externa tiende al caos. Porque en este mundo y en este universo todo tiende al desorden, los sistemas se destruyen, la energía se dispersa, la entropía aumenta de forma natural. Se necesita un poderoso contrapeso para equilibrar el bien y el mal. Ese asunto del ying y el yang no es de coser y cantar.

En este punto se impone el imperativo categórico de Kant. Pero Kant es demasiado. Todos entendemos sin él de qué va esto. Nos dirigimos al caos porque no hay energía suficiente para restablecer el orden. Vemos algo mal y refunfuñamos, le hacemos unos memes y los desastres “pasan en sus carros augustales de victoria. Porque somos ese lector que duerme al borde del camino, que durmiendo sueña y que soñando desprecia al que trabajando vence y solo piensa en no pensar nunca…”

El desastre se vuelve norma… El meme pronto se desplazará a la excelencia porque lo que se usa es el asere y “el compañere”. Todos somos “amigues” y “enemigues”. Creo que detrás de todo esto también subyace un comportamiento autodestructivo indirecto. La sociedad está dando gritos, gimiendo de angustia. Esta es otra manera de expresarlo. Algo suicida… Siempre me llamaron la atención esos seres desteñidos y ausentes que se lanzan a cruzar la calle sin mirar a un lado. Con fe en que les pasen por encima y soltar así la pesada carga de la existencia.

Creo que todavía quedan en la Isla, pequeñas islas de cordura. Gemas preciosas que se empiezan a llenar de polvo. Porque es demasiado el que les está cayendo encima y no hay suficiente energía para limpiarlas.

No quiero hablar de lo que hoy veo. Y de por qué no se le ha hecho demasiado caso a pesar de que es asombroso. No hay que olvidar que este espectáculo viene de trabajadores de la cultura… de Nuevitas. ¡Trabajadores de la cultura! Me cuentan. ¿Hay lazos vinculantes entre las banderitas y la gastronomía? ¿Esas caras metálicas… qué dicen? ¿No somos capaces de darnos cuenta de que más allá de las fuerzas corrosivas del mundo natural, del paso del tiempo, de la acción abrasiva de los elementos, también soportamos la miseria mental, la violencia de la mediocridad?

Cansa, la verdad.

 
 
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