El siglo XX marcó un momento de inflexión en el devenir civilizatorio. En esa centuria se completó la descolonización y se suprimieron las dictaduras, la lucha armada perdió vigencia y con el colapso soviético y la remisión del socialismo real, se descontinuó la lucha de clases, al menos del modo como se proyectó en el pasado. La idea de la revolución social se desactivó por sí sola.
A partir de entonces el progreso social y los avances de los sectores populares se realizan mediante luchas políticas civiles en entornos democráticos, principalmente por medio de elecciones. El cambio requiere de un reacomodo de los actores políticos y de definiciones en torno a los programas, las metas y los discursos de las fuerzas de izquierda y los liderazgos populares. El socialismo obvió dogmas y trascendió límites, abriéndose a nuevos horizontes.
Para América Latina que, con el acicate de la Revolución Cubana, vivió intensas décadas en las cuales la lucha armada y la respuesta reaccionaria dieron lugar a feroces dictadura cívicas y militares, a la intromisión de Estados Unidos y a la guerra sucia, el cambio significó una especie de primavera política en la cual alrededor de una docena de países fueron gobernados por líderes de izquierda, todos electos.
Esos aires no alcanzaron a los pueblos de Medio Oriente, perturbados desde 1948 por el conflicto con Israel y que, a pesar de los avances a partir de la descolonización, fueron centro de procesos como el acceso de los clérigos de Irán al poder político, la cruenta y prolongada guerra entre Irán e Irak, las intervenciones soviéticas y estadounidense en Afganistán, la invasión de Kuwait por Irak que, entre otras cosas, abrieron espacios a la intervención militar extranjera y al auge del terrorismo de matriz islámica.
La fe islámica, sentida, vivida, y asumida como cosmovisión y legado del Creador, es parte de espiritualidad humana y de la cultura universal, pero la promoción del islam político no ha significado un avance en las luchas de los pueblos del Medio Oriente y otras regiones, sino un retroceso que, allí donde se establece, impone reglas que subordinan los estilos de vida a caprichosos y antediluvianos preceptos que impiden el normal desenvolvimiento de las relaciones sociales, ignoran los derechos humanos y rechazan la democracia política.
Esas corrientes no se derivan de doctrinas humanistas y/o políticas como el liberalismo y el socialismo, sino que tributan al fanatismo religioso, al tribalismo y al caudillismo, lo cual es un lamentable retroceso que mantiene a la región en la zaga de la evolución política propia de la contemporaneidad.
Tales tendencias se expresan en el surgimiento de activas y poderosas entidades no estatales de matriz islámica, entre decenas de ellas, Al Qaeda, Frente Al-Nusra, Ansar al Sharia, Boko Harán, Yihad Islámica, Estados Islámico, Brigada de los Mártires de Al-Aqsa, Al-Shabaab y otras que, sin programas, metas nacionales ni proyecciones internacionales antiimperialistas, mediante irracionales y letales acciones terroristas, pretenden arrastrar.
El hecho de que algunas de estas organizaciones dirijan sus acciones contra Estados Unidos y otros países imperialistas da lugar a enormes confusiones, sobre todo en las filas de la izquierda, algunos de cuyos militantes incurren en el equívoco de creer que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Tengo hermanos religiosos y, bajo mis términos, yo mismo soy un creyente que cree en los mismo que Dios cree, sobre todo en la utilidad de la virtud. No obstante, me atengo a lo obvio: la fe consuela, pero no libera, al menos no en la dimensión terrenal de la existencia.
El fundamentalismo religioso es opresor porque condena a los fieles a la ignorancia, promueve la violencia, y reclama la inmolación que es una variante del suicidio. No hay fanatismos confesionales progresistas, ninguno es de izquierda ni los hay revolucionarios.
Las luchas populares asumen nuevas formas y transitan por nuevos caminos, ninguno de los cuales es ajeno a las grandes doctrinas y realizaciones políticas avanzadas. Allá nos vemos.
*Este texto fue publicado originalmente en el diaro ¡Por esto!. Se reproduce con la autorización expresa de su autor.