Mucho que usamos este modismo, y mal, porque según veremos al repasar su origen, el enunciado correcto debe ser “Quien se fue DE Sevilla, perdió su silla”. (Sin embargo, sus numerosas adiciones insisten en el desgraciado solecismo. Por ejemplo, como recuerda el Centro Virtual Cervantes, “Quien fue a Sevilla perdió su silla, y quien fue a Aragón se la encontró”, o “Quien fue a Sevilla perdió su silla, y quien fue a Jerez la perdió otra vez”).
Todo surgió del enfrentamiento entre dos arzobispos, Alonso de Fonseca el Viejo y Alonso de Fonseca el Mozo, tío y sobrino, respectivamente. La historia se remonta al reinado en Castilla de Enrique IV de Trastámara (1454-1474), que concedió el arzobispado de Santiago de Compostela a Fonseca el Mozo. Dado que la ciudad gallega vivía tiempos revueltos, el sobrino pidió a Fonseca el Viejo que ocupara temporalmente dicho arzobispado para apaciguarlo, mientras él se quedaba en la jurisdicción del tío, enclavada en Sevilla.
El lexicógrafo José María Iribarren resume así lo sucedido luego: “Don Alonso de Fonseca restableció el sosiego en la revuelta diócesis de Santiago; pero cuando trató de deshacer el trueque con su sobrino, éste se resistió a dejar la silla hispalense. Hubo necesidad, para apearle de su resolución, no sólo de un mandamiento del Papa, sino de que interviniese el rey y de que algunos partidarios del sobrino Fonseca fuesen ahorcados después de breve proceso”.
De manera que el modismo alude inequívocamente a que la ausencia (aun cuando sea momentánea) puede deparar la pérdida de algún derecho, propiedad o privilegio. Esto es, que se hace preciso estar ahí, engordando al caballo con ojos de amo atento, so pena de quedar desempleado, destronado o, lo que es mucho peor, afrentosa y definitivamente sustituido en el lecho.
Poner los puntos sobre las íes
Originalmente, la frase significaba ser demasiado meticuloso, con detalles que frisaban la exageración hasta en asuntos de muy escasa entidad. No obstante, con el tiempo evolucionó hasta alcanzar el sentido que hoy le damos, relativo a determinar una cosa sin dejar resquicios a las dudas.
Bien la define entonces el Glosario de Jergas y Modismos de Argentina: “Poner en claro / Acabar o perfeccionar algo con gran minuciosidad”. Lo curioso es que ambas acepciones provienen de un mismo y antiguo origen, emparentado con caprichos de la caligrafía.
Ocurre que cuando se adoptaron los caracteres góticos era frecuente que aparecieran dos íes seguidas —algo habitual en latín— y a menudo terminaban siendo confundidas con la “u”. Para evitar esto, los copistas empezaron a colocar una suerte de tildes sobre las íes, las cuales fueron reducidas a dos simples puntos con el paso de los años y los apremios de la escritura. A la postre, como es de suponer, dicho uso acabó por extenderse a la “i” sencilla.
Esta costumbre de acentuar la letra fue considerada ridículamente quisquillosa por parte de numerosos copistas poco aficionados al perfeccionismo. Poco importa si llevaban razón o no: lo inapelable es que representó un remedio santo contra las confusiones, y que varias centurias después, todavía hay mucha gente que va por la vida requiriendo que le pongan un punto sobre cada una de sus íes.