Resulta demasiado obvio que las más recientes cargas de caballería del presidente Trump contra la OMS y contra China convergen en un mismo común denominador: la búsqueda de una cabeza de turco para los 100 mil norteamericanos muertos por la Covid 19.
Aunque la mayoría del análisis sobre EEUU se reduzca hoy a ejercicios de teratología presidencial; y aunque algunos observadores todavía procuren en vano hilvanar una pauta estratégica en la política exterior de EEUU, ni la ciencia de los monstruos ni la teoría general del imperialismo ofrecen una explicación racional sobre la lógica de su gobierno. Parafraseando a aquel estratega de campaña electoral del candidato Bill Clinton en los 90, la clave se resumiría en algo como “la política, estúpido, la política.”
Los antecedentes
Los enclaves del imperialismo europeo en el este de Asia conocidos como Hong Kong y Macao fueron devueltos a la soberanía de la República Popular China (RPCh) en 1997 y 1999. Al modo de la base naval de EEUU en Guantánamo, nacieron de una época en que China había estado sometida a la dominación británica y portuguesa, junto a la lusitana posesión de Formosa (o Taiwán). A diferencia de la base naval en el oriente cubano, ambas habían sido puestos geopolíticos que mutaron rápidamente hacia emporios comerciales. Alejadísimos de Londres y Lisboa, se sustentaban jurídicamente en unos tratados firmados en 1898 (el mismo año en que los marines ocuparon la entrada de la bahía cubana) cuya cláusula de caducidad se fijaba en 99 años (a diferencia de Guantánamo), y que la RPCh reivindicó, luego de arduas negociaciones, en 1997 y 1999.
En la medida en que la razón económica y comercial prevaleció, su retorno efectivo a la soberanía china se produjo bajo una fórmula típicamente confuciana: “un solo país, dos sistemas.” Esto quiere decir que ambas ciudades están gobernadas por una legislación especial, que preserva las prácticas económicas y comerciales establecidas, y asegura un especial sistema bancario, monetario, aduanal, migratorio, fiscal, arancelario, e incluso de orden público y seguridad, organizaciones y medios de comunicación distinto al vigente en la China continental. Gracias a este régimen especial, que mantiene exención mutua de visado para los norteamericanos, los ciudadanos de los países Schengen, y los 7,5 millones de residentes en el enclave, así como el libre cambio entre dólares hongkoneses y norteamericanos, la balanza comercial de Hong Kong con EEUU se calcula en más de 30 mil millones USD al año.
Si las amenazas de Trump se hicieran realidad, se prevé un ostensible daño para los intereses de la RPCh, pero aún mayores para las empresas norteamericanas y sus socios, especialmente los exportadores. De hecho, hasta el momento de redactar estas notas, no estaban claras ni la inmediatez ni el alcance de las medidas. Las amenazas presidenciales incluyen extender la prohibición prevaleciente sobre las exportaciones de determinadas tecnologías norteamericanas hacia China, y suspender todos los demás acuerdos de trato preferencial, incluido el de migración y extradición existente entre ambos territorios. No se ha confirmado, sin embargo, si se reanimaría con Hong Kong la guerra de tarifas entre las dos mayores economías del mundo, que se supone haber desembocado en una tregua, y contra la cual el enclave permaneció inmunizado. Personalizando el castigo, y por si fuera poco el “daño colateral” para todos los intereses presentes hoy en el enclave, Trump ha amenazado con promulgar una lista negra de funcionarios chinos y hongkoneses que serían objeto de sanciones. Como es típico de este género de cine político, la previsible reacción china no debe ser la de retroceder ante la coacción de EEUU, sino más bien todo lo contrario.
Como es lógico, la poderosa Cámara de Comercio norteamericana en Hong Kong ha puesto el grito en el cielo, por la posible pérdida de los especiales aranceles, control de exportaciones, exención de visado y cooperación en la aplicación de la ley, todas inexistentes con la China continental.
¿Una guerra de secesión?
La situación de inestabilidad en el enclave, la nueva Ley de seguridad china y la reacción norteamericana reciente evocan la escalada que tuvo lugar entre Cuba y EEUU entre 1959 y 1960. Aunque algunos comentaristas parecen olvidar todavía que todo en esta Isla nuestra empezó por una muy moderada Reforma agraria (mayo, 1959), el encadenamiento de acciones y reacciones desembocó, apenas un año después, en sucesivas nacionalizaciones, que no formaban parte de ningún programa, pero sí de una muy palpable situación de guerra. Salvando las distancias, ambas reacciones de EEUU resultan comparables en cierta clave política que los militares identifican como el breaking point, y que responde a un razonamiento basado en la resistencia de materiales: el arte de prevalecer consiste en añadir suficiente peso hasta llegar a ese umbral irresistible, a partir del cual el otro cede.
Las manifestaciones en Hong Kong, iniciadas en el verano de 2019, empezaron por un punto aparentemente menor, una ley que permitía las extradiciones a la China continental, y estaban dirigidas contra las autoridades locales. Aunque la situación se normalizó a partir de las elecciones de noviembre pasado, lo que ocurrió en esos pocos meses reveló un peligro potencial de inestabilidad, tanto por la escala e intensidad de las movilizaciones, que pasaron de pacíficas marchas a acciones violentas, como por el coro anti-chino que suscitó en los grandes medios internacionales.
La actual ronda de manifestaciones callejeras en Hong Kong responde a una nueva legislación de seguridad nacional china, y está expresamente dirigida, desde el principio, contra el gobierno de la RPCh. Aunque las regulaciones de esta legislación no se dirigen a cercenar la ventajosa autonomía del enclave, sino a prevenir cualquier intento de secesión, subversión e infiltración extranjera, la percepción de amenaza al estatus alcanzado ha calado en sectores de la opinión pública, particularmente, empresarios y jóvenes, y constituye un área de tensión política y suspicacia, al no haber sido promulgada por el gobierno local, sino por el central. La prevención de este gobierno chino continental ante cualquier intento de usar la violencia y promover la separación de Hong Kong se está percibiendo como un paso hacia nuevas regulaciones que restrinjan la libertad migratoria y de prensa, el flujo informativo en internet, y el control del mercado financiero.
Por muy furiosa y loca que parezca a primera vista, la reacción de Trump también responde, como diría Polonio, a un cierto método. Por un lado, resulta coherente con una preocupación norteamericana preexistente, dirigida a limitar las inversiones chinas en EEUU (las que ahora podrían extenderse a las compañías de capital hongkonés); por el otro, se monta sobre un consenso ya establecido en el propio Congreso, donde las medidas de control chino sobre el enclave han sido objeto de gran cantidad de acusaciones construidas desde los derechos humanos. De hecho, la Hong Kong Human Rights and Democracy Act prevé que cada año el Congreso certifique la probidad de la autonomía hongkonesa.
Que esta reacción típicamente trumpiana –lo que no es sinónimo de absurda— no está dirigida precisamente a congraciarse con las organizaciones de derechos humanos, sino a mostrarse duro con el comunismo chino (y sus “secuaces” de la OMS), en medio del zafarrancho electoral y la mortandad de la Covid-19, parece más claro, al decir de mi abuelo Don Benito, que el agua de Carabaña. Que vaya a cumplir todas sus amenazas a fondo es una construcción hipotética preferida por quienes olvidan demasiado su bluff con el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, la promesa de acogotar a Kim Jong-Un, ponerle un muro a los mexicanos, etc.
En última instancia, mantener el acuerdo alcanzado con la RPCh respecto a las tarifas comerciales con la RPCh convertiría en un mal menor, para la Cámara de Comercio de EEUU, las decisiones hacia Hong Kong –si es que estas llegaran a aplicarse. En cuanto al “daño colateral,” no cabe duda, como apunté arriba, de que son los exportadores norteamericanos los principales afectados.
En términos del póker político pre-electoral, lo que importa más ahora mismo al gobierno de EEUU, al fin y al cabo, son las oscilaciones puntuales de las encuestas. La aprobación de un nuevo TLCAN, las negociaciones sobre tarifas y las conversas con Kim muestran que todo puede revisarse. “Después veremos.”
La ironía de toda esta movida, en cuanto a su efecto político sobre la RPCh y las fuerzas vivas de Hong Kong, al imponerle sanciones, los disidentes anti-chinos en el enclave pueden perder objetivamente terreno, por haber provocado una reacción de Beijing, que pudiera incluso endurecerse, en la medida en que reacciona desde el orgullo nacional, con consecuencias para la prosperidad que, si Confucio viviera en el enclave, no habría visto con buenos ojos.
Respecto a los desafíos estratégicos en el horizonte de la RPCh, con todo el perjuicio que estas medidas –si llegan a desplegarse—pueden causarle, probablemente la administración Trump representaría el menor de ellos. Como el sinólogo Brantley Womack me comentaba hace unos meses en La Habana, China tiene sus propios problemas. En un ambiente menos confuciano, mientras compartíamos un líquido ambarino y algunas ideas sobre la nostalgia hegemónica y la trampa de Tucídides, él definió el primero de todos como lograr –una vez finiquitada la Ley Básica de Hong Kong y de Macao en 2047– la integración de Hong Kong, Macao y Taiwan en una entidad única para 2049, el centenario de la República Popular.
Para entonces, la administración Trump y sus pugilateos electorales serán solo un recuerdo.
Esta frase és genial: Aunque algunos comentaristas parecen olvidar todavía que todo en esta Isla nuestra empezó por una muy moderada Reforma agraria (mayo, 1959), el encadenamiento de acciones y reacciones desembocó, apenas un año después, en sucesivas nacionalizaciones, que no formaban parte de ningún programa, pero sí de una muy palpable situación de guerra.