Nacido en La Habana en 1964, Adriano Nicot es uno de nuestros pintores neoexpresionistas más sólidos, estética a la que se ha mantenido fiel durante toda su carrera. Tuvo su primera exhibición personal, La violencia de las horas I, en 1994, en la Galería “Frida Khalo” de la Casa de la Cultura de Centro Habana. En Cuba, además, realizó escenografías (La mandrágora, Miguel Montesco, 1998; y Blue Moon, Fernando Quiñonez, 1998) e impartió docencia a menores en el Centro Cinematográfico Cultural Yara.
En 1999 se establece en Miami junto con su familia. Desde esta ciudad ha desplegado una intensa actividad artística. Baste mencionar tres de sus exposiciones en solitario más trascendentes, que tuvieron como escenario la Blue Angel Gallery (2001); y la Swenson Gallery (2009), ambas de Miami; y la Sala de Exposiciones Mariano Fuentes Lira, de la Escuela Superior Autónoma de Bellas Artes “Diego Quispe Tito”, de Cusco, Perú. En 2017 realizó la que hasta el momento es su última muestra personal: Rompiendo marcos, exhibida en la Sarracino Gallery, Coral Gables, Florida.
Tomo de su currículum esta declaración de artista:
“Para mí la ejecución de una obra de arte es recorrer varios caminos, experimentar hasta llegar a una pieza orgánica; transitar por la figuración-abstracción expresionista, resaltando los valores y las riquezas de las texturas y el relieve de las formas no convencionales. Es la experimentación, la búsqueda de nuevos procedimientos técnicos en la plástica, así como nuevos soportes de ejecución. Es la fuerza gestual de la figuración-abstracción matérica, para evocar el no dibujo de siempre por frescos trazos que nos recuerdan pinturas rústicas vistas en cuevas. Es el no pintar con las prácticas de antaño, sino con la frescura del no pincel de hoy, llevando un marcado mensaje de color, fuerza, altos y bajos. Es una perenne inconformidad con las formas preestablecidas y la búsqueda de nuevas ideas, más ricas, a nuestros días. Algo no aburrido y que nos haga pensar.”
Nicot es un apellido de origen francés. ¿Cómo llegó a Cuba? ¿Has seguido el rastro de tus antepasados por línea materna?
Según me contaba mi abuelo, la familia Nicot emigró primero de Francia a Puerto Rico y luego pasaron para Cuba. También relataba que éramos descendientes del diplomático Jean Nicot de Villamain, quien introdujo el tabaco en la corte gala en el Siglo XVI, en 1560, aproximadamente.
¿Fuiste un dibujante precoz? ¿Desde cuándo comenzaste a asumirte como artista? Relata la anécdota de tus inicios como “muralista” a los 9 años. ¿Es el antecedente más remoto del mural que pintaste en la Casa de Cultura de Centro Habana, en la década de los 90? ¿Se conserva ese mural?
Desde siempre sabía que era artista. A muy temprana edad ya dibujaba en las paredes de mi casa, motivo por el cual me castigaban; hasta que mi papa decidió canalizar estas inclinaciones y me llevó a la Biblioteca Nacional, para encauzar correctamente mis impulsos artísticos y convertirlos en algo positivo.
Una de las tantas veces que de niño dibujé en las paredes mi casa, mi padres me preguntaron por qué no lo hacía en los cuadernos que ellos me compraban. Les respondí que mis ideas eran tan grandes que no cabían en el papel. Mi padre se viró hacia donde estaba mi mamá y le dijo: “este niño es artista”.
También, de pequeño, mi abuelo me llevaba a la casa de Portocarrero. Mientras ellos conversaban, yo recorría el estudio, admirado con sus obras; de regreso a la casa trataba de imitarlo.
¿Qué papel jugaron en tu formación el matrimonio de Manolo e Hilda Vidal y Antonia Eiriz. ¿Viene de ellos tu filiación neoexpresionista y neofigurativa? Describe sus personalidades, refiérete al ambiente de sus casas. ¿Alguna anécdota que compartir?
Adriano Nicot nace al mundo del arte gracias a Manolo e Hilda Vidal, mis mentores. Ellos me inculcaron el amor a la pintura y al arte en general. Siendo muy joven tuve un accidente, lo que provocó que me enyesaran el brazo derecho. Hilda notó que había quedado bastante reducida mi capacidad de movimiento, y por eso me entregó una carpeta para que continuara pintando con la mano izquierda, y así no perder la continuidad.
En casa de los Vidal siempre se realizaban tertulias. Por ahí pasaba mucha gente con intereses afines, lo mismo artistas emergentes que consagrados. Se respiraba arte por todos lados, era como llegar a un pequeño museo. No sentábamos a conversar y se nos iban las horas charlando sobre literatura, teatro y de la plástica del momento.
Era tanta la compenetración entre ellos, que yo pensaba que Hilda, a través de sus manos, pintaba con la mente del maestro Manuel Vidal. A veces existían diferencias en criterios y soluciones plásticas entre ellos, pero al final triunfaba el buen hacer.
Por otro lado, la influencia de Antonia Eiriz empieza cuando yo era niño y ella dictaba clases en el reparto Juanelo. Me presenté en su casa con un delantal blanco. Al verme me dijo: “si vienes tan vestido no lo vas a disfrutar; para pintar hay que embarrarse”. Y desde ese momento no he dejado de pintar con total libertad.
Ñica fue una mujer con mucho carácter, pero igual muy amorosa. Recuerdo que cuando uno le llevaba una obra y a ella no le parecía que estaba lo suficientemente buena, la rompía: “no te puedes permitir el lujo —decía— de que dentro de algunos años alguien la encuentre y diga que la pintaste tú”. Esto nos motivaba siempre a tratar de ser mejores.
¿Qué fue el Proyecto de acción integrada cultural “Persona”?
Entré en el año 1995 en el Proyecto de acción integrada cultural “Persona”, investigación adjunta al Centro Nacional de Escuelas de Arte y a la Academia “San Alejandro”, que dirigía el Profesor Edel Bordón. “Persona” era un curso acelerado de acercamiento al arte, creado por un grupo de profesores de vanguardia, en donde participaron muchos jóvenes que luego serían pintores. También había gente de más edad que sólo querían adquirir mayor cultura general.
Narra tu proceso de formación profesional en Cuba. Profesores notables, condiscípulos que luego se hayan destacado en el ejercicio de las artes visuales…
Después de concluir el Proyecto “Persona” me vinculo con un grupo de artistas de vanguardia, y comienzo a exhibir en diferentes circuitos de la capital, como parte del movimiento cultural de aquel momento, que era realmente intenso.
Recuerdo con particular cariño a mis profesores más notables: Antonia Eiriz, Hilda y Manuel Vidal, en Pintura; Belkis Ayón, en el Grabado, y el profesor Antonio Alejo, que impartía Historia del Arte.
Alejo es muy citado por varias generaciones de estudiantes y profesores de San Alejandro. Le he preguntado al artista, escritor y docente Jorge Braulio a qué se debía ese fervor que provocaba entre compañeros y alumnos. Esto me dijo:
“Alejo era un auténtico sabio. Impartía, además, Apreciación del Arte. En su etapa de estudiante viajó mucho y ‘vio’ muchas obras maestras. Como era graduado de San Alejandro, su visión sobre las obras de arte no era la de un teórico, sino la de un profundo conocedor de las técnicas y de los procesos de creación, por haberlos experimentado. A esto, además de otros muchos datos de interés, habría que agregar su permanente acompañamiento a los artistas en ciernes en el taller, más allá de las clases.”
Sí, es una semblanza exacta de Alejo, que suscribo plenamente. Recuerdo que el profesor siempre caminaba desde San Alejandro a su casa y pasaba por el portal de la mía, ocasión que aprovechábamos para tomar un cafecito y hablar un poco de temas culturales, sobre todo de los museos y del arte sacro.
Belkis Ayón me decía que yo no era muy limpio para trabajar en el grabado (colografía). Ella era muy pulcra en la elaboración de sus piezas, siempre impecables; éramos como dos polos opuestos. A pesar de esto, siempre mantuvimos una muy buena relación.
Me viene ahora a la mente Dulce María Loynaz, quien vivía cerca de mi casa. Cuando pasaba caminando por la acera me llamaba e invitaba para que le leyera fragmentos de libros, ya que en esa época sus ojos estaban muy cansados y no lo podía hacer sola. Era una verdadera cátedra de literatura e historia; fueron momentos que me enriquecieron mucho.
Y en cuanto a condiscípulos y amigos de entonces…
“Tropecé” en el camino con grandes amigos que hasta los días de hoy conservo, como Carlos Guzmán, que por aquellos tiempos era el director de la Galería “Frida Kahlo”, de la Casa de la Cultura de Centro Habana. Allí realicé importantes exposiciones.
Además de los nombres antes mencionados, ¿qué otras personalidades del ámbito artístico cubano han dejado huella en ti? ¿En cuáles maestros internacionales reconoces una progenie?
Entre los cubanos, Fidelio Ponce, Tomás Sánchez, Zaida del Río, Gustavo Acosta, Carlos Alberto García de la Nuez, Sandra Ceballos, Eduardo Roca, Ezequiel SG, Nelson Domínguez, Carlos Quintana, Flora Lauten (teatro) y muchos otros.
Y entre los maestros internacionales, Fernando de Szyszlo, José Luis Cuevas, Goya, Antonio Saura, Barceló, Tapies, Rufino Tamayo y una larga lista que ahora me da pereza enumerar.
Solo conozco tus retratos. ¿Anteriormente, y aparte de los murales, ejerciste otros géneros?
Ante todo soy pintor figurativo, aunque también incursiono en la abstracción, en donde vinculo mis personajes a la no figuración. He realizado, además, un poco de esculturas blandas, grabados, poesía y cerámica.
¿Trabajas los retratos a partir de fotografías o pides a los modelos que posen para ti?
Trabajo principalmente con la memoria emotiva, de vivencias y recuerdos. No hago bocetos, me enfrento a la tela directamente, volcando mis energías en ella, ayudado por utensilios no convencionales y pinceles desgastados. Creo retratos psicológicos, que salen de mi mundo interior.
¿Conservas las palabras que Manolo Vidal escribió sobre ti en el catálogo de la exposición Encuentros cercanos de Nicot (septiembre de 1994)?
Tengo un catálogo original del día de la exhibición. Entresaco algunos párrafos:
“Como todo ser humano Adriano Nicot tiene la urgente necesidad de comunicación y dialogo. Los diálogos cercanos de dos personajes son los temas de casi todas sus pinturas. Sus personajes dialogan por las mañana y sobre todo por las noches, como si esa zona oscura del día creara el momento más propicio para las comunicaciones más íntimas y efusivas” (…) “Cada cuadro de Adriano Nicot es un diálogo con las estatuas, un diálogo con las noches y un diálogo con el tigre.”
¿Con el tigre?
Manuel era muy especial para escoger títulos. Él decía que yo de seguro pintaba de noche por lo obscuro de mis obras y que parecía un tigre por mi temperamento pictórico.