Alina Sardiñas (La Habana, 1969) acaba de inaugurar su exposición fotográfica Light My Fire (toma como préstamo el título de la emblemática canción de The Doors) en el Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño de La Habana.
Son 31 rostros y varios años de trabajo lo que se plasma allí. Rostros de muchachas y muchachos de entonces —y de este presente eterno en que ellos se empeñan en sobrevivir— que optaron por el rock como filosofía, modelo de conducta y forma de vida. Seres que fueron sometidos a la incomprensión social en su momento, y que aún hoy hay quien mira por encima del hombro por su heterodoxia en el vestir y en el pensar, por su escasa aceptación a eso que la convención llama “el buen vivir”.
Son frikis cubanos, de la ciudad capital, de los pueblos extrarradio y hasta de otras provincias, que han decidido posar para esta fotógrafa social tal como son. Se muestran orgullosos en su deprimido —aunque riquísimo— entorno, abren sus puertas y se presentan tal cual, porque saben que el móvil de la artista no es la compasión, ni siquiera la aceptación, sino la identificación con ellos en su esencia rebelde y, también, el candor.
Ese no querer envejecer, ese mantener el estilo en el vestir durante décadas, y que algunos ven como decadente o patético, no es sino resistencia ante las absurdas convenciones, rechazo a la superficial apreciación del otro en tanto no se salga del redil y marche con el mismo paso, a la misma hora y gritando los mismos lemas de la multitud, ese ser amorfo que llamamos masa.
En una ocasión anterior me contó que su destino como artista —no estoy seguro de que le guste que la llamen así— se decidió cuando en una librería de viejo se tropezó con un volumen con fotos de Henri Cartier-Bresson. Según me dijo, “El niño de las botellas de la foto de Rue Mouffetard, que parecía estar diciéndome: ‘mírame e intenta descifrar por qué es tan hermoso este momento’, corrió un velo y dejó entrar luz”.
¿Cómo definir en nuestro medio al friki? ¿Tienen una filosofía común?
El término se mueve de un sitio a otro y no me refiero sólo al mundo que queda fuera de estas nuestras cuatro paredes. En Cuba también hay opiniones diversas, así que respondo desde mi experiencia. Cuando era muy joven, el término friki designaba a personas a quienes les gustaba el rock y vestían con pantalones estrechísimos, pullovers anchos con las mangas dobladas hacia arriba, botas, pelo largo y un distinguido aire de insumisión.
Los heroicos rockeros y rockeras mantienen una filosofía común: su libertad. Uno de los fotografiados en este proyecto me dijo: ”El hecho de ser rockero te lleva a un nivel de individualidad que impide que te puedan manipular, nadie puede decirte cómo pensar ni exacerbar tus sentimientos, porque él todo lo va a pasar por el filtro de su propio razonamiento”. Y luego terminó diciendo: ”Nunca me arrepentiré de haberme mantenido en este mundo del rock, porque he conocido a personas maravillosas, amigos probados para siempre y algo más y principal, he sido Libre”. Esto último lo dijo con tanto orgullo que la palabra salió de su boca casi con cuerpo; se podía leer en el aire la palabra libre… Esta persona que me habló así, vive en un cuarto donde solo pesa la espiritualidad porque allí, créeme, no hay nada más.
¿Cuándo comenzaste a relacionarte con la temática? ¿Fuiste/eres friki?
Los caminos que he recorrido en mi vida no han tenido mucho que ver con los caminos convencionales. Los he transitado ignorando lo que tocaba en cada momento según la ortodoxia, esto hace que me sienta muy identificada con todo el que ha vivido de la misma manera.
Cuando era mucho más joven, algunas personas decían que yo era friki porque escuchaba rock y mis amigos eran rockeros de pelo largo. Vestíamos pantalones muy apretados y pullovers anchísimos con las mangas dobladas hacia arriba, nos sentábamos en los bajos de cualquier edificio a escuchar música y a beber ron. Pero yo era, sobre todo, una muchachita rebelde, o al menos así me recuerdo.
¿Hay frikis de nueva generación en Cuba?
Sí, claro pero no me imagino cómo será ahora. Recuerdo de entonces los discos y casetes que pasaban de mano en mano, o cuando ibas a casa del amigo que tenía una grabadora doble y llevabas un TDK para grabar el The Dark Side of the Moon. ¿Ahora también se reúnen a ver conciertos enteros delante de un televisor? Antes eran las cintas de video VHS o Betta. ¿Ahora también los amigos se visitan con el único objetivo de escuchar música durante una tarde entera…?
Algunos de los personajes retratados por ti, y que ahora se podrán apreciar en Light My Fire, ya no viven. ¿Crees que se debe a que son de una franja etaria a la que “ya le toca” o al tipo de vida que han llevado, rechazo social incluido?
Conozco a no pocas personas con vidas mucho más holgadas que han muerto de la misma enfermedad que mis fotografiados y a edades más tempranas; conozco a personas con vidas muy bien recibidas en la extensa corte de lo convencional que, igual que algunos de mis fotografiados, han elegido partir. Lo que sí está claro (recuerdo aquí ”Ordinary Man” esa hermosa balada de Ozzy Osbourne) es que no murieron como hombres ordinarios.
¿Es tu exposición, en cierta medida, un homenaje a esos seres indoblegables y, al mismo tiempo, una vindicación?
Esta exposición pretende quitar ladrillos de una pared y ver que detrás está el ser humano. Es mirar de frente a personas a la que la sociedad, durante mucho tiempo, miró de soslayo. Sí, es un homenaje a los rockeros, metaleros y frikis cubanos que han resistido con las botas puestas. Y sí, me gusta pensar que es, también, vindicación.
¿Cómo invitar al posible deambulante por La Habana a pasar a ver tu muestra? ¿Qué van a encontrar allí?
Me gustaría que supieran que verán un trabajo hecho con mucho respeto y amor. Es frontal, no tiene filtro ni manipulación, y no me refiero a la técnica, que también; me refiero al alma de esta exposición. Verán rostros de cubanos y cubanas que aman una música grandiosa, música que nunca ha sido ”el enemigo”. No entrarán a una galería, más bien se asomarán a un fragmento de intimidad de personas que, por sus gustos y elecciones de vida, han sufrido incomprensión, pero que no han sucumbido ante ella; más bien han estado, durante décadas, manteniendo a salvo sus ”escaleras al cielo”.
Al pie de cada obra habrá una frase dicha por el fotografiado, una frase con la que se identifica.
¿Sigues yendo a todas partes “armada” con tus cámaras, lista para no dejarte sorprender por las imágenes incitantes que te salen al paso, o con los años y la práctica profesional te has vuelto más reflexiva o menos temperamental a la hora de pensar y “perpetrar” una foto?
Salgo a la ciudad casi a diario con la cámara, y mi corazón se acelera cuando, como dices, una imagen incitante se me cruza. Afortunadamente, no he perdido esa inocencia ni ese arrebato. Es cierto que es este un trabajo más maduro, y debo decir que profesionalmente siento que me ha aportado mucha savia, pero, aunque puede parecer que se desmarca de mi trabajo habitual, teniendo en cuenta que no son fotos que el azar me brinda, en realidad es parte de lo que siempre hice. Yo soy una fotógrafa social, a mí me importa la gente, sus alegrías, sus dolores. Me importa lo que nos hace gozar y lo que nos hiere. En estas fotos respira el ser humano con todo su goce y en su profunda herida.
¿Qué toca ahora? ¿Qué tiene Alina Sardiñas en la cartuchera?
Cuando estaba en marcha el proyecto, compré pasajes para ir a Holguín y luego moverme hasta Santiago de Cuba. Ya tenía por allá contactos de frikis para fotografiar, pero de la noche a la mañana llegó la pandemia y luego el Ordenamiento desordenó mis planes. Tuve que interrumpir el sueño y despertar a esa otra realidad. Ahora quiero retomar esos derroteros con la idea de buscar financiación para un libro. Además de eso, mi cartuchera está llena de sueños que pretenden seguir recogiendo las luces y las sombras que habitan en el ser humano.
Muchísimas gracias Alina por éste lindo homenaje al movimiento rockero Cubano