Capablanca: ajedrez, sí, pero las damas también.

Las vidas de las figuras públicas están expuestas a la curiosidad, en ocasiones morbosa, de los otros. Y la de Capablanca no fue una excepción.

Capablanca y su esposa Olga Chagodaef. Foto tomada del blog Zenda.

Este más que fatídico 2021 trae, en cambio, algunos motivos de júbilo para los amantes del llamado juego ciencia: el ajedrez. En efecto, conmemoramos 100 años de dos hechos de enorme trascendencia: la coronación de José Raúl Capablanca y Graupera (1888-1942) como el tercer Campeón Mundial de Ajedrez, antecedido por Wilhem Steinitz (Austria) y Edmanuel Lásker (Alemania), y la publicación por Capablanca del libro Fundamentos del ajedrez (Chess Fundamentals), considerado aún hoy uno de los textos capitales de la teoría y práctica de ese deporte.

En 1921 “el Capa” alcanzó lo que hasta hoy es un récord imbatible: ser el único ajedrecista iberoamericano en asaltar la cima, condición que logró invicto en La Habana, ante Lásker. El cubano mantuvo el cetro hasta 1927, cuando fue derrotado en Argentina por Alexader Alekhine. 

Viernes de Libros: “Antes de Capablanca el ajedrez era otro”

El de Buenos Aires resultó un campeonato arduo, el más largo de la historia hasta 1985 (Karpov-Kasparov), donde se evidenció la mejor preparación del jugador ruso nacionalizado francés, que llegó primero a las seis victorias pactadas.

En cuanto a Fundamentos del ajedrez, es bibliografía obligatoria. Sus planteamientos esenciales ni siquiera han sido rebatidos por el desarrollo que ha experimentado la teoría del juego en las últimas décadas. Tanto es así, que el ruso Mijail Bovinnik, cuatro veces campeón del mundo (1948, 1951, 1954 y 1961) lo calificó como “el mejor libro de ajedrez de todos los tiempos”.

También en 1921 nuestro campeón se casó por primera vez. A Gloria Simoni, su primera esposa, la conoció ese mismo año en el Casino de la Playa, instalación de recreo habanera donde se celebraba el match de ajedrez por el campeonato del mundo. Parece que fue un doble flechazo el de la pareja, pues “el soltero más codiciado del país”, según un cronista de la época, y la sobrina de Amalia Simoni, esposa de Ignacio Agramonte, consumaron nupcias el 29 de diciembre. La boda se celebró en la sede de la Nunciatura Apostólica de Cuba. De esa unión, que duró 17 años, nacieron José Raúl Capablanca Simoni y Gloria Capablanca Simoni.

Una foto desvaída y el misterio

Las vidas de las figuras públicas están expuestas a la curiosidad, en ocasiones morbosa, de los otros. Y la de Capablanca no fue una excepción. La genialidad ajedrecística, en su caso, venía acompañada por la donosura del hombre de “buen ver”, y por la leyenda de ser todo un Tenorio.

Puede que su “carrera” amorosa, en términos cuantitativos, haya sido menos intensa que la de cualquier hijo de vecino hoy, pero en el imaginario de su tiempo la figura de nuestro campeón quedó fijada con letras de bronce en el libro de los grandes amadores.

Hagamos un rápido recorrido por su biografía sentimental, compuesta por testimonios de quienes tuvieron la suerte de tratarlo y por la prosa casi siempre descuidada de los gacetilleros.   

Estamos en 1912. Capablanca tiene 24 años y emprende su primera gira nacional. Había salido de Cuba en 1904, regresado brevemente en el verano de 1909, y vuelto a partir hacia los Estados Unidos y Europa. 

En esta ocasión se le vio acompañado por una dama trigueña no identificada, al parecer su primer contacto “cercano” con una criolla. Consta que se alojaron juntos en un hotel de San Miguel de los Baños. De la ocasión sólo quedó una foto desvaída y el misterio.

Ese mismo año, cuando Capablanca partía de Nueva York hacia La Habana para iniciar la gira por el interior de Cuba, el periódico Daily Eagle, de Brooklyn, insertó en sus páginas una fake news que consignaba que el cubano había contraído nupcias con una dama cuya identidad no precisaba, en la localidad de Summit, Nueva Jersey. Esta mujer acudió a despedirlo hasta el muelle desde donde zarparía el vapor Avangarez. De ella solamente sabemos por el notable compositor ruso Sergei Prokofiev —amigo del “Capa” y muy interesado en el ajedrez— que se trataba de una mujer hermosa, de buenas maneras, con la piel muy fina, y que al campeón había dejado de interesarle.

Nos vamos a San Petersburgo, 1914. Allí se juega un torneo internacional de ajedrez de gran fuerza. El cubano Capablanca terminó en segundo lugar, medio punto detrás de Emanuel Lásker,  por entonces campeón del mundo. En sus memorias, Prokofiev refiere una conversación que sostuvo con Sosnitsky, vicepresidente del club sede, en la que declara que el rendimiento del criollo en el torneo estuvo condicionado por la intensa relación que sostuvo con Madam Strajovich, con quien se pegaba severas desveladas. También se dice que la excelsa bailarina Mathilde Marie Feliksova Kashessinkaya, quien tuvo amores juveniles con el que luego sería el Zar Nicolás II, también recibió la atención del hijo de José María Capablanca Fernández y Matilde María Graupera Marín.

De 1925 es La fiebre del ajedrez, comedia muda de cortometraje dirigida por el ruso Vsévolod Pudovkin, que tiene, como interés añadido, la participación de Capablanca como actor. El filme utiliza imágenes documentales del torneo que en ese momento se jugaba en el hotel Metropol de Moscú. No nos detendremos en la trama; baste decir que el personaje interpretado por el cubano expresa que, puesto a elegir, él antepone una mujer al juego de los treinta y dos trebejos.

Otro biógrafo del también llamado “Mozart del ajedrez” fue el ruso Vassili Panov, quien da fe de que durante el torneo de Moscú Capablanca era asediado por una multitud de admiradores, entre los que no faltaban las mujeres. Le regalaban flores, chocolates, y era tanto el empuje de los fans que la policía montada de la ciudad tuvo que intervenir más de una vez para brindarle protección. 

Llegamos ahora a Buenos Aires. Es el año 1927 y Capablanca entrega el cetro a Alexader Alekhine. Dos mujeres aparecen asociadas a ese momento doloroso: las actrices Gloria Guzmán, de España, y la argentina Consuelo Velázquez1.

Según reveló la Guzmán al diario Crítica, Capablanca “había reemplazado en su corazón a Rodolfo Valentino”.

Al parecer la relación más estridente fue con la Velázquez, que pasaba a recoger al astro en su Rambler descapotable, rojo chillón2

El match por la corona se celebró en septiembre de 1927. Ese año “el Capa” había tenido un desempeño espléndido, y las apuestas estaban unánimemente a su favor. El rey se mostraba confiado. Actuaría, fiel a su costumbre, improvisando soluciones sobre el tablero. Seguramente pensó que su juego desinhibido y espontáneo terminaría con las pretensiones del contrario. Hubo quien vaticinó que Alekine no ganaría ni una sola partida, mientras otros sentenciaban que el ruso no tenía ni una remota posibilidad ante el habanero. El resultado, doloroso, se conoce, y no ha faltado quien atribuye el pobre desempeño del maestro cubano a su desmedida debilidad por la belleza femenina.

Olga Chagodaef 

Recepción del Consulado de la República de Cuba en Nueva York, año 1934. Entre el humo de los cigarros, el tintineo del hielo en las copas y los fragmentos de conversaciones simultáneas, Capablanca advierte la presencia de una mujer de gran porte: la noble rusa Olga Chagodaef. Se cuenta que esta dama atesoraba algunas de las características que más llamaban la atención del maestro: belleza, refinamiento, cultura y gracia para moverse en los salones de alta sociedad.

Desde un rincón del recinto, taciturno y alejado de los corrillos de admiradores que reclaman su presencia, Capablanca observa a la rusa con intensidad.

Como ella misma contó en sus memorias, un hombre muy apuesto —del cual no tenía referencias— se le acercó en esa ocasión y sin preámbulos le dijo: “un día nosotros estaremos casados”.  

Y sí, se casaron en 1938, varias semanas después de que el campeón lograra la disolución del vínculo con Gloria Simoni. 

Es opinión unánime que Olga Chagodaef resultó una influencia benéfica en el desarrollo posterior de la carrera de Capablanca, quien, a pesar de no haber podido recobrar la corona en el ajedrez, tuvo un memorable desempeño ante los jugadores más fuertes de su tiempo.

En el torneo de Nottingham, en 1936, Capablanca y Alekine vuelven, tablero de por medio, a verse las caras, lo que no ocurría desde que el último lo destronara en Buenos Aires. Viniendo de abajo, con una posición bastante comprometida, “el Capa” lo llevó a terreno pantanoso, y allí se sirvió, con cuchara sopera, “las mieles de la venganza”.

Todo parece indicar que la Chagodaef mantuvo a nuestro genio con las riendas cortas. Fue la dama en exclusiva los últimos cuatro años de su vida.

***

Nota del autor:

Para la elaboración de esta crónica conté con la invaluable colaboración de Miguel Ángel Sánchez, autor de Capablanca, leyenda y realidad.

 

Notas: 

1 No confundir con la compositora y cantante mexicana de igual nombre.

2 Ver sobre este tema la novela de Álvarez Gil, Antonio: Perdido en buenos Aires.

Salir de la versión móvil